UCHŪ O SOKUTEI SURU HŌHŌ

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¡Hola a todos! ¿Cómo están? ¡Espero que bien! Yo terminé todas mis clases, por lo que a partir de ahora...sigo ocupada por trabajo y más estudio. ¡Pero vamo'! XD

Bueno, LLEGAMOS. THIS IS IT. El final de esta historia.

No tengo más que palabras eternas, ETERNAS de agradecimiento a todos y cada uno de aquellos que votan, que dejan palabras hermosas hasta hacerme llorar, a los que leen en silencio. Esta nunca fue pensada como una historia dramática, porque, de nuevo, EL PROTAGONISTA ES PUTAMENTE PERFECTO XD

Cuando arranqué, no creí que fuera a gustar tanto, y aún así me terminó doliendo la cara de tanto sonreír con sus comentarios y palabras de afecto. Por eso, de todo corazón y alma, espero que el final les guste.

¡GRACIAS A TODOS Y NOS VEMOS PRONTO!


CAPÍTULO 14: Uchū o sokutei suru hōhō.

Cuando Shinsuke era pequeño, solía tener un juego con su hermana mayor: contar las gotas de lluvia cayendo fuera de la ventana, identificando el impacto sobre las superficies. La distancia entre ellas. La llegada al suelo. La caía de aquellas que parecían más delgadas. El resonar de las que podían bifurcarse. Cada una de ellas producía un sonido tan único y distinto que, juraba, sonaba como un enorme xilofón afinado en una tonalidad que lo impulsaba a pensar que era una forma posible de medir el Universo. Porque así era: a los diez años, Shinsuke Kita solía preguntarse cómo medir el universo.

El día que su hermana se graduó de secundaria, supo los años que habían pasado desde la primera vez que ese juego se había dado entre ambos. Cuando su pequeño hermano llegó al mundo, supo que a partir de ese instante, la medición sería distinta. La sonrisa de su padre al salir de casa hacia su trabajo. La de su madre al explicarle que se mudarían pronto. Su propia decisión al quedarse en Kobe junto a Yumie. El golpe al alma por la pérdida de su abuelo. Y cada día tras día que acostumbró su cuerpo a un régimen de aprendizaje para transitar cada año que pasaba. Hasta que finalmente, la idea de medir el Universo le pareció tan lejana e irrisoria que se perdió en las profundidades de su mente. En aquel lugar que sólo visitaba cuando dormido, pensamientos inconexos le recordaban lo que ocurría en él.

Shinsuke Kita supo en plena conciencia que el universo no podía medirse de una forma convencional, porque sus variables siempre estarían en constante movimiento. Siempre cambiando. Siempre corriéndose de lugar. Lo entendió cuando lloró al recibir su camiseta con la dorsal de capitán en su tercer año en Inarizaki. Lo supo cuando el esfuerzo de sus estudios le dieron la aprobación perfectas de las asignaturas en su primer año de universidad. Lo supo cuando su madre le dijo que su hermana iba a casarse. Lo supo cuando los gemelos y Suna y su equipo llegaron hasta cuartos de final en su último año de preparatoria. Lo entendió ahora que las flores de cerezo se confundían con esos copos de nieve tardíos en las calles y cubrían la acera con un manto puro. Lo comprendió oyendo con absoluta vehemencia y adoración el sonido escapado de los dígitos de su novia al finalizar el vals de la Primavera de Chopin, sentada frente al gran piano sobre el escenario que presentaba el festival abierto del club de Música en Inarizaki. Porque por más que había tocado para él una y mil veces, deleitado a su abuela con melodías de su infancia y sentido en carne propia como podía arrancarse el alma del cuerpo para transmitirla al marfil blanco donde posicionaba sus delgadas manos, verla bajo los reflectores emulando un halo de luz era más de lo que podía soportar.

—¿Estás llorando?

La voz de Aran de pie a su lado sonó como dentro de una burbuja cristalizada. Del mismo tipo que ahora notaba, caían de sus lagrimales. Solo cuando desvió la mirada ambarina al perlado rostro moreno logró sonreír ante la visión que le devolvía la leve penumbra del auditorio de su ex colegio.

KomorebiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora