6. Los recuerdos revuelan

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Kiel supo que, la vez anterior, todo había terminado muy mal.

Siempre lo hacía.

Pero aquella vez terminó aún peor.

Jennie nunca sospechó, no por mucho tiempo. Para ella, que su tímida hermana y su dedicado esposo se llevaran bien era una bendición.

Jennie era bondadosa, cándida y hermosa, pero nunca fue su Luna, nunca fue Athanasia.

Kiel no se arrepentía de engañarla todas esas veces.

Era un secreto bien guardado, que ni los sirvientes más íntimos conocían.

Una princesa bastarda y un príncipe consorte casado con la princesa legítima teniendo un aventura.

Eso sería un escándalo.

Más que ello, sería una blasfemia contra el mismísimo Emperador.

Un pecado digno de la muerte.

En su inocencia, creyeron nunca ser descubiertos. ¿No había pasado eso ya tantas veces? ¿No habían logrado llegar a la vejez engañando al destino y al imperio entero, incontables veces atrás?

La vez antepasada se amaron con brevedad, entre descuidos de la corte, Athy nunca se caso, Jennie y Kiel nunca tuvieron hijos. El día en que Ijekiel murió, Athanasia también lo hizo, el imperio de Obelia no tuvo un heredero.

Pero esa vez, aquella última vez, se habían descuidado.

Tal vez fue el anhelo, el saber que podrían amarse solo a escondidas, la impaciencia de saber que morirían queriendo estar juntos unos minutos más, insatisfechos de los besos breves, de las caricias efímeras.

Se apresuraron a entregarse el uno al otro, en cada pequeña brecha de tiempo que aquel cruel mundo que los separaba les permitiera.

Fue obvio, el Emperador se dio cuenta.

Athanasia en realidad no era amada como una princesa ni como una hija, entonces, ella simplemente fue mandada a la horca por traición. Kiel lloró, lo último que vio de su Luna, de sus hermosos ojos azul diamante, fueron lágrimas y desesperación.

Los separaron en el primer momento que los encontraron juntos, sus dedos se rozaron al separarse, y fue lo último que Kiel sintió de su amada.

Ni siquiera los sollozos de Jennette por su hermana y esposo ablandaron al Emperador. Y, al siguiente día, frente a los ojos llorosos de Jennette, ambos murieron.

Esa fue la vez pasada.

Como el Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora