10. Nunca es suficiente dolor

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Aún así, ¿no todo tenía su mal final para los dos?

A los veintres años, un año exacto desde su llegada, Athanasia se embarazó.

"¿Pero de quién?" Exclamó la corte entera. Su esposo estaba a miles de kilómetros, en el Imperio de Atlanta, no tenía una relación intima con ningún caballero de la corte, a excepción de...

—Es de él—las damas chismosas susurraron. Al ver a Ijekiel pasear por los pasillos del palacio.

—Cuando nazca y a él se parezca. ¿Qué hará Su Majestad con esos tres?

Kiel hizo oídos sordos y, supo, no podía permitir que las manos de Claude llegaran a ellos...

No una vez más.

A los veinticuatro años, Athanasia dio a luz a una niña de cabello blanco y hermosos ojos azul diamante.

Jennette lloró hasta quedar dormida ese día, destrozada por una traición que, de nuevo, nunca esperó.

Todos miraron a Ijekiel, y él no mostró vergüenza por la noticia.

En secreto... él estaba tan feliz.

Finalmente, por una vez, su amor había dado un fruto. Algo que alzar entre sus brazos y llamar suyo.

Kiel no se arrepintió.

Cuando los hombres del Emperador fueron a buscar a la princesa traidora, Athanasia ya huía con su hija al reino de Anatolia. Ijekiel se quedo atrás, dispuesto a borrar las huellas de su partida el suficiente tiempo como para que huyeran con éxito.

Su amada amante e hija.

¿No era una alegría que al menos su Athena viviera por primera vez en su desgraciada historia de amor?

Cuando llegó a Anatolia, Athanasia supo por rumores del Príncipe traidor que murió en la guillotina, torturado y humillado, por traicionar a la hija favorita del Emperador de Obelia.

—¿Y de la princesa traidora y su bastada?

—Nadie sabe de ella.

—Se la ha llevado el viento.

Las voces indiferentes de las calles susurraron.

Huyendo todo el tiempo y expuestas a las inclemencias de una mala vida, Athanasia apenas pudo hacerse cargo de su hija. Entonces, a los dos años, la dulce Athena, el fruto de su amor, murió, y una estrella menos brilló en el firmamento a partir de ese día.

Para ese entonces Athanasia no tuvo más por qué vivir.

Su amado.

Su retoño.

Ambos arrancados de sus brazos por la maldición que un par de celosas estrellas decidieron para ella.

Pues que fueran esas mismas estrellas las que la vieran morir una vez más.

Así terminó otra vida.

Otra de mil que contar.

Como el Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora