Capítulo 9:|Adiós, por ahora|

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Lucas

Desperté temprano; las palabras de Eva me dejaron pensativo. Me levanté para dirigirme a su habitación. El ambiente estaba raro, había demasiado silencio, pero traté de no darle importancia porque ya no sabía hacía tiempo cómo era dormir en la casa de Marta. Así que, arrastrando los pies por el pasillo que conectaba el otro cuarto, mientras bostezaba y me frotaba los ojos con la mano, golpeé su puerta. No obtuve respuesta. Esperé unos segundos y, aun así, no hubo ningún cambio. Así que decidí girar el pomo de la puerta y entrar. Eva no estaba allí. La cama estaba deshecha y las sábanas, arrugadas y frías, como si ella no hubiera estado allí mucho antes de que yo despertara.

Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de su paradero. El armario estaba abierto y varias prendas de ropa estaban esparcidas por el suelo. Parecía que se había ido con prisa. No se había llevado nada, tal vez solo un abrigo. Me acerqué a la ventana; la cortina estaba moviéndose suavemente con la brisa matutina. La ventana estaba abierta. Entonces eso indicaba que había salido por aquella. Pero ¿adónde?

Recorrí la casa a toda velocidad, preocupado por lo que podría haber causado en un descuido. Eva de verdad está fuera de control y corría un gran riesgo por no tenerlo. Revisé en la cocina, pero tampoco estaba allí. En el camino me crucé con Marta, quien parecía haber salido recién del baño después de cepillarse los dientes, y se disponía a prepararse un café.

—Ah, Lucas, ¡buenos días! —exclamó sorprendida. Intentó descifrar por mis gestos qué estaba pasando, ya que miraba por encima de su hombro, por si Eva aparecía detrás de ella o en algún lugar—. ¿Está todo bien? ¿Por qué tanta prisa? ¿Y Eva?

—¿No está en la casa?

—No lo sé, eso deberías saberlo tú. Por lo que sé, estuviste con ella en su cuarto hablando hasta tarde.

—Nos escuchaste.

—Sí, los escuché. —Se cruzó de brazos y fijó su mirada en mí para intimidarme—. Mira, no sé qué es lo que estás tramando o qué planes tienes con Eva, pero déjala fuera de esto. Ella estaba tratando de llevar una vida normal después de tu muerte y la de Silvia, y ahora le cuesta más siendo un vampiro.

—Marta, te aseguro que...

—No, no me asegures nada. Solo mantente alejado de ella y no tendrás problemas conmigo.

Antes de poder responder a las advertencias —o, quizás, amenazas— escuché un ruido que provenía del patio trasero de la casa. Corrí de nuevo y me detuve. Eva estaba allí, sentada en la antigua hamaca de madera y de cadenas oxidadas que daba al jardín. Este era estrecho. Recuerdo que venía muy seguido aquí de pequeña cuando se enojaba con Silvia o cuando solo quería tiempo para pensar. Era gracioso ver cómo aún entraba ahí.

—¿Qué haces aquí? —Mi voz fue suave para evitar alarmarla.

—No puedo evitarlo... —contestó con la mirada fija en la hierba verde, el cual había sido mojado por el rocío de la mañana—. Trato de que pare, pero no funciona. Es inevitable.

—¿De qué hablas?

—Del hambre. El hambre que tengo y que no puede ser saciada con nada. Mi estómago ruge y pide todo el tiempo que lo alimente. Y cada vez que veo un cuello, cada vez que lo veo... no puedo pensar en otra cosa que no sea clavarle los colmillos. —Una lágrima bajó por su mejilla—. Maté a un chico.

Sabía que eso pasaría.

Luego expresó aún más fuerte:

—¡Lucas, yo maté a un chico inocente! Debiste verlo, debiste ver cómo se acercó a ayudarme cuando me aparté de ustedes en el hospital, debiste ver su rostro lleno de miedo. —Eva no me miraba, solo sollozaba. Así que solo la rodeé con mi brazo, calmándola, mientras confesaba—: Yo no pude ver su rostro. No pude verlo, y creo que tampoco lo hubiese querido ver. Seguro... seguro tenía familia y yo se los arrebaté. Es terrible esto. No quiero. No quiero vivir de esta forma.

El regreso: Desvanecidos (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora