AIAIGASA

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¡Hola a todos!

¡Muchas gracias de nuevo por todo su apoyo! Y bienvenidos a un capítulo algo más largo y bastaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaante bisagra XD 

De corazón, espero que lo disfruten.

¡Nos vemos pronto!



CAPÍTULO 7: Aiaigasa

Ya estaba acostumbrada a eso, a decir verdad. A arrodillarse en el asiento trasero del auto y ver por el cristal empañado alejarse la casa a la que no alcanzó a llamar hogar. Ese era uno de los mecanismos que había elaborado, ahora que se detenía a pensarlo. ¿Verdad? No encariñarse demasiado con su habitación. No decorarla. No llamar su rincón favorito a ese sitio donde le gustaba sentarse con su guitarra y tocar. No tener una tienda de libros o de música favorita en el vecindario. No ver con cariño a sus vecinos. Quizá, solo abrazarse con fuerza a sus partituras le diera suficiente entusiasmo para no entristecerse la próxima vez que ocurriera. Como venía haciéndolo desde que tenía uso de razón.

Su madre era profesora universitaria. Viajaba por todo el país, a donde un puesto de trabajo fuera suficiente para mantenerlos a los tres, y no podía culparla por querer darles una buena vida. Era su trabajo como mamá, ¿no? Y todo parecía indicar que su hermano tendría el mismo destino. Eran casí nómades de nacimiento. ¿Ella? Sonreía. ¿Qué más podía hacer? Solo juntar sus cosas, despedirse de quienes no recordarían su nombre en unos meses y subirse al asiento trasero del auto hasta llegar a su nueva casa. Por eso gritaba tan fuerte. Por eso hablaba tan rápido. Por eso estallaba frente al rostro de quien la saludaba. Era una forma de que la recordaran cuando en unos meses, desapareciera del lugar.

Y entonces, llegó a Kobe, en Hyogo. Y entonces, un muchacho le pidió desde la ventana contigua que, si le era posible, bajara el volumen de su piano. Y así conoció a Shinsuke.

Chizuru había guardado la última escobilla en el armario de limpieza cuando la piel se le erizó al sentir en el suelo las vibraciones del trueno que oyó a lo lejos. Mierda... Su madre se lo había advertido. Que llevara paraguas, le había dicho. Que iba a llover, le había dicho. Que tratara de no volver a casa como si le hubieran arrojado mil cubetas con agua, le había dicho. ¿Que hizo finalmente? Dejar su paraguas rosa ositos blancos bien ubicado sobre la colcha oscura en su habitación. Siempre donde ahora no pudiese utilizarlo. ¿Que si siempre era tan idiota? Si, bastante. Era como un acto de rebeldía contra las tres neuronas que suponía estaban en funcionamiento. Muy atrás, en las penumbras de su mente.

Sacudió la cabeza caminando hacia su mesa, tomando su bolso para usarlo en bandolera, esperando llegar corriendo antes que se viniera el cielo abajo. Y eso pensaba hacer, hasta que notó el montón de folios blancos escapando al compartimiento del asiento de Rintarou, sentado a su lado. La lección que el muchacho tenía que dar al día siguiente dependía en gran parte de esos apuntes cuidadosamente tomados con letra prolija. Debía realmente tener la mente en la estratósfera para olvidarselo. ¡Rayos! Si no las tenía, no podría repasar. Si no repasaba, no aprobaría. Si no aprobaba, no podría viajar al torneo nacional. Si no viajaba, Shinsuke se iba a poner de mal humor. Y Aran. Y Osamu. ¡Dios! ¡Atsumu haría un escándalo! No. En su mente, en ese instante, el apocalipsis se resumía a que tan rápido podía correr al gimnasio con los folios de su amigo. ¡Era necesario!

Se encogió de hombros con una sonrisa, acomodandolos con dos golpes secos en la madera pálida. ¿Qué día era hoy? ¿Martes? No tuvo club de música, así que debía ser martes. Sí, definitivamente martes. Si no recordaba mal, los martes tenía entrenamiento vespertino. Y ahora que lo decía, jamás se había acercado al gimnasio del equipo de voley desde los cinco meses que comenzaron las clases. ¡Casi se sentía como explorar territorio desconocido!

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