A los veintitrés, Ijekiel tuvo su primer hijo en toda la historia de sus vidas.
Un hijo imperial fue alzado entre los nobles que asistieron al parto. Él chilló, llorando entre las manos de la partera, sus mejillas rojas, su cabello blanco como una mota en su cabeza.
Cuando se lo entregaron a Kiel, el joven príncipe abrió los ojos y le mostró unos brillosos irises de joya azul.
No pudo evitar pensarlo, no pudo evitar compararlo.
"Así serían los hijos que Athanasia y yo pudimos haber tenido"
Fue Kiel quién lo presentó ante el Emperador, cuando Jennette descansaba y él le concedió el nombre de Antón.
Antón, el nombre inmortal de un hijo que no amaba.
A los veintidós, Athanasia volvió para conocer a su sobrino.
La Princesa olvidada arribó al palacio como una flor, engalanada en los cuidados y amoroso trato de su esposo.
Todos murmullaron con sorpresa lo hermosa que estaba.
Todos excepto Kiel, él ya sabía que era hermosa, siempre lo sabía, desde el primer día hasta al último, y luego de vuelta.
Se vieron de nuevo, en un encuentro no planificado, en el pasillo más olvidado, el día menos esperado.
Kiel venía de la biblioteca.
Athy de ver a la nueva madre con su bebé.
Ninguno de los dos espero que, al cruzar el pasillo, verían a los ojos al amor de su vida.
—Principe Alfierce—Athanasia suspiró, su belleza de una rosa deslumbrado el oscuro pasillo, tenue y delicada, como el brillo de la noche.
Nadie podía culpar a Ijekiel, fueron muchos años, y su amor quemaba, como cada parte de su cuerpo, como su corazón ardiente.
—No es necesaria tal formalidad—él sonrió. Qué hermosas eran sus sonrisas, que galantes sus ademanes, llenaba todo con luz, cálido y esplendoroso.
Él era un Sol.
Athanasia casi podía sentir su risa reverberando en sus oídos, sus ojos dorados entrecerrándose al sonreír y esa particular forma de enderezar los hombros al hablar.
Su Sol.
—Regreso de las habitaciones de Su Alteza Jennette, vuestro hijo crece cada día más saludable.
Ante la mención de su hijo, los ojos de Kiel perdieron brillo.
—¿Es así?—él suspiró, más que un padre entusiasmado, pareció un hombre condenado a la horca.
Una vez lo fue.
Athanasia cerró los ojos y se tragó el recuerdo amargo.
—Sí, será un heredero digno del Imperio.
Kiel no quería un heredero digno del Imperio.
Él quería hijos de su Luna.
Tantas vidas, tantas vueltas en el mismo cielo, y nunca tuvieron un hijo.
Ni una estrella, ninguna de ellas era suya.
—¿Aún recuerdas?—él susurró, un susurro que se perpetuaba en el tiempo, mil veces, eternamente, desde que abrieron los ojos por primera vez hasta la vida en que les tocara cerrarlos por última vez terminara.
Athanasia se congeló, como si le hubieran dado un golpe y, sin previo aviso, una lágrima corrió por su mejilla.
—Hasta que mi luz se extinga—ella sollozó, escondiendo su rostro entre sus manos.
—Hasta que mi alma se marchite—él le sonrió.
Ella lloró, y él la tomó entre sus brazos.
Fueron uno del otro de nuevo esa noche, nadie podría culparlos.
Era el pecado para el que habían sido hechos.
Era la maldición que les permitía vivir.
Esa noche, el error se volvió a repetir.
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Como el Sol y la Luna
Fiksi PenggemarDesde el primer día en que la princesa Athanasia ve a los ojos a Kiel, desde el primer momento en que su figura se ve reflejada en pupilas doradas llenas de anhelo y su corazón late a causa de ello. Desde ese momento... Athanasia mira una infinidad...