Capítulo IV

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Capítulo IV

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Capítulo IV

El domingo por la mañana amaneció más luminoso de lo que él recordara. Steve se desperezó en la cama y estiró su brazo a un costado, esperando sentir el cuerpo tibio que había dormido con él. No lo encontró. Se sentó de golpe, buscándola con la mirada, pero ella no se encontraba por ningún lado. Un peso se le instaló en el pecho y en la boca del estómago, como si hubiera tragado una piedra. Por primera vez en esos días pensó que ella en algún momento desaparecería, que no permanecería siempre a su lado y eso, sorprendentemente, le dolió más que el abandono de su esposa. La certeza de aquel pensamiento lo sorprendió y lo asustó al mismo tiempo.

Él no podía gustar de ella, ¿verdad? Es decir, Natasha era una persona con la que fácilmente podías encariñarte, incluso enamorarte; pero ella era una bendición pasajera. ¿Se habría ido ya? De pronto llegó a sus fosas nasales el olor a pan quemado. Sonriendo, curioso, se levantó y se dirigió a la cocina. Allí estaba Natasha, enfundada de nuevo en una de sus camisas. Tenía la cocina hecha un desastre, pero, sobre la mesa, había puesta una sartén con huevos resecos, café recién preparado y ahora peleaba con una sartén con tostadas francesas. Steve no pudo más que soltar una risita y acercarse a ella, rodeándola por la cintura mientras apoyaba su barbilla en su hombro. Esa, definitivamente, era una imagen a la que podría habituarse.

⸺ ¿Necesitas ayuda? ⸺ ofreció, a lo que ella asintió y se reclinó contra su pecho, suspirando al ver su sartén quemada.

⸺ Sí... esta cosa es extraña de manejar, Steve. No supe usar eso⸺ apuntó a una malograda tostadora que seguramente debería tirar⸺ y quise hacerlas aquí, pero no quedan como se veían en la revista...⸺ explicó, alzando desde el mesón la mencionada revista. En ella aparecía la fotografía a todo color de un desayuno continental, apetitoso y brillante como todo lo que anunciaban en las revistas.

Steve sonrió al ver el esfuerzo que ella intentaba hacer, estrechándola un poco más contra su cuerpo. ¿Cómo alguien podía ser tan jodidamente encantador? Ella no intentaba conquistarlo, sólo quería ser amable y aquella entrega sin condiciones era la que estaba volviéndolo loco y poniendo su mundo de cabeza. Ninguna mujer con la que hubiera estado antes (Sharon) había hecho algo así por él. Natasha sinceramente quería hacerlo sentir bien y él no podía evitar caer ante aquello. Conmovido, le besó la mejilla con mucha suavidad y se apartó, sonriente.

⸺ Siéntate, yo termino con esto, ¿sí? ⸺ ella obedeció y cogió su preciosa revista, yendo a sentarse a la mesa con una taza de café en las manos.

Steve quitó los utensilios sucios de la cocina y comenzó a preparar un nuevo desayuno, totalmente concentrado en su tarea. La pelirroja lo observó en silencio unos minutos, siguiendo sus idas y venidas con ojos atentos. Le gustaba verlo. Le gustaba el suave movimiento de sus músculos bajo la piel tirante de su espalda desnuda, la manera en que se movía, en que entrecerraba ligeramente los ojos cuando pensaba en algo, la forma en que el cabello le caía sobre la frente cuando se inclinaba. Debía reconocer que aquella había sido su mejor asignación. Diseñar vestidos y carruajes para muchachitas bobaliconas que sólo querían casarse no era lo suyo.

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