Capítulo 2 - El nuevo comienzo de la hechicera

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La chica desfalleció en sus brazos y Maite se arrodilló, dejando que el cuerpo de la mujer reposase sobre su regazo. Ella tenía un rostro hermoso y delicado, aún más iluminado por el sol y en aquel ángulo, pero la hechicera tenía otras cosas de las que preocuparse.

El clang-clang del metal moviéndose era el único sonido en aquella plaza extrañamente quieta – porque unos minutos atrás estaba llena de barullo. Maite miró hacia arriba y vio a un guardia viniendo en su dirección, a dos ayudando al que fue lanzado lejos y a uno más observándola.

El hombre paró frente a ella.

- Le ordeno que entregue a esa mujer.

Corto y bruto. ¿A esos soldaditos no les enseñan a tener educación? ¿O creen que su autoridad como guardia los pone por encima de todos? Maite había oído cotilleos de que los soldados de Acacias eran más violentos, pero vivirlo era algo distinto. De reojo, Maite consiguió ver al guardia más lejano dispersar a la multitud curiosa, balanceando su espada como si no tuviera miedo de dañar a nadie. Cerdos.

- ¿Acaso es sorda? – Dijo en un tono aún más autoritario. El guardia no aguardó por una respuesta, simplemente caminó rápidamente y se inclinó hacia la chica caída, cogiendo su muñeca con fuerza.

El hombre iba a arrastrarla lejos de allí, por supuesto que iba a hacerlo, pero Maite jamás lo permitiría. Sabía qué podían hacer con los seres mágicos y sabía que la pobre chica podría sufrir muchísimo daño solamente por existir – aunque Acacias fuera liberal. Es por eso que ella no dudó en sacar su varita de la cintura y apuntarla hacia el cuello del guardia.

- ¿Acaso es tonto? – Contestó Maite, mirándolo de cerca por la abertura del casco metálico que llevaba. Sin decir nada, la hechicera apunto su varita hacia la mano del hombre e hizo que él liberase a la chica, utilizando un encantamiento sin palabras. Alzó una ceja, intentando parecer amenazadora. – Ni se atreva a tocarla de nuevo.

El hombre tenía un claro miedo en los ojos, pero eso no lo detuvo en su deber (al fin y al cabo, era un soldado). El guardia se alejó mientras sacaba su espada, la apuntó hacia Maite y, con un silbido alto, llamó a sus otros tres compañeros que luego hicieron lo mismo. ¿El entrenamiento militar destrozaba cada una de sus capacidades cognitivas o qué?

- Usted ha amenazado a una figura de autoridad del reino de Acacias. – Él intentaba parecer imponente, pero Maite simplemente puso los ojos en blanco. – Digame su nombre, desviada.

Ah, claro. Por supuesto que Maite Zaldúa lograría meterse en la hoguera en su segundo día en el reino. Bueno, a ver, tampoco era legal eso de las hogueras, al menos en Acacias, pero ser insultada con una palabra tan despectiva tampoco le parecía maravilloso. Además, estaba metiéndose en líos innecesarios y todo lo que necesitaba era no llamar la atención. Decidió que iba llevarse a la chica hasta su casa y curarla hasta que estuviera bien – y, bueno, borrar las memorias de los guardias. Al menos eso era lo que tenía en mente, pero...

- Hombres, por favor, sean más cordiales con la señorita. – Maite no tenía que volverse para ver quien hablaba. – Guarden las espadas y vuelvan a sus puestos, de ella cuido yo.

Sin dudarlo medio segundo, los hombres dijeron "Sí, señor" al unísono, guardaron las espadas y se retiraron. Maite esperó un rato hasta que se sintiera segura para guardar su varita.

- Sus soldados son verdaderos animales, tío.

Miró hacia él, viendo su sonrisa alegre y un pequeño búho marrón en su hombro, con sus familiares y grandes ojos amarillos fijados en ella. El animal voló hasta la cabeza de Maite y se posó sobre su boina. La hechicera no pudo evitar reírse.

Ma ReineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora