KITSUNE NO YOME IRI

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¡Hola a todos! ¡¡NO PUEDO DEJAR DE SONREÍR CON TANTOS MENSAJES DE APOYO!! ¡¡GRACIAS POR MILLONES!! No saben lo feliz que hacen a esta pobre ficker entrada en años jajajaja

¡Jebús! ¡Este capítulo fue largo! Y difícil. Y bisagra. Y DIFÍCIL.

Espero, de todo corazón, que les guste. De verdad, quiero pensar que mantuve a todos en personaje. Pero es que Kita aparte de un príncipe nevado y perfecto es un hijo de puta a la hora de escribirlo porque no tenemos mucho de él en el manga. Más allá de que es un príncipe nevado y perfecto.

¡Espero que lo disfruten! ¡Nos vemos pronto!




CAPÍTULO 8: Kitsune no yome iri

Chizuru Yuzuhiha solía ver todo a su alrededor de la misma forma en que hablaba: a toda velocidad. En colores brillantes y luminosos. Las formas diluyéndose en un mar embravecido. Las voces fuertes, ensordecedoras, y de repente, distantes. Como si hubiese pasado por su lado a toda velocidad, sin detener el paso, quedando en el olvido como una frase en el viento. Palabras olvidadas a celeridad inconcebible, porque así había vivido desde que era niña. Por eso, era difícil moldear su carácter de otra forma al que había conseguido. Como una centella de luz cegadora que parecía llevarse todo puesto con una sonrisa contagiosa. Rápida. Veloz. Nunca quieta.

Eso era Chizuru: la marea constante, sin posibilidad de medirla. Un huracán que cambiaba de dirección sin preguntar, siempre sonriendo. ¿Su madre? Sonreía. ¿Qué más podía decirle? La había obligado a mudarse por necesidad más veces de las que podía contar a una edad en la que no lograba adaptarse tan pronto como quería. La diferencia de edad con su hermano hacía difícil una conexión emocional profunda para comprenderla. Por eso, quizá, entendía como se perdía entre partituras, instrumentos y gritos risueños cuando algo le gustaba. Como si la costumbre de trepar árboles en verano se plantara en sus huesos y evolucionara con la edad, sin perder jamás el toque histriónico que la caracterizaba.

Eso era Chizuru: la marea constante, sin posibilidad de medirla. Un huracán que cambiaba de dirección sin preguntar, siempre sonriendo. Por eso, quizás, Shinsuke Kita provocó ese efecto en ella. Porque su madre lo notó tan pronto como la joven pasó más de dos días de invierno en casa de Yumie, tocando el piano para ella como obsequio y disculpas en igual medida. Cuando regresó sonriente como siempre y entre el torrente de palabras, filtró el nombre del amable y respetuoso muchacho que vivía justo en la casa de al lado. Así, supo que algo había cambiado.

Porque cada vez que Chizuru abría la boca estando en casa, era para reír. Mencionar al grupo de amigos que había hecho en el club de música. Sus compañeros de banco a los que parecía volver locos. Y al muchacho con quien la escuchaba charlar desde temprano, cada mañana caminando a clases. Su madre se daba cuenta. Su hermano se daba cuenta. Y quizá, hasta ella se había dado cuenta. Que podía llamar amigo a cualquiera de ellos. Menos a él.

Cuando agosto llegó, también lo hizo el torneo nacional. El último en el que participarían los alumnos de tercero. El último de Kita, Omimi y Aran. Por eso, y pidiendo permiso a su madre, viajó a Tokio junto a Yumie. Era una buena compañía para ella también, ¿verdad? Desde luego. Porque las risas no faltaron y siempre podían contemplar una taza de té como si se equipararan en edad. Y fue cuando, realmente, lo vio jugar.

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