A la mañana siguiente bajaron al buffet libre del hotel y se llenaron el estómago con cosas muy poco sanas pero muy muy ricas. Croissants, ensaimadas, napolitanas de chocolate, agüita fresca y zumo de naranja para compensar. Se despidieron de Vera para poner rumbo a su segundo destino, a tan solo veinte minutos de allí. Natalia había hecho todo un mapa con dibujitos y anotaciones sobre qué tenían que hacer cada día y lo consultaba a escondidas para que no se le olvidara nada importante.
-Bienvenida a la Grecia Andaluza, tierra de blancas casas, fiesta por doquier y atardeceres de película. - hablaba la morena mientras avanzaba dirección al hotel.
-Qué bonito Nat, quiero pasear por todas las calles y echarte mil fotos. - bajó la ventanilla de su lado y sacó la cabeza disfrutando de la brisa. Se perdía observando cualquier cosa que nadie miraría. El nombre de la panadería, la ropa tendida de la casa con las rejas azules, la escalera que llevaba a una pared sin puerta, el desnivel del suelo empedrado y el agua que corría calle abajo después de que alguien hubiera regado esas preciosas flores rosas que colgaban de cada ventana de la casa de la esquina. La bóveda de la derecha y los tejados planos donde sacar una guitarra para llenar el silencio de las noches. El cristal roto de la farola y el gato negro que paseaba de una casa a otra, siendo dueño de todo.
-Tengo planes muy interesantes para todo el día y las tropecientas mil fotos que te voy a echar están incluidas, tranquila. - posó la mano en el muslo de la otra,acariciándola. Esta la miró con los ojos llenos de ilusión, la ilusión de descubrir algo nuevo, de compartir nuevas sensaciones con la persona que te hace temblar el alma.
Llegaron al hotel y Alba se quedó boquiabierta. De piedra. Cuajada. Cuántas expresiones contradictorias para expresar lo mismo. El hotel era enorme, totalmente moderno y tecnológico pero manteniendo la esencia de sentirte como en un poblado rural. Todo era blanco, le gustaba. No era la típica recepción donde te indican el ascensor, te montas y te lleva hasta un pasillo largo con habitaciones a cada lado. No. Al cruzar el majestuoso portón inicial, llegabas hasta un gran patio abierto, allí había una fuente y en medio de la fuente, estaba la chica que supuso que sería la recepcionista. ¡¡¡Dentro de la fuente chavalas!!! Caían las cascadas alrededor, gracias a unos cristales que la protegían, creando una sensación muy difícil de conseguir. Por detrás de esto, se veían varias piscinas enormes, y una zona ajardinada al menos como un campo de fútbol. No había habitaciones, eran prácticamente casas. Cada huésped disponía de una mini casita ,o no tan mini, de color blanco con las ventanas y las puertas de una madera de roble antigua y oscura. Casi todas disponían también de una terracita, algunas más pequeñas y otras más grandes pero todas con una mesa para poder comer fuera o jugar a las cartas. Esperaron en la cola para ser atendidas y Alba flipaba con cada cosa que veía en el folleto explicativo de las instalaciones.
-Pero Natalia, ¿cómo vamos a pagar esto? - preguntaba por lo bajini sintiéndose completamente fuera de lugar entre gente que desprendía tantos aires de grandeza que ni su perfume de Channel podrían ocultarlo.
-Shhh, tú tranquila, lo han pagado tus suegros. - le habló al oído en un abrazo improvisado.- Y ahora sígueme el rollo.
La rubia la miró aún perpleja, Natalia avanzaba con el más puro estilo tirando de su maleta y respondiendo a la impostada sonrisa de la recepcionista.
-Buenos días, bienvenidas al Hotel Lux. Yo soy Laura. ¿Hablan español? - la chica era rubia oscura o castaña clara, con el pelo recogido en una larga coleta y vestida con un traje ajustado celeste de chaqueta y pantalón. Le quedaba como un guante, como una segunda piel. La tela era cara, se notaba y estaba perfectamente planchado, ni una sola arruga. Tendría alrededor de unos treinta años pero sin llegar a ellos y su cara fina junto con su tono de piel acaramelado daban una gran sensación de tranquilidad, de calma. Su sonrisa era bonita o al menos eso pensó Natalia.
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Inanna
RandomLa gran escritora sin cara deja sin palabras a 2.300.000 lectores." Periódico El País.