14. Pero también ha decidido no permitir que dejemos de amarnos.

1K 99 19
                                    

"Aconteció que en el principio de los tiempos, al ver a los humanos amarse. Los primeros amantes de este universo, el Sol y la Luna, desearon ante Dios volverse humanos para estar finalmente juntos.

Celosos, los demás astros clamaron por justicia y reclamaron que aquellos dos amantes sufrieran un poco de lo que ellos sufrían, ya que no eran capaces de amar.

Entonces Dios hizo caer su estrella más amada y los puso entre ambos. Sólo el tiempo, mil veces repetido, le daría la razón al amor del Sol y la Luna. Sólo ellos y su verdadero amor lograrían romper la maldición que los envidiosos pusieran entre ambos.

Ese día, la estrella caída sería capaz de amar y el sol perdido guiaría a la Luna hacía su verdadero Sol"

"¿Qué es esto?" Athanasia se preguntó. ¿Qué clase de extraño cuento infantil Lucas estaba dándole luego de desaparecer por semanas justo después de haberse confesado el uno al otro?

Ella cerró el libro delgado y miró la delicada portada, el intricado grabado de un sol floreciente rodeado de una luna cumpliendo sus fases y adornado por joyas pequeñas le parecía familiar.

¿No había visto a Kiel una vez leer ese libro? A ella le había parecido algo curioso que el estudioso Ijekiel se entretuviera leyendo algo tan simple, pero lo dejo pasar.

Ijekiel. Él regresaría de Atlanta muy pronto.

Por alguna razón, alivio se albergaba en el corazón de Athanasia al pensar en eso.

Una vez lo había querido, cuando era sólo una adolescente tímida y soñadora.

Ahora, aunque aquel tiempo estuviera separado del actual sólo por cuatro años de diferencia, se sentía como una eternidad.

Aun así, un irremediable cariño la embargaba al pensar en él y en su vuelta a Obelia.

"Hasta que mi luz se extinga"

¿Huh? ¿Qué era eso? ¿Alguien había hablado recién o era sólo su imaginación?

Bufando, Athanasia puso el delicado libro en su mesita de noche y se dispuso a dormir.

Soñó con mil soles, mil puestas de sol, soñó con ocasos interminables, y con los ojos dorados de un hombre que siempre amo.

Soñó con Ijekiel, sus mil vidas, sus mil amores, sus mil desgracias.

Soñó con su promesa.

"Te amare, no importa cuán desgraciada sea esta vida y la siguiente.

Te amare, hasta que mi luz se extinga

Te amare hasta que mi alma se marchite

Hasta que ocurra nuestra última vida.

Te amare"

Los votos de amor de unos esposos eternos, dispuestos a sufrir por su amor.

Finalmente, Athanasia se despertó en plena alba, llorosa y desesperada, recordando, esta vez, por última vez.

Ijekiel.

Su Sol.

Su amante.

Su confidente.

El padre de su única hija.

Su compañero eterno.

Ijekiel.

Athanasia corrió a su escritorio y escribió una carta esa madrugada.

"Un amor eterno florece, entre suspiros de media noche, entre llantos pausados. Las estrellas se alzan ante nuestro amor y caen sus estelas sobre nuestras heridas abiertas. Los amantes se encuentran mil veces y los recuerdos revuelan, otras mil veces más.

Y todo se repite.

Pero nunca es suficiente. Nunca es suficiente amor, nunca es suficiente dolor.

¿Quién decide allí arriba?

¿Quién es el que está en lo alto?

Que ha decidido separarnos, pero también ha decidido no permitir que dejemos de amarnos."

"He recordado, Ijekiel." Decía la carta, al finalizar el poema. "Las estrellas que no separaban ya no están entre nosotros. Vuelve a mí, Sol mío".

Kiel leyó esa carta dos días después, y arribó a Obelia tres días antes de lo planificado.

Cuando él bajo del carruaje, adulto, sonriente y bien vestido. Con ese traje blanco que combinaba con su cabello y aquellos ojos dorados brillando como sólo el Sol podía hacerlo, Athanasia lo supo.

Era él, siempre había sido él.

Él sonrió, mirándola fijamente, y se inclinó.

—Gloría a la Luna de Obelia y a su hermana, la estrella de Obelia—exclamó, Jennette, desconcertada, vio a su hermano postizo con extrañeza. ¿Por qué llamaba a Athy "luna" si ella no era ninguna Emperatriz, al menos, no aún?

Athanasia, sin turbarse, descendió por las escaleras con su hermoso vestido azul medianoche y le sonrió.

—Gloria al Sol de Obelia, que regresa finalmente.

Esa vez, Jennette chilló.

¡¿Por qué ella clamaba el título del Emperador a Ijekiel?! ¿Es que acaso...? ¿Podría ser...?

Ijekiel puso una mano suave en la mejilla de Athanasia, tomó su mano y le besó. El beso más dulce y cándido que Jennette alguna vez pudiera ver en su vida.

Ella exclamó.

—¡Yo lo sabía!—y se congratuló, porque, finalmente, ella tampoco sufriría.

Esa fue la última vida. La vida en la que una estrella caída encontró el verdadero amor, en la que la Luna y el Sol al fin pudieron tocarse sin sufrir, la vida en la que un Sol perdido guió a la Luna a su verdadero amor y luego, amó.

La vida en la cual nadie, ni la pequeña estrella de ojos azules, y rizado cabello blanco, sufrió.

En los libros de historia se contaría sobre aquel Emperador y  aquella Emperatriz.

Ijekiel y Athanasia Day Obelia.

Aquellos  amantes que fueron como el Sol y la Luna.

Aquellos  amantes que fueron como el Sol y la Luna

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Como el Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora