Son mejores amigos, hasta que uno empieza a tener sentimientos de amor por el otro. Todo estaría bien si simplemente se le confesara, el problema es que tiene miedo de romper su amistad, además de que está acostumbrado a verlo tener un novio tras ot...
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Ellos han sido mejores amigos desde que eran niños.
Aprendieron a cruzar la calle tomados de las manos; previamente mirando a ambos lados, a andar en bicicleta sin la necesidad de utilizar las pequeñas rueditas para mantener el equilibrio, a realizar sumas y restas con tres dígitos, a conseguir cómics o figuras de colección de sus héroes favoritos… y por supuesto, a observar a los lindos chicos de la escuela.
Shõto lo conoció el día de San Valentín, cuando su madre lo había llevado al centro comercial a que la ayudara a vender los deliciosos chocolates que ella preparaba cada año.
Shõto Todoroki era realmente un niño muy reservado, casi no hablaba con nadie, y de verdad que le costaba socializar con sus compañeros de clases. Por eso mismo, su madre intentaba sacarle una sonrisa en el momento en que ambos se colocaban los delantales con figuras de pastelitos para empezar a preparar los pequeños bombones rellenos del exquisito chocolate derretido.
Ya se había vuelto una costumbre que Rei pusiera un puesto para vender todo tipo de postres fuera del centro comercial, donde cualquier persona pudiera adquirir alguno. Normalmente los adolescentes enamorados pasaban por ahí con el pretexto de comprar cajas rellenas de chocolates para sus parejas. Especialmente aquellos que se veían obligados a hacerlo.
En otras ocasiones, se presentaban unos cuantos adultos en compañía de su familia y disfrutaban de la tarde comiendo o hablando de las maravillosas adversidades de la vida… como ese día, cuando por casualidad Mitsuki, la compañera del trabajo de Rei fue a probar por primera vez la satisfacción de los dulces que la peli blanca preparaba.
Las situaciones de la vida pueden ser completamente extrañas, porque es muy común conocer a todo tipo de personas en diferentes lugares, aunque congeniar con ellas no es lo más normal para alguien totalmente tímido y callado como lo era Shoto en ese entonces.
Sin embargo, el decir que conoció a Katsuki Bakugō mientras éste le hacía un enorme berrinche a su madre para que le comprara los chocolates en forma de conejitos y no los que Mitsuki ya había escogido desde un principio, era algo que sin duda recordaría por el resto de sus días.
Cuando Shõto miró a Katsuki directo a los ojos, supo muy en su interior que sus personalidades serían diferentes, y que difícilmente lograrían iniciar una conversación donde tuviesen temas en común. De hecho, Shõto ni siquiera recuerda por qué aparecieron tantas preguntas en su mente al mismo tiempo que observaba el puchero que el rubio tenía en su rostro.
Quizá ese fue uno de los tantos gestos que atraparon al de cabello bicolor.
Si Shõto pudiese decir algo de esa tarde, posiblemente diría que se sintió el niño más afortunado del mundo por conocer a Katsuki Bakugō. Y aunque todos en la escuela lo consideraran prácticamente invisible, él está seguro que para el rubio nunca lo fue. Mucho menos en el momento en que Katsuki lo miró minutos después de que su madre comprara los chocolates que quería y le dedicara una sonrisa de autosuficiencia.