Miré asustada a William. Si a partir de ahora mi vida iba a depender de él, estaba completamente perdida.
Él me estudió con la mirada antes de hablar.
—¿Alguna vez has hecho deporte?
—No, soy una vaga sedentaria —él rodó los ojos y me miró alzando una ceja—. Hace dos años que dejé de hacer ballet.
—¡Oh, genial, una bailarina! —fruncí el ceño ante su tono sarcástico.
—¿Y tú qué haces, eh? -—o miré con expresión burlona, ya que no era precisamente el hombre más atlético del planeta.
—Soy guardaespaldas del presidente
Abrí mis ojos como platos, claramente sorprendida con la nueva información. Intenté recomponerme cuando él me dedicó una sonrisa arrogante, aunque no pude evitar perderme en sus ojos azules. Otra vez.
La sirena volvió a sonar, y miré a la pared opuesta a la puerta por la que las figuras habían salido hacía unos minutos. Sabía que mi cara reflejaba horror absoluto cuando me percaté de que la pared estaba ardiendo. El miedo me paralizó, intenté correr, salir de allí, sumarme a toda la gente que corría por salvar su vida, pero las órdenes que mi cerebro enviaba no parecían llegar a mis piernas.
—¡Abigail! —oí a William gritarme y toser a mi lado—. ¡Tenemos que salir de aquí! —intenté hacerle caso, pero no lo logré. No podía moverme.
Sentí cómo me ponía en su hombro y corría hacia la salida, mientras que yo era incapaz de apartar mi vista de las llamas. De pronto, reaccioné.
—Bájame —él obedeció mi orden inmediatamente y me dejó en el suelo, aunque me cogió la mano y tiró de mí.
Crucé el umbral de la puerta junto a William, y sería quedarse corta decir que una luz me cegó. Una gran bola de fuego, como un sol, dominaba el pabellón en el que nos encontrábamos, llenándolo de un calor sofocante.
A través de un altavoz iban llamando a las parejas elegidas para darles los detalles de su misión. Miré incómoda como William aún sostenía mi mano, y subí mi mirada hacia arriba, encontrándome con sus orbes azules, y provocando que me sonrojara y que soltara su mano.
Cuando la sala ya estaba vacía a excepción de nosotros dos, oímos nuestros nombres. Caminamos hacia una gran puerta de doble hoja, flanqueada por dos figuras mucho más grandes que el resto, ya que medían alrededor del metro ochenta. Al otro lado de las puertas, sólo había tres sillas y una mesa. Sentada en una silla, se encontraba una de las figuras.
—Sentaos —me sobresalté al oír una voz en mi cabeza, pero tomé asiento en una pequeña silla—. Sé que estáis aquí por La Gran Limpieza. Ya sabéis vuestra misión, debéis encontrar al hijo pequeño del rey. Creemos que ha sido secuestrado por un grupo de radicales, que busca llamar la atención. Ahí —señaló una puerta—, podéis coger todo lo que necesitéis —nos levantamos a la vez que la figura.
Caminamos hacia la puerta y cogimos mochilas con comida, agua y herramientas, y un mapa, por el cual William y yo discutimos, ya que los dos queríamos llevarlo, demostrando que desconfiábamos el uno del otro.
Salimos al exterior y me quedé maravillada ante los kilómetros y kilómetros de bosque ininterrumpido que se alzaba ante mí, aunque la expresión de William era muy distinta. Detrás de su intento de aparentar valentía y decisión, se podía apreciar el miedo.
—¿Estás bien? —él me miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué no iba a estarlo? —comenzó a avanzar con seguridad, aunque al llegar a la linde del bosque vaciló un poco antes de continuar.
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dream
Teen FictionUna mañana, Abigail descubre de golpe que su mejor amigo, Ray, es su ángel de la guardia. Y no sólo eso. Debe encontrar al amor de su vida y superar varias misiones, todo ello en catorce noches, para demostrarle al tío de ahí arriba que su vida vale...