𝟬𝟴┇𝗦𝗶𝗻 𝗽𝗼𝗱𝗲𝗿

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Su mirada se perdía entre las esponjosas nubes que se dispersaban lentamente en el cielo

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Su mirada se perdía entre las esponjosas nubes que se dispersaban lentamente en el cielo. El sol se desvanecía en el horizonte, bañando el firmamento con una mezcla de rayos dorados y tonos de azul que se desvanecían en una paleta de colores cálidos. Era el crepúsculo, ese instante mágico del día en que el cielo se tiñía de escalas azules, desde los claros y etéreos hasta los oscuros y profundos, con toques de rojo y naranja que pintaban un cuadro de melancólica belleza. Era su momento favorito del día, una pausa fugaz en la rutina que le ofrecía un breve respiro de paz.

Pero esa tranquilidad se rompió de repente cuando sintió un toque inesperado en su hombro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y las espinas, que eran su defensa natural, se alzaron en un acto de protección instintivo. Sin embargo, un penetrante olor a quemado la obligó a voltear. Allí estaba él, el azabache que había sido su amigo, con una sonrisa en su rostro.

A pesar del gesto amistoso, la sonrisa de Touya no logró desvanecer la sombra que se cernía sobre ella. Su corazón estaba tan sumido en la melancolía que ni siquiera la presencia de alguien tan querido podía romper el muro de indiferencia que había levantado a su alrededor. La tristeza en sus ojos se reflejaba en el crepúsculo, y su amigo, aunque conocido y amado, no podía alcanzar el rincón de su alma que permanecía envuelto en un desolador silencio.

 La tristeza en sus ojos se reflejaba en el crepúsculo, y su amigo, aunque conocido y amado, no podía alcanzar el rincón de su alma que permanecía envuelto en un desolador silencio

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Aoi se movía inquieta en su lugar, buscando la mayor comodidad posible. La manta suave, que en otro tiempo le había proporcionado calor y cobijo, ahora parecía más un estorbo que un refugio. Se esforzaba por mantener sus cabellos alejados de su rostro, deseando que esa breve calma durara un poco más. Pero el sueño se desvaneció como niebla al sol cuando sus ojos se abrieron de golpe. No había cama, ni mantas, ni siquiera un atisbo de familiaridad en el entorno. La confusión y el desconcierto la invadieron mientras se ponía de pie, sintiéndose perdida en un espacio desconocido.

Sus pasos eran cautelosos y silenciosos mientras exploraba el lugar. Cada rincón parecía un eco de su propia desolación hasta que, de repente, su mirada se posó en una pluma roja que yacía en el suelo. A unos metros, el dueño de esa pluma estaba sentado, absorto en la pantalla de su laptop. La intensidad con la que lo miraba frunció aún más el ceño en su rostro.

𝐁𝐋𝐔𝐄 𝐑𝐎𝐒𝐄𝐒 | Takami KeigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora