—Te veo mañana.
—Sí.
—No importa el tiempo —Sebastián tomo mis manos— voy a esperar —le sonreí.
—Gracias.
Había sido la noche más hermosa de mi vida, había soñado con esta vez, el día en que un hombre quisiera estar conmigo por siempre y aunque a veces me asustaba, siempre soñaba con ello.
Imaginaba una cena muy romántica, la pregunta, yo iba a reírme y lo abrazaría diciendo muchas veces “sí”, pero ahora estaba sin respuesta, porque no lo amaba de tal modo.
—Entra, empieza a hacer frio.
—Sí.
No era como lo imaginaba y sabía que algo no iba a salir bien. Camine hasta el ascensor y presione el botón de mi piso.
Me acosté en mi cama y suspiré.
Creo que era hora de componer.
| Sebastián Wickham |
—No te va a contestar —me dijo Alinee por milésima vez.
— ¿Segura que no se mato? —pregunté preocupado.
—Segura —sonrío— ella esta componiendo, siempre lo hace, pero lo sabías, porque es cuando sales de viaje.
— ¿Pero esta vez no lo hizo?
—Estuvo ocupada con las presentaciones.
— ¿Está asustada? —pregunté por fin.
—Tal vez —tomo un poco de su café— ¿Qué paso con Eun Sung?
—Como si no hubiera pasado nada.
— ¿Estás bien?
—Por supuesto —dije sonriendo.
—Bueno, ¿qué paso ese día?
Me mordí el labio inferior y la miré.
—Se me olvido todo.
— ¿Todo?
Le resumí la historia.
—En conclusión, solo podías verla a ella.
—Sí.
—Espero que sea porque estabas muy cansado y no pensabas con cordura.
—Estaba más que descansado y lo de no pensar con cordura, pues eso sí paso.
— ¿Te gusta Eun Sung?
— ¿Qué? No. Solo fue un momento de debilidad.
— ¿Sí quedan encerrados los dos no pasara nada? —hace un rato que miraba por encima de mi hombro.
—Absolutamente nada.
—Bien —tomo mi mano, abrió uno de las puertas y me empujo dentro, provocándome una caída.
—Sr. Wickham —era la voz de Eun Sung, levante la mirada.
—Srta. Cha.
—Demuéstralo —dijo la voz de Alinee, la miré y antes de que hiciera algo cerró la puerta y puso llave—La suerte de tener las llaves —dijo desde afuera y escuche como se alejaba.
Eun Sung camino hasta la puerta.
— ¿Nos encerró? —me cuestiono preocupada.
—Sí.
— ¿No tiene las llaves?
—Sí —me miro esperanzada— pero en mi oficina —y dejo de sonreír.