31. Epílogo

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Bueno, pues lastimosamente esta preciosa historia ha llegado a su fin. Sólo queda decirles gracias, mil gracias por la acogida y por todos esos lindos mensajes. Publicar esto ha sido una de las mejores decisiones de mi vida, ¿por qué? Porque me llevó a ustedes, porque sin ustedes nada de esto tendría sentido. He pasado los mejores días de mi vida intentando reflejar a la Luisita y la Amelia que conocemos en estos escritos, y los esfuerzos han valido cada segundo, y la razón son todas y cada una de ustedes. Una vez más, agradezco a la vida por haberme puesto donde estoy, rodeada de tan bellas personas que día tras día esperan una actualización. Las palabras se me quedan cortas para expresar todo el remolino de emociones y experiencias que han venido a mí desde que emprendí este viaje, así que, sin nada más que decir, me despido, pero con una adiós colmado de esperanzas. 

Les llevo en el corazón. Desde Colombia, con todo el cariño del mundo para ustedes, se despide Angélica.

Luisita POV

— ¿Entonces mami tiene... un pene? —Pregunta Luna con curiosidad, tirando la cabeza hacia un lado.

Amelia está sentada en el sofá junto a ella, encogida, sosteniendo una bolsa de guisantes congelados en su área ofendida. Yo me siento en la mesa de café frente a mi hija, luchando por aguantar la risa ante la agonía de mi esposa. Mis ojos van de una a la otra, mientras Luna busca una explicación en su cabeza y Amelia trata de calmar el dolor entre sus piernas.

Luna estaba practicando sus lanzamientos de softball cuando le pegó a su mami en la entrepierna. Eso lastimaría a cualquiera, pero cuando Amelia cayó al suelo, sosteniéndose... Pues estaba claro que la pequeña tendría algunas dudas.

— Te he dicho que tu madre es diferente. Su cuerpo es diferente al nuestro. Ella no nació como tú y yo, Lu. Ella es muy pero que muy especial.

Amelia gruñe y se recuesta en el sofá, sosteniendo la bolsa de guisantes segura contra su entrepierna y tomando un poco de agua. Sus ojos me miran cuando se me sale la risa por un segundo.

— ¿Nació como Teo?

El tono de su voz se eleva con la mención de su hermano, intentado explorar las posibilidades de lo que podría ser tan especial sobre su madre.

Nos aseguramos de enseñarles anatomía y las diferencias de los cuerpos, pero fuimos cuidadosas y no asociamos esas características a ningún género en específico. Sabíamos que no entendería la condición de su madre a esta edad, así que lo mantuvimos tan claro y entendible como pudimos para no revocar nada que ya haya aprendido antes. Todavía es un tema sensible para Amelia y no queríamos que nuestra hija le dijera sobre la condición de su madre a toda persona que conozca, por eso la charla fue pospuesta más allá de la conversación general.

— Mhm... más o menos. Vamos a ver; mami nació distinta a ti y distinta a Teo. Ningún cuerpo es igual a otro, ¿recuerdas lo que hablábamos el otro día?

— Vale. ¿Entonces mami tiene un pene y no una vulva?

Me sonrojo con los términos que usa mi hija, pero sé que la terminología correcta es mejor que los terribles eufemismos que se usan coloquialmente. Yo con certeza hubiese usado "pajarito" y "bollito", pero Amelia no lo aprobó.

Teo entra corriendo a la sala, riendo porque Dexter lo viene persiguiendo de cerca. Llevan todo el día persiguiéndose mutuamente por toda la casa. Amelia se anima con su entrada, pero se queja de nuevo cuando el pequeño tira sus brazos a su entrepierna y mira alrededor en busca del cansado perro.

— ¿Te importa, hombrecito? —Gruñe mi esposa, moviendo los brazos de nuestro hijo a sus piernas. Respira profundo al darle vuelta a la bolsa y la vuelve a acomodar sobre sus partes.

La Donante (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora