Capítulo VIII

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Capítulo VIII

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Capítulo VIII

Cuando Steve despertó, pasaba del mediodía. Se levantó de golpe al verse solo en la cama y se enrolló la sábana alrededor de las caderas para salir a buscar a Natasha por la casa, con el corazón en la mano. "No puede irse sin decir adiós..." pensó, mientras abría la puerta del baño, buscándola. "No, no, aún no..." suplicó mentalmente y salió a la sala, desde donde el aroma a lo que parecía tocino quemado lo recibió. Apresuró sus pasos a la cocina y encontró allí a la chica, de nuevo enfundada en una de sus camisas tarareando entre dientes. Ella tenía un plato con tocino sobre cocinado sobre la mesa, huevos secos en una sartén y tortitas de todas las formas y colores en otro plato. Se notaba que se había esforzado mucho en preparar la comida para él y aquello lo conmovió profundamente. Se acercó a ella en silencio y la abrazó por la espalda, hundiendo el rostro en su cuello.

⸺ Buenos días...⸺ musitó contra su piel y ella dejó escapar una risita que resonó contra su espalda, tirando los hilos de su sonrisa.

⸺ Serán buenos cuando esto deje de darme problemas...⸺ respondió, intentando voltear una nueva tortita de forma dudosa.

⸺ ¿Quieres que te ayude? De todos modos, se ve delicioso...⸺ respondió y procedió a reemplazarla frente a la estufa para ayudarla a terminar el desayuno. Mientras las tortitas se terminaban, la observó de reojo comer una fresa desganadamente y suspiró. Aquel era su último día y aún no se lo podía creer⸺ Pensé que ya te habrías ido...⸺ comentó al aire y la escuchó suspirar de inmediato.

⸺ No me iría sin decirte adiós⸺ fue su escueta respuesta y él no pudo más que sonreír con tristeza.

Desayunaron entre bromas y un buen humor forzado. La inminencia de su partida los tenía a ambos tristes, pero, intentaban no manifestarla para no arruinar la atmósfera de paz que se había instalado entre ellos desde que compartían el techo. Era esa paz, esa tranquilidad que la acompañaba que hacía lamentar su partida a Steve. Era más que el sexo lo que extrañaría, pese a que éste había el mejor de su vida. Era la compañía, las risas, sus ojos brillantes y curiosos, su amabilidad intrínseca, su mirada traviesa, su risa coqueta. Iba a extrañar su calor en su cama, su presencia que llenaba el departamento, su risa cantarina. Eran esos los detalles que más echaría en falta, mucho más que a la amante entusiasta y divertida que ella había demostrado ser.

Cuando terminaron de comer, ya pasaban las dos de la tarde y el silencio cayó sobre ellos como una cortina pesada y asfixiante. Sin decir nada, Natasha lo tomó de la mano y lo llevó con ella de regreso al cuarto, recostándose sobre la cama y alentándolo a hacer lo mismo. Una vez lo tuvo acomodado, le quitó la sábana que lo cubría apenas y se despojó ella misma de la camisa que le había robado un par de horas antes. Sin ser capaz de decir nada, se acurrucó contra su cuerpo desnudo y le acarició el rostro despacio. Pasaron mucho tiempo así, sólo acurrucados el uno contra el otro, observándose sin decir nada. Para Steve, lo que había comenzado como una aventura loca y sin sentido, se había convertido en lo mejor que le había pasado en la vida.

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