XVII. Epístolas vivientes.

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Querido padre:
Tengo algo muy emocionante que contarte. He sido la heroína de una aventura. La semana pasada Ilse me pidió que me quedara una noche con ella porque su padre no estaba y no regresaría hasta muy tarde e Ilse me dijo que no tenía miedo pero que se sentía muy sola. Así que pedí permiso a la tía Elizabeth para ir. No tenía muchas esperanzas, querido papá, de que me dejara ir, porque no le parece bien que las niñas pequeñas pasen la noche fuera de sus casas pero me sorprendió y me dijo, con mucha bondad, que sí. Y después la oí decir en la despensa «es una vergüenza que el doctor deje a esa criatura tantas veces sola de noche. Está muy mal por su parte». Y la tía Laura dijo: «ese pobre hombre está desorientado. Acuérdate que no era así antes, con la esposa...» y justo cuando se estaba poniendo interesante la tía Elizabeth le dio un codazo a la tía Laura y le dijo: «chitón, las paredes oyen». Yo sé que se refería a mí aunque no soy una pared.
Como me gustaría averiguar lo que hizo la madre de Ilse. No dejo de pensar en eso cuando me acuesto. Me quedo despierta un rato largo pensando.
Ilse no tiene idea. Una vez le preguntó al padre y él le dijo, con voz de trueno, que no volviera a mencionar a esa mujer en su presencia.
Y hay otra cosa que me preocupa, además.
No dejo de pensar en Silas Lee, el que mató a su hermano en el viejo pozo. Qué mal se tuvo que sentir aquel pobre hombre. Y qué quiere decir desorientado.
Fui a casa de Ilse y jugamos en la buhardilla. A mí me encanta jugar allí porque no tenemos que tener cuidado y ser ordenadas como en la nuestra. La buhardilla de Ilse está muy revuelta y me parece que hace años que no se limpia.
El cuarto de los trastos es peor que el resto. Está cerrado con maderas, en un extremo de la buhardilla, y está lleno de ropa vieja y bolsas y trapos y muebles rotos. No me gusta el olor que tiene. La chimenea de la cocina sube por ahí y tiene cosas colgadas alrededor (o tenía). Porque todo esto es en el pasado, querido papá. Cuando nos cansamos de jugar nos sentamos en un viejo baúl y nos pusimos a charlar.
«Esto es prezioso durante el día -le dije-, pero tiene que ser terrible de noche».
«Hay ratones -dijo Ilse-, arañas y fantasmas».
«Yo no creo en los fantasmas -le dije despectiva-. No existen». (Aunque tal vez sí haya, querido papá).
«Yo creo que esta buhardilla está embrujada», dijo Ilse.
«Tonterías», dije yo.
Tú sabes, querido papá, que una persona de la Luna Nueva no puede creer en fantasmas. Pero yo me sentía muy rara. «Hablar es fácil -dijo Ilse empezando a enfadarse (aunque yo no estaba hablando mal de su buhardilla)-, pero tú no eres capaz de quedarte sola aquí de noche».
«No me molestaría para nada», le dije yo. «Entonces te desafío a que lo hagas -dijo Ilse-. Te desafío a que subas aquí a la hora de dormir y que duermas aquí toda la noche». Ahí me di cuenta de que estaba en un aprieto querido papá. Es una tontería alardear. No supe qué hacer.
Era horrible pensar en dormir sola en esa buhardilla pero si no lo hacía Ilse me lo echaría en cara cada vez que nos peleáramos, y peor aún, se lo contaría a Teddy y él iba a creer que soy una cobarde. Entonces dije, con orgullo:
«Lo haré Ilse Burnley y además no me da nada de miedo». (Pero sí me daba, por dentro).
«Los ratones caminarán por encima de ti -dijo Ilse-. Ah, yo no estaría en tu lugar por nada del mundo».
Fue una mezquindad por parte de Ilse poner las cosas peor de lo que estaban. Pero me di cuenta de que me admiraba y eso me ayudó mucho. Sacamos un viejón colchón de plumas del cuarto de los trastos e Ilse me dio una almohada y la mitad de su ropa.
Ya estaba oscuro y ella no quiso volver a subir a la buhardilla. Entonces yo dije mis oraciones con mucha atención y cogí una lámpara y la subí. Ahora estoy tan acostumbrada a las velas que la lámpara me puso nerviosa.
Ilse dijo que parecía muerta de miedo. Me temblaban las rodillas, querido papá, pero por el honor de los Starr (y de los Murray) continué. Me había desvestido en la habitación de Ilse, así que en seguida me metí en la cama y apagué la lámpara. Pero no pude dormirme durante un largo rato. La luz de la luna hacía que la buhardilla pareciera tétrica. Yo no sé exactamente lo que quiere decir tétrico pero me parece que así estaba la buhardilla. Las bolsas y la ropa que colgaban de las vigas parecían criaturas. Pensé que no tenía por qué asustarme. Los ángeles están aquí. Pero después me pareció que podía tenerles tanto miedo a los ángeles como a cualquier otra cosa. Y oía a las ratas y los ratones paseándose por allí. Pensé «y si una rata me pasa por encima», y entonces pensé que al día siguiente escribiría una descripzión de la buhardilla a la luz de la luna y de mis sentimientos.
Al fin oí llegar al doctor y después lo oí en la cocina y me sentí mejor y no había pasado mucho rato cuando me quedé dormida y tuve un sueño espantoso. Soñé que se abría la puerta del cuarto de los trastos y un enorme periódico salía y me perseguía por toda la buhardilla. Y después se prendía fuego y yo olía el olor del fuego clarito clarito y justo entonces grité y me desperté. Estaba sentada en la cama y el periódico no estaba pero yo seguía notando olor a humo. Miré hacia el cuarto de los trastos y salía humo y
vi fuego por entre las grietas de la madera. Grité con toda la fuerza de los pulmones y salí corriendo a la habitación de Ilse y ella fue corriendo a despertar al padre.
Él dijo «mierda» pero se levantó en seguida y entonces los tres nos pusimos a subir y bajar corriendo las escaleras de la buhardilla con cubos de agua; lo dejamos todo hecho un desastre tremendo pero apagamos el incendio. Eran las bolsas de lana que estaban colgadas cerca de la chimenea que se habían incendiado. Cuando terminó todo, el doctor se secó el sudor de su masculina frente y soltó:
«qué a tiempo. Unos minutos más y habría sido demasiado tarde. Hice fuego cuando llegué para prepararme un té y supongo que una chispa prendió fuego a las bolsas. Aquí veo que hay un agujero donde cayó el yeso. Tendría que hacer limpiar todo este lugar. Cómo descubriste el fuego, Emily».
«Estaba durmiendo en la buhardilla», dije. «Durmiendo en la buhardilla -dijo el doctor-, como... qué... qué hacías ahí».
«Ilse me desafió -dije-. Me dijo que me iba a dar mucho miedo quedarme de noche y yo le dije que no. Me quedé dormida y me desperté y note olor a humo».
«Pequeño diablillo», dijo el doctor.
Yo creo que es muy feo que te llamen diablo pero el doctor me miró con tanta admiración que me pareció que era un
cumplido.
Él habla raro. Ilse dice que la única vez que le dijo algo bonito fue en una ocasión en que le dolía la garganta y él le dijo: «pobre animalito» y parecía que le daba lástima. Yo estoy segura de que Ilse se siente muy pero muy mal porque su padre no la quiere aunque hace como que no le importa.
Pero, ay, papá, tengo más para contarte.
Ayer salió el Weekly Times de Shrewsbury y en las Notas de Blair cuentan todo lo del incendio en la casa del doctor y dice que fue afortunadamente descubierto a tiempo por la señorita Emily Starr. No puedo decirte lo que sentí cuando vi mi nombre en el diario. Me sentí famosa. Y nunca antes me habían llamado señorita en serió.
El sábado pasado la tía Elizabeth y la tía Laura fueron a pasar el día a
Shrewsbury y nos dejaron al primo Jimmy y a mí cuidando de la casa. Nos divertimos muchísimo y el primo Jimmy me dejó quitar la nata de todas las
ollas de leche. Pero después de comer vinieron visitas inesperadas y no había
ningún pastel en la casa. Fue horrible. Nunca había pasado en los anales de la Luna Nueva. Ayer a la tía Elizabeth le dolió una muela todo el día y la tía Laura se había ido a Priest Pond a visitar a la tía abuela Nancy, así que no se hizo pastel. Yo recé, me puse a cocinar y preparé un pastel con la rezeta de la tía Laura y salió bien. El primo Jimmy me ayudó a poner la mesa y servir la comida, y yo serví el té y no derramé ni una gota en los platillos. Habrías estado orgulloso de mí, papá. La señora Lewis se sirvió una segunda porción de pastel y dijo: «reconocería los pasteles de Elizabeth Murray aunque me los sirvieran en plena África».
Yo no dije nada por el honor de la familia. Pero me sentí muy orgullosa. Había salvado a los Murray de la deshonra. Cuando la tía Elizabeth llegó a casa y se enteró puso cara rara y probó un pedazo que había quedado y dijo:
«bueno, hay algo de los Murray en ti». Es la primera vez que la tía Elizabeth me elogia. Le sacaron tres muelas así que ya no le dolerán más. Me alegro por ella. Antes de irme a dormir cogí el libro de rezetas y elegí todas las que me gustaría hacer. Puré real, Salsa espumosa, Susanas de ojos negros, Cerdo en carroza... Nombres preciosos.
Veo unas nubes blancas vaporosas y muy bellas encima del bosque de John el Altivo. Me gustaría volar y caer enzima de ellas. No puedo creer que sean húmedas y fofas como dice Teddy.
Teddy grabó mis iniciales con las suyas en el Monarca del Bosque pero alguien las tachó. No sé si fue Perry o Ilse.
La señorita Brownell ahora casi no me pone buenas notas en buen
comportamiento y los viernes por la noche la tía Elizabeth se enfada mucho pero la tía Laura lo entiende.
Escribí una descripzión de la tarde en que la señorita Brownell se burló de mis poemas y la puse en un sobre viejo, y
escribí el nombre de la tía Elizabeth en el sobre, que guardé entre mis papeles.
Si muero de tuberculosis, la tía Elizabeth lo encontrará y sabrá la verdad y lamentará haber sido tan hinjusta conmigo. Pero no creo que me vaya a morir porque estoy mucho más gorda y Ilse me dijo que oyó que su padre le decía a la tía Laura que yo sería guapa si tuviera más colores.
Es malo querer ser guapa, querido papá. La tía Elizabeth dice que sí y cuando yo le pregunté:
«a ti te gustaría ser guapa, tía Elizabeth», pareció molesta.
La señorita Brownell le tiene rabia a Perry desde aquella vez y lo trata muy mal pero él es dócil y dice que no quiere armar líos en la escuela porque quiere aprender y progresar. Insiste en que sus rimas son tan buenas como las mías y yo sé que no y eso me esaspera.
Si en la escuela no presto atenzión siempre la señorita Brownell dice: «supongo que estás componiendo... poesía, Emily», y entonces todos se ríen. No, no todos. No debo exajerar.
Teddy, Perry, Ilse y Jennie no se ríen nunca. Es gracioso que ahora me guste tanto Jennie cuando la odié tanto el primer día de clase. Después de todo, no
tiene ojos de cerdito. Tiene ojos chiquitos pero son divertidos y brillantes.
Es muy querida en la escuela.
Al que odio es a Frank Barker. Me quitó el libro nuevo de lectura y escribió con grandes letras en la primera página.
No oses robar este librito pues el nombre de su dueña tiene escrito y cuando mueras el Señor dirá:

Emily, la de Luna NuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora