SAKURAFUBUKI

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¡Hola a todos! ¿Cómo están?

No se como puedo agradecer todo el amor que recibo día a día. El solo hecho que lean esta historia me pone tan feliz como no lo puedo dimensionar. Y saber que les gusta tanto me hace continuarla queriendo y esperando que sea de su agrado. Porque lamentablemente, solo le queda un capítulo para terminar.

Es una historia que, confieso, no sabía como encarar al principio. Kita es un personaje HERMOSO, pero es tan putamente perfecto que no tiene conflicto alguno. Por eso, traté de guiar la historia como un viaje personal del príncipe nevado, más que un dramón como otras que he hecho. ¡Espero haber hecho algo de calidad!

De nuevo, GRACIAS por todo. Escribir con un OC es algo que, para los fickers, infiere que tendremos pocos seguidores. Por eso trato de esforzarme en no hacer a ninguna de ellas una Mary Sue. ¡GRACIAS por continuar conmigo y ayudarme a crecer!

Sin más que decir, ¡espero que les guste!






Time it took us
To where the water was
That's what the water gave me
And time goes quicker
Between the two of us

"What the water gave me", Florence and the Machines



CAPÍTULO 12: Sakurafubuki

Shinsuke Kita nunca se ponía nervioso. ¿Por qué lo haría? El voleibol era parte de lo que consideraba el día a día en su vida. No le era distinto a sus tareas cotidianas. No había diferencia entre sus entrenamientos y un partido con levantarse y limpiar su alcoba. Con estudiar. Con ayudar a su abuela. Con caminar por la calle al atardecer luego de un día de clases. Porque todo se había hecho a base de esfuerzo y repetición y disciplina.

Y ahora, mientras estaba de pie al costado de la duela observando a sus compañeros jugar contra la Preparatoria Karasuno, no podía sino reafirmarlo con cada fibra de su ser: porque la rutina a la que Shinsuke Kita se había acostumbrado también incluía esto. Incluía ver los movimientos precisos de Atsumu alcanzar un balón y colocarlo con una precisión maquiavélica en las manos Aran, Osamu o Suna. Era ver al muchacho de negros cabellos brillosos bloquear al oponente como un muro de hielo antártico. Era observar a Aran ser una estrella tan brillante como el Sol y al segundo siguiente tener un colapso nervioso por alguna frase involuntaria del mayor de los gemelos Miya.

Shinsuke Kita sabía muchas cosas, ciertamente. Conocía su día con precisión milimétrica desde el alba hasta el ocaso. Conocía sus propios movimientos como los engranajes de un reloj suizo, de esos que decían, eran los mejores del mundo. Conocía los aplausos del amable señor que siempre llevaba a su abuela a sus juegos. El silencio cálido de Yumie esperando para que él saliera a la cancha. Los gritos de su novia alentandolo y a sus amigos con aullidos casi guturales que la diferenciaban de las niñas con abanicos que siempre los seguían. Todo eso, era lo que sabía. Y una cosa más: sus compañeros eran increíbles.

Como seis gladiadores en cancha y sus soportes esperando para dar las estocadas letales. Todos jugaban un papel importante, y Shinsuke Kita lo veía con la claridad que se tiene cuando el sol ilumina la pradera durante la mañana. Y desde su posición, como capitán silencioso, podía entenderlo todo. Observando las espaldas imponentes de los monstruos que eran sus compañeros. El orgullo quemando su pecho, aún de pie en la zona de intercambio. Porque esa era su labor. La necesidad de si en un partido. El guardián oculto de las estrellas más brillantes que danzaban al ritmo de Atsumu Miya, tan sonriente como el sol que realmente era, opacando todo con sus solos movimientos. Y cuando su turno llegó no fue para brillar en solitario. No fue para tener un punto más o humillar a un adversario digno. Cuando Shinsuke entró en un intercambio con Ren Omimi, lo hizo porque el equipo lo necesitaba. Porque el mayor de los Miya había perdido inconscientemente el control de sus propios pensamientos, como una enorme máquina que solo necesita un ajuste. Tan ínfimo, que la gran mayoría de quienes estaban presentes no notaron su presencia más que por las recepciones certeras, por su número en la dorsal, por el cabello gris brillando a los reflectores lumínicos. Pero esa era su misión: unir al equipo. Volverlo a la línea. Sacarlo del bache en el camino para que sus compañeros siguieran explotando como lo que eran: los más grandes retadores.

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