2.

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Mi nombre es Amelia. ¿Escuché que has estado buscándome?

Marina se levantó del lugar donde estaba con las niñas cuando el móvil se me resbaló de las manos y cayó en el piso de madera. Mis palmas demasiado sudorosas como para sostenerlo y mi mente muy acelerada como para pensar en atraparlo.

— Luisita, ¿estás bien? —Niego— ¿Qué pasa?

Mis ojos están aún muy abiertos por la revelación de quien llamaba. Sin pensarlo, tomo el móvil de la mano de Marina y lo pongo en mi oreja.

— ...gues ahí? —Alcancé el final de la pregunta.

— Sí, sí, sigo aquí. Realmente no sé qué decir ahora mismo. —Tartamudeo, haciéndole señas a Marina con las manos para que se lleve a las niñas de la sala. La escucho decirles que terminen de pintar en su cuarto, cosa que no tienen permitido, y que Luna gentilmente le recordó.

Yo tampoco, si te soy honesta. —Ríe. Una pausa llena el aire, una sonrisa formándose en mi rostro.

Marina vuelve a la sala, guiándome hacia el sofá.

— ¿Cómo has conseguido este número? —Pregunto.

Oh, Dios, ¿no querías que te llamara? Lo siento mucho, yo pensé...

— No, no, Amelia. —Los ojos de Marina se abren ampliamente al reconocer el nombre— He estado tratando de encontrarte por meses. Es sólo que no esperaba recibir una llamada tuya, por eso estoy en shock. —Le expliqué.

Perdón por shockearte, entonces... y hacer que tirases el móvil. Espero que tu suelo no se haya dañado.

— ¿Mi suelo? ¿No querrás decir mi móvil?

No, los suelos son más difíciles de reemplazar.

— Vaya... —Me río—. Supongo que tienes razón. Esto es algo irreal para mí. No puedo creer que esté hablando contigo.

— ¿No puedes creerlo? —Pregunta, incrédula—. Yo no puedo creer que alguien quisiese mi donación, mucho menos encontrarme.

— Tienes una hija preciosa. —Escupo.

Joder, ¿por qué dije eso? Ni siquiera sé si llamó porque está interesada como yo, o para pedirme que parara de buscarla. ¿Por qué asumí que...

Me alegra escuchar eso. —Interrumpe mis pensamientos. Su voz llena de tristeza, como si estuviera llorando—. Estoy muy feliz de escuchar eso. —Definitivamente está llorando.

Lágrimas llenan mis ojos y antes de que me dé cuenta, ambas estamos llorando en el móvil. No estamos diciendo nada, solo llenando el silencio con sonidos nasales y respiraciones profundas. Marina me ofrece un pañuelo y me pide que ponga la llamada en alta voz, pero me niego.

— Y ella es tan inteligente, graciosa. Es malditamente descarada, algo que debería agradecerte a ti. —Ambas convertimos el llanto en pequeñas risas—. Ella ha estado preguntando por ti.

¿Por eso has estado buscándome? —Asiento, sin pensar que ella no puede ver mi respuesta, hasta que Marina me hace hablar.

Me aclaro la garganta.

— Sí. Es decir, yo siempre tuve curiosidad, pero ella está muy desesperada por conocerte y eso me dio el empujón para empezar el proceso. Espero que eso no haya sido un problema, odiaría ser una molestia y...

No, no, está bien. Honestamente, cuando doné, me hice amiga de una de las enfermeras que trabaja allí. Tal vez suene un poco incómodo, pero tuve que explicarle a ella qué hacía una mujer ahí con intenciones de donar. Me apoyó mucho y estaba siendo muy curiosa también, como sospecharías. —La dejo explicar—. Y pues... ella me ha contactado anoche, explicando que una amiga suya ha estado preguntando por mí. Me ha explicado la situación, tu situación. Siento haber sido difícil de encontrar. He permitido que dejasen mi número de teléfono en caso de que esto pasase, pero no pensé que aún con eso sería tan difícil encontrar mi información.

La Donante (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora