XII. Tansy Patch

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Emily e Ilse pasaron unos espléndidos quince días de diversión antes de su primera pelea.
Fue una pelea terrible, surgida de una tonta discusión sobre si harían un salón o no en la cabaña que estaban construyendo en el bosque de John el Altivo. Emily quería hacerlo e Ilse no. Ésta perdió los estribos enseguida y tuvo una típica rabieta Burnley.
Cuando se enfadaba Ilse tenía un vocabulario muy fluido, y la andanada de insultantes «palabras de diccionario» que le arrojó a Emily habría hecho trastabillar a casi todas las niñas de Blair Water. Pero Emily se sentía demasiado a sus anchas con las palabras para dejarse amilanar así como así; ella también se enfadó, pero con un estilo frío, digno, Murray, que era mucho más exasperante que la violencia. Cuando Ilse se detenía para tomar aliento en medio de sus diatribas, Emily, sentada sobre una gran piedra con las rodillas cruzadas, los ojos negros y las mejillas coloradas, interponía pequeñas réplicas sarcásticas que enfurecían aún más a Ilse. Ésta estaba enrojecida y los ojos eran de un fuego oscuro y fulgurante. Las dos estaban tan preciosas en medio de su furia que era casi una lástima que no estuvieran enfadadas para siempre.
—No se te ocurra pensar, mocosa quejica, que me vas a dominar a mí, sólo
porque vives en la Luna Nueva —gritó Ilse, como un ultimátum, pataleando.
—No tengo intenciones de dominarte, no voy a juntarme contigo nunca más — replicó Emily, desdeñosa.
—Me alegro de deshacerme de ti, eres una bípeda orgullosa, altanera y engreída
—exclamó Ilse—. No vuelvas a dirigirme la palabra. Y tampoco andes diciendo cosas de mí por todo Blair Water. Esto era insoportable para una niña que nunca «decía cosas» de amigas o examigas.
—No voy a decir cosas sobre ti —espetó Emily, con intención—. Sólo voy a pensarlas. Esto era mucho más injurioso que las palabras, y Emily lo sabía. Ilse se volvió loca. ¿Quién sabe qué cosas espantosas podría pensar Emily de ella en cualquier momento? Ilse ya había descubierto lo fértil que era la imaginación de Emily.
—¿Te crees que me importa lo que pienses, serpiente insignificante? Si no tienes el menor sentido común.
—Pero tengo algo que es mucho mejor —replicó Emily, con una enloquecedora sonrisa de superioridad—. Algo que tú no podrás tener jamás, Ilse Burnley.
Ilse apretó los puños, como si quisiera demoler a Emily con la fuerza física.
—Si yo no soy capaz de escribir mejor poesía que tú, me ahorco —
despreció la otra.
—Te prestaré una moneda para que te compres una cuerda —dijo Emily.
Ilse la miró furiosa, vencida.
—¡Vete al diablo! —dijo.
Emily se levantó y se fue, pero no al diablo, sino a la Luna Nueva.
Ilse alivió su furia echando abajo las tablas del armario de la vajilla y pateando hasta hacer pedazos sus «jardines de musgo», y también se fue.
Emily se sentía muy mal. Hete aquí otra amistad destruida, una amistad que había sido agradable y satisfactoria.
Ilse había sido una compañera espléndida, de eso no cabía duda. Después de serenarse, Emily fue a la ventana de la buhardilla a llorar.
—¡Qué desdichada! ¡Pobre de mí! —sollozaba, dramática pero sinceramente.
Pero no sintió la misma amargura que en su ruptura con Rhoda. La pelea había sido franca, abierta y clara. No le habían dado una puñalada por la espalda. Claro que Ilse y ella ya no podrían volver a ser amigas. No se puede ser amiga de una persona que te llama mocosa y bípeda, y serpiente, y que te manda al diablo. Era imposible.
Además, Ilse no podría perdonarla jamás, porque Emily era lo bastante sincera para
admitir que ella también la había insultado.
Sin embargo, cuando a la mañana siguiente Emily fue a la cabaña dispuesta a recoger su parte de platos y maderas rotas, allí estaba Ilse, dando los brincos, trabajando duro, con todos los estantes otra vez en su lugar, el jardín de musgo rehecho y un hermoso salón que se comunicaba con la sala de estar por medio de un arco de abeto rojo.
—Hola. Ahí tienes tu salón; espero que ahora estés contenta —dijo, con alegría —. ¿Por qué has tardado tanto? Pensé que no ibas a llegar nunca.
Después de una noche trágica, durante la cual había enterrado su segunda amistad
y llorado sobre la tumba, aquello desconcertó a Emily. No estaba preparada para una resurrección tan rápida. En cuanto a Ilse, parecía que la pelea no hubiera existido.
—Pero eso fue ayer —prosiguió Ilse, asombrada, cuando Emily, no sin cierta
distancia, hizo referencia a la pelea. Ayer y hoy eran dos cosas completamente
diferentes en la filosofía de Ilse. Emily lo aceptó, pues se dio cuenta de que no le quedaba más remedio. Ilse, era obvio, de vez en cuando no podía evitar aquellas
rabietas, ni tampoco ser alegre y afectuosa entre una y otra. Lo que asombraba a Emily, en quien las cosas estaban destinadas a doler durante un tiempo, era que Ilse parecía olvidarse de una pelea apenas ésta terminaba. Que la llamaran serpiente y cocodrilo e inmediatamente después la abrazaran y alabaran fue desconcertante hasta
que el tiempo lo convirtió en algo normal.
—En los períodos entre una pelea y otra, ¿no soy lo suficientemente buena para compensar? —preguntó Ilse—. Dot Payne nunca tiene rabietas. ¿A ti te gustaría
tenerla de amiga?
—No, es demasiado estúpida —admitió Emily.
—Y Rhoda Stuart nunca pierde los estribos, pero ya tuviste tu experiencia con ella. ¿Crees que yo podría hacerte lo que te hizo Rhoda?
No, sobre ese punto Emily no tenía ninguna duda. Fuera Ilse lo que fuese, era leal y sincera.
Y, comparadas con Ilse, Rhoda Stuart y Dot Payne eran «como la luz de la luna y la luz del sol y como el agua y el vino» o lo habrían sido, si Emily hubiera conocido de Tennyson algo más que la Canción de la corneta.
—No se puede tener todo —dijo Ilse—. Yo tengo el carácter de papá y ya está. Espera a verlo a él en una de sus rabietas.
Hasta el momento, Emily no lo había visto. Había ido muchas veces a la casa de los Burnley, pero en las pocas ocasiones en que el doctor Burnley estaba, sólo le
dedicaba una cortés inclinación de cabeza. Era un hombre muy ocupado pues, fueran cuales fuesen sus defectos, su habilidad era incuestionable y su clientela, extensa.
Junto al lecho del enfermo era tan delicado y comprensivo como brusco y sarcástico en otras situaciones. Si alguien estaba enfermo, no había nada que el doctor Burnley no fuera capaz de hacer; pero, cuando éste se recuperaba, parecía perder todo interés en su persona. Había pasado todo el mes de julio tratando desesperadamente de salvarle la vida a Teddy Kent, de Tansy Patch. Teddy ya estaba fuera de peligro y levantado, pero su mejoría no era lo bastante rápida como para satisfacer al doctor Burnley. Un día abordó a Ilse y Emily, que iban por la pradera hacia el estanque con cañas de pescar y una lata llena de unos gusanos gordos y asquerosos (de estos
últimos se ocupaba sólo Ilse) y les ordenó que fueran a Tansy Patch a jugar con Teddy Kent.
—Está solo y deprimido. Id a animarle —dijo el doctor.
Ilse no tenía ganas de ir. Le gustaba Teddy, pero al parecer no le gustaba tanto la madre de Teddy. Emily, en secreto, no era tan contraria a la idea. Había visto a Teddy Kent una sola vez, en la Escuela Dominical, el día antes de que cayera gravemente enfermo, y le había gustado. Por lo visto, a él le había gustado ella, porque Emily lo había sorprendido varias veces mirándola con timidez a través de los bancos que los separaban.
Era muy atractivo, pensaba Emily. Le gustaron sus cabellos castaños oscuros y espesos, los ojos azules, las cejas oscuras, y por primera vez se le ocurrió
que podría ser bonito tener un amigo varón. No un «novio», por supuesto. Emily odiaba la jerga de la escuela según la cual un niño era el «novio» de una niña si le daba un lápiz o una manzana o la elegía con frecuencia de compañera para los juegos.
—Teddy es bueno, pero su madre es rara —le explicó Ilse camino de Tansy Patch —. Nunca sale, ni siquiera para ir a la iglesia, aunque yo creo que es por la cicatriz
que tiene en la cara. No son de Blair Water, viven en Tansy Patch desde el otoño pasado. Son pobres y orgullosos y poca gente los visita. Pero Teddy es encantador, así que, si la madre nos mira raro, no le haremos caso.
La señora Kent no las miró de ninguna manera rara, si bien las recibió con bastante frialdad. Tal vez ella también había recibido órdenes del médico. Era una mujer diminuta, con una enorme masa de pelo castaño claro, suave y fino, ojos oscuros y tristes, y una gran cicatriz que le cruzaba el pálido rostro. Sin la cicatriz habría sido guapa, y tenía una voz tan suave e insegura como el viento en la hierba.
Emily, con su instintiva capacidad para medir a la gente que conocía, sintió que la señora Kent no era una mujer feliz.
Tansy Patch quedaba al este de la Casa Desilusionada, entre Blair Water y las
dunas de arena. Casi todos lo consideraban un lugar desnudo, solitario, abandonado, pero a Emily le pareció fascinante. La casita de madera estaba sobre la cima de una pequeña colina, sobre la cual crecía voluptuosa la hierba lombriguera, ostentosa y aromática, y se levantaba abruptamente al lado de un camino principal. Una rota cerca de alambre, casi ahogada por las rosas silvestres, limitaba el terreno; y un
portoncito torcido y destartalado daba acceso desde el camino. En la ladera de la colina habían puesto piedras a modo de escalera hacia la puerta delantera. Detrás de la casa había un viejo granero y un campo de trigo, de un verde cremoso, quedescendía por la colina hacia Blair Water. Delante había una galería rodeada por brillantes amapolas rojas que erguían sus copas encantadas.
Teddy no disimuló la alegría de verlas y pasaron una tarde muy agradable los tres juntos. Cuando terminó la tarde, en la piel oliva clara de Teddy había colores, y los
ojos azul oscuro brillaban más. La señora Kent pronto reparó en estas señales y les
pidió a las niñas que volvieran con una ansiedad que, sin embargo, no llegaba a sercordialidad. Pero, para ellas, Tansy Patch había resultado un lugar encantador y se alegrarían de volver. Durante el resto de las vacaciones no hubo día en que no fueran, especialmente durante las largas tardes, vaporosas y deliciosas de agosto, cuando las mariposas blancas bailoteaban sobre la plantación de hierba lombriguera y el atardecer dorado se diluía en un crepúsculo púrpura, encima de las lejanas laderas verdes, y las luciérnagas encendían sus linternas de duendes junto al estanque.
Cuando jugaban en Tansy Patch, Teddy y Emily solían formar equipo y eran justos rivales para la ágil y vivaz Ilse.
Otras veces, Teddy las llevaba al altillo del granero y les enseñaba su pequeña colección de dibujos. A las dos niñas les parecían maravillosos, sin saber en lo más mínimo hasta qué punto lo eran. Parecía mágico ver a Teddy tomar un lápiz y un trozo de papel y, con unos rápidos trazos de sus delgados.dedos oscuros, crear un dibujo de Ilse, de Emily, o de Humo o Botón de Oro, a los que sólo les faltaba hablar… o maullar.
Humo y Botón de Oro eran los gatos de Tansy Patch. Botón de Oro era un delicioso cachorro gordo y amarillo. Humo era un gatazo azul grisáceo y un
aristócrata desde la punta del hocico a la punta de la cola. No cabía la menor duda de que tenía pedigrí. Los ojos eran esmeralda y la piel espesa. Lo único blanco que tenía era su preciosa pechera.
Emily pensaba que, de todas las horas agradables pasadas en Tansy Patch, las mejores eran aquellas en las que, cansados de jugar, los tres se sentaban en los escalones de la galería en medio del misterio y el hechizo de aquella tierra de nadie, entre la luz y la oscuridad, cuando el bosquecito de abetos detrás del granero parecía formado por hermosos árboles oscuros y fantasmales. Las nubes del poniente se volvían grises y una gran luna amarilla y redonda se levantaba sobre los campos para reflejarse en el estanque, donde la Señora Viento enmarañaba maravillosas luces y sombras.
La señora Kent nunca los acompañaba, aunque Emily tenía la inquietante sensación de que los observaba a escondidas desde detrás de la persiana de la cocina.
Teddy e Ilse cantaban canciones de la escuela, Ilse recitaba y Emily contaba cuentos, o se sentaban en un silencio satisfecho, cada uno anclado en el secreto puerto de los sueños, mientras los gatos se perseguían entre ellos, como locos, por la colina y por el sembrado, dando vueltas y vueltas a la casa como poseídos. A veces, saltaban sobre los niños por sorpresa para alejarse de nuevo de un solo salto. Los ojos les brillaban como gemas y las colas se mecían como plumas. Palpitaban con una vida nerviosa,
furtiva.
—Ay, ¿no es bonito estar vivo… así? —preguntó Emily una vez—. ¿No sería horrible no haber vivido nunca?
No obstante, la existencia no carecía por completo de nubes, de eso se ocupaba la tía Elizabeth. Ésta sólo permitía las visitas a Tansy Patch protestando y porque las
había ordenado el doctor Burnley.
La tía Elizabeth no quiere a Teddy —escribió Emily en una de sus cartas a
su padre, que se multiplicaban rápidamente en el estante del viejo sofá de la buhardilla—. La primera vez que le pedí permiso para ir a jugar con Teddy me miró con seriedad y me pregunto: «quién es ese Teddy. No sabemos nada de los Kent. Recuerda, Emily, que los Murray no se tratan con cualquiera». Le conteste que «yo soy Starr, no Murray, tú misma lo dijiste». Querido padre yo no quise ser impertinente, pero la tía Elizabeth dijo que lo era y no me habló en el resto del día. Ella creería que fue un castigo muy cruel, pero a mí no me importó mucho, sólo que no es muy agradable que la propia familia mantenga un silencio desdeñoso hacia una. Pero desde entonces me deja ir a Tansy Patch porque el doctor Burnley tiene una extraña influenzia sobre la tía Elizabeth.
Yo no lo entiendo. Rhoda me dijo una vez que la tía Elizabeth esperaba que el doctor Burnley y la tía Laura formalizaran algo (lo que significa, como tú sabes, casarse) pero no es cierto. Una tarde vino la señora de Thomas Anderson a tomar el té. (La señora de Thomas Anderson es una
mujer grande y gorda, y su abuela fue una Murray y no hay nada más que
decir de ella). Le preguntó a la tía Elizabeth si creía que el doctor Burnley volvería a casarse y la tía Elizabeth dijo que no, que no volvería a casarse y
que a ella no le parecía bien que la gente se casara por segunda vez. La señora Anderson dijo «a veces he pensado que podría haberse casado con Laura». La tía Elizabeth le dirigió una mirada altiva. No puedo negar que a veces estoy muy orgullosa de la tía Elizabeth, aunque no me guste.
Teddy es un niño muy bueno, papá. A tí te gustaría. ¿Tí lleva acento?
Hace unos dibujos preciosos y algún día será un artista famoso, y entonces pintará mi retrato. Guarda los dibujos en el altillo del granero porque a su madre no le gusta verlos. Y sabe silbar como los pájaros. Tansy Patch es un lugar muy estraño, espezialmente de noche. El crepúsculo me encanta.
Siempre nos divertimos mucho en el crepúsculo. La Señora Viento se esconde entre la hierba lombriguera, como un hada chiquitita y los gatos son locos y
divertidos. Son de la señora Kent y Teddy no los mima mucho porque tiene miedo de que ella los ahogue. Una vez le ahogó un gatito porque pensó que Teddy lo quería más que a ella. Pero no, porque Teddy está muy apegado a la
madre. Le lava los platos y la ayuda con todo el trabajo de la casa. Ilse dice que en la escuela los niños le dicen nenita pero a mí me parece muy noble y varonil por su parte. A Teddy le gustaría que la madre le dejara tener un perro, pero ella no quiere. Yo creía que la tía Elizabeth era una tirana, pero la señora Kent es mucho peor en algunas cosas. Claro que ella quiere a Teddy y la tía Elizabeth a mí no me quiere.
Pero a la señora Kent Ilse y yo no le gustamos. Nunca lo dice, pero
nosotras lo sentimos. Nunca nos invita a tomar el té, y nosotras siempre
hemos sido muy amables con ella. Creo que está zelosa de nosotras porque Teddy nos quiere. Teddy me dio un dibujo precioso del lago de Blair Water, pero me dijo que es mejor que la madre no se entere porque se pondría a llorar.
La señora Kent es una persona muy misteriosa, muy parecida a las
personas que salen en los libros. A mí me gustan las personas misteriosas,
pero no demasiado cerca. Sus ojos siempre tienen un mirada como de hambre, aunque tiene mucho para comer. Nunca va a ningún lado porque tiene una
cicatriz en la cara de una vez que se quemó cuando explotó una lámpara. A mí se me congeló la sangre en las venas, querido papá. Cuánto me alegro de que la tía Elizabeth use velas. Algunas de las tradiziones de los Murray son muy sensatas. La señora Kent es muy relijiosa, según lo que ella considera ser
relijiosa. Reza hasta durante el día.
Teddy dice que antes de que él naciera en este mundo, vivía en otro donde había dos soles, uno rojo y uno azul. Los días eran rojos y las noches azules. No sé de dónde sacó la idea pero a mí me resulta atractiva. Y dice que en los arroyos corría miel en lugar de agua. «Pero qué hacías cuando tenías sed», le pregunté. «Ah, allí nunca teníamos sed».
Pero a mí me parece que a mí me gustaría tener sed porque cuando uno tiene sed el agua fría es deliciosa. A mí me gustaría vivir en la luna. Debe de ser un
hermoso lugar plateado.
Ilse dice que Teddy tendría que quererla más a ella porque es más
divertida que yo, pero no es cierto. Yo también soy divertida cuando no me
atormenta mi conziencia. Yo creo que Ilse quiere que Teddy la quiera más a ella, pero no es una niña zelosa.
Me alegra poder contarte que la tía Elizabeth y la tía Laura, las dos,
aprueban mi amistad con Ilse. Es tan poco que aprueben lo mismo.
Ahora me estoy acostumbrando a pelear con Ilse y no me molesta mucho.
Además, puedo pelear muy bien cuando se me sube la sangre a la cabeza.
Peleamos más o menos una vez por semana, pero nos reconziliamos en seguida y Ilse dice que sería muy aburrido no pelearse nunca. Yo preferiría que no nos peleáramos, pero uno nunca sabe que puede enfurecer a Ilse.
Nunca se enfada dos veces por lo mismo. Me dice cosas espantosas. Ayer me dijo que era un cocodrilo mugriento y una víbora desdentada. Pero no me molestó mucho porque yo sabía que no soy mugrienta ni desdentada. Yo a ella
no le digo insultos porque eso no es propio de una dama pero entonces le sonrío y a Ilse la enfurece mucho más que si le hiciera muecas o pateara el piso, como hace ella, y por eso lo hago. La tía Laura dice que debo tener cuidado de que no se me peguen las palabras que dice Ilse y que debo darle un buen ejemplo porque la pobre niña no tiene a nadie que la cuide como corresponde. A mí me gustaría poder usar algunas de sus palabras porque son muy impresionantes. Ella las aprende de su padre. Yo creo que mis tías son muy espeziales. Una noche, cuando el reverendo Dare vino a tomar el té, yo usé la palabra semental en la conversación. Dije que Ilse y yo teníamos miedo de atravesar los prados del señor James Lee donde está el viejo pozo porque allí había un toro semental enfadado. Cuando el señor Dare se fue, la tía Elizabeth me echó una bronca espantosa y me dijo que no volviera a usar esa palabra nunca más. Pero durante el té ella había estado hablando de tigres
(hablando de mizioneros) y yo no entiendo por qué es peor hablar de toros que de tigres.
Claro que los toros son animales ferozes, pero los tigres también. La tía Elizabeth dice que yo siempre las hago pasar vergüenza cuando hay visitas.
Cuando vino la señora Lockwood, de Shrewsbury, la semana pasada, estaban hablando de la señora de Foster Beck, que es una recién casada, y yo dije que el doctor Burnley había dicho que le parecía diabólicamente guapa. La tía Elizabeth dijo EMILY con un tono horrible. Estaba pálida de ira. «El doctor Burnley dijo eso —insistí—, yo sólo repito lo que él dijo». Y lo dijo el día que yo me quedé a comer con Ilse y el doctor Jameson, de Shrewsbury, estaba allí. Aquella tarde vi al doctor Burnley coger una de sus rabietas por algo que la señora Simms había hecho en su oficina.
Fue horrible. Sus grandes ojos amarillos destellaban y se puso a patear una silla, tiró un felpudo contra la pared y arrojó un florero por la ventana diciendo cosas horribles. Yo me senté en el sofá a mirarlo, faszinada. Era tan interesante que me dio pena que se calmara, lo que hizo enseguida, porque él es como Ilse, no está mucho rato enfadado. Pero con Ilse no se enfada nunca.
Ilse dice que a ella le gustaría que se enfadara, sería mejor porque sería una manera de prestarle atención. Ella es casi tan huérfana como yo, pobrecita.
El domingo pasado fue a la iglesia con su viejo vestido azul, que está todo desteñido. Estaba roto por delante.
Cuando llegamos a casa la tía Laura lloró y después habló con la señora Simms porque no se atrevió a hablar con el
doctor Burnley. La señora Simms se enfadó y dijo que a ella no le
correspondía ocuparse de Ilse, pero que ella había hecho que el doctor Burnley le comprara a Ilse un precioso vestido de muselina estampada y que Ilse se lo había manchado con huevo, y que cuando la señora Simms la reprendió por ser tan descuidada, Ilse se puso furiosa, fue arriba y rasgó el vestido de muselina y la señora Simms dice que ella no va a hacerse mala sangre otra vez por una niña como ella y que ahora no le queda más remedio que ponerse el viejo vestido azul pero la señora Simms no sabía que estaba roto. Entonces yo llevé el vestido de Ilse a la Luna Nueva y la tía Laura lo remendó y disimuló el siete con un bolsillo.
Ilse dijo que rompió el vestido de muselina un día en que no creía en Dios y no le importaba lo que hacía.
Una noche Ilse encontró un ratón en la cama y ¿sabes lo que hizo?, lo sacó y se acostó. Ay, qué valiente. No es cierto que el doctor Burnley no sonríe nunca.
Yo lo he visto sonreír aunque no a menudo. Sonríe con los labios, nada más, pero no con los ojos, y eso me hace sentir incómoda. Más bien se ríe con una
risa sarcástica muy fea, como el tío de Jolly Jim.
Aquel día nos dieron sopa de cebada, muy aguada.
La tía Laura me da cinco centavos por semana por lavar los platos. Sólo
puedo gastar un centavo y los otros cuatro tengo que meterlos en la hucha que hay en la repisa de la chimenea de la salita de estar. La hucha es un sapo de latón sentado encima de una caja, y hay que meter las monedas de una en una por la ranura. El sapo se las traga y caen en la caja. Es faszinante. (No debería
escribir faszinante otra vez porque tú me dijiste que no utilice la misma
palabra con demasiada frecuencia pero no se me ocurre otra para describir tan bien mis sentimientos). El sapo es de la tía Laura pero me dijo que puedo usarlo yo. Yo la abracé.
Claro que a la tía Elizabeth no la abrazo nunca. Es muy ríjida y muy huesuda. Le parece mal que la tía Laura me pague por lavar los platos. Yo tiemblo al pensar lo que diría si supiera que el primo Jimmy me dio un dólar entero la semana pasada, sin que nadie supiera nada.
Quisiera que no me hubiera dado una cantidad tan grande. Me preocupa.
Es una responsabilidad muy grande. Además, es muy difícil gastarlo con
prudenzia sin que la tía Elizabeth se entere. Espero no tener nunca un millón de dólares. Estoy segura de que me amargaría por completo. El dólar lo tengo
escondido en el estante de las cartas y lo puse en un sobre viejo y escribí «el primo Jimmy Murray me dio esto» porque así si me muero de repente y la tía Elizabeth lo encuentra sabrá que lo obtuve de una manera honrada.
Ahora que los días son más frescos, la tía Elizabeth me hace ponerme la camiseta de franela gruesa. La odio. Me hace gorda. Pero la tía Elizabeth dice que tengo que ponérmela porque tú te moriste de tuberculosis. Me gustaría que la ropa pudiera ser al mismo tiempo sana y bonita.
Hoy leí el cuento de Caperucita Roja. El lobo me pareció el personage más interesante de todos.
Caperucita era una estúpida por dejarse engañar tan fácilmente.
Ayer escribí dos poemas. Uno era corto y titulado Versos a una florecita
azul recogida en el Viejo Jardín. Aquí está:

Dulce floreciya, tu umilde rostro hacia el cielo siempre elevado
y del cielo el reflejo del rostro queda, en tu ojo azul, atrapado.
Las reinas del prado son altas y bellas,
la flor de pajarilla es hermosa también
pero mi pobre entendimiento no a ellas
sino a ti, mi flor azul, te da el victorioso laurel.

El otro poema era largo y lo escribí en una hoja. Se llama El Monarca del
Bosque. El Monarca es el abedul grande del bosque de John el Altivo. Ese
bosque me gusta tanto que duele. Entiendes ese tipo de dolor. A Ilse también le gusta y jugamos allí casi todo el tiempo que no estamos en Tansy Patch. En él tenemos tres caminos. Los llamamos El Camino del Hoy, el Camino del
Ayer y el Camino del Mañana. El Camino del Hoy está junto al arroyo y lo llamamos así porque ahora es precioso. El Camino del Ayer está entre los restos de unos árboles que John el Altivo cortó y lo llamamos así porque antes era muy bonito. El Camino del Mañana es un sendero pequeño en el claro de
los arzes y lo llamamos así porque algún día, cuando los arzes crezcan, será muy bonito. Pero ¡ay!, papá querido no me he olvidado de los arbolitos de casa. Siempre pienso en ellos antes de irme a acostar. Pero aquí soy feliz. No es malo ser feliz, verdad papá. La tía Elizabeth dice que me recuperé muy rápido de añorar mi vieja casa pero muy a menudo yo añoro por dentro. Me hice amiga de John el Altivo. Ilse es muy amiga de él y siempre va a verlo trabajar en su taller de carpintería. El dice que ya hizo suficientes escaleras como para ir al cielo sin ayuda del sacerdote pero es una broma. En realidad
es un católico muy devoto y va a la capilla de White Cross todos los
domingos. Yo voy con Ilse aunque tal vez no debería ir, ya que él es un
enemigo de mi familia. Es un hombre de un porte muy digno y modales
refinados, muy amable conmigo, aunque a mí no siempre me gusta. Cuando le hago una pregunta en serio siempre hace un guiño al contestarme. Eso es una
ofensa. Claro que nunca le hago preguntas sobre temas de relijión, pero Ilse sí. A ella le gusta él, pero dice que sería capaz de quemarnos a todos en la hoguera si tuviera poder para hacerlo. Se lo preguntó a él, directamente, y él me hizo un guiño a mí y dijo: «ah, no quemaríamos a lindas niñas protestantes como vosotras. Sólo quemaríamos a las feas». Fue una respuesta frívola.
La esposa de John el Altivo es una mujer buena y nada orgullosa. Parece una manzanita roja arrugada. Los días lluviosos jugamos en casa de Ilse. Podemos deslizarnos por la
barandilla y hacer lo que queremos. A nadie le importa aunque, si el doctor está en casa tenemos que jugar en silencio porque él no soporta los ruidos, excepto los que hace él. El tejado es plano y subimos a él saliendo por una puerta de la buardilla. Es muy emozionante estar en el tejado de una casa.
La otra noche hicimos un concurso de alaridos para ver cuál de las dos podía pegar alaridos más altos. Me sorprendió que fuera yo. Uno no sabe lo que es capaz de hacer hasta que no lo intenta. Pero nos oyó demasiada gente y la tía Elizabeth se enfadó mucho. Me preguntó por qué había hecho semejante cosa. Es una pregunta rara porque muchas veces no sé por qué hago algunas cosas. A veces hago cosas para averiguar que siento cuando las hago. Y a veces porque quiero tener cosas emozionantes para contarles a mis nietos. Es malo hablar de tener hijos. Descubrí que es malo hablar de tener nietos. Una tarde cuando teníamos visitas la tía Laura me dijo, muy suavemente: «en qué piensas tan seria, Emily», y yo le conteste: «estoy eligiendo nombres para mis hijos. Voy a tener diez». Y después de irse la visita la tía Elizabeth le dijo a la tía Laura con mucha frialdad: «creo que será mejor que en lo sucesivo, Laura, no le preguntes a esa niña en qué piensa». No me gustará que la tía Laura no me pregunte más, porque cuando tengo un pensamiento interesante me gusta compartirlo. La semana que viene empieza otra vez la escuela. Ilse le va a pedir a la señorita Brownell si puedo sentarme con ella. Yo voy a hacer como si Rhoda no estuviera allí. Teddy también va a ir a la escuela. El doctor Burnley dice que ya está bien y puede ir pero a la madre no le gusta la idea. Teddy dice que a ella nunca le gustó que él fuera a la escuela pero que se alegra de que él odie a la señorita Brownell. La tía Laura dice que la manera correcta de terminar una carta a un amigo querido es afectuosamente tuya. Así que afectuosamente tuya.
Emily Byrd Starr.
P.D. Porque tú eres todavía mi amigo más querido, papá. Ilse dice que ella me quiere a mí más que a nadie en el mundo y después a un par de botas de cuero rojo que le regaló la señora Simms.

Emily, la de Luna NuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora