Capítulo 9: Michelle

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El pasillo de la sección de la universidad donde estaba la facultad de Michelle era bastante largo. A sus dos lados se encontraban áreas verdes con bancas y mesones que facilitaban el estudio, a los que me aproxime para sentarme. La verdad, era un ambiente bastante agradable. Pero no opacaba el hecho de que necesitaba encontrar a Michelle y con ella la verdad. Ese sentimiento no muy bonito, hacía que pensara más en los detalles oscuros de ese lugar como la pobre infraestructura o las grietas que adornaban las paredes en las que la pintura caía a pedazos. Si bien daba algún aire de elegancia, seguían siendo construcciones antiguas. El hecho de que fuera así, hacía notar que no se habían preocupado mucho de renovaciones o arreglos. Lo que no correspondía con el dineral que pagaba por estar ahí. Pensaba en todo eso y me comía la cabeza por detalles innecesarios pero que a la vez me ayudaban a olvidar el asunto que tenía pendiente con Michelle. La verdad funcionaba bastante bien, pero al mismo tiempo, me distraía de la misión principal y él porque estaba allí.


Cuando levanté la mirada para poder observar otra cosa que no sean las deprimentes tonalidades del edificio de enfrente, noté un tono de pelo particular, rojo para ser especifico. Así es, Michelle estaba enfrente de mí, en el área verde del otro lado del pasillo. Me incorpore rápidamente para salir a su encuentro. Ya faltaba poco cuando ella se paró y empezó a caminar en dirección contraria. La seguí por unos diez metros, cuando en un momento volteó a ver a alguien que la llamaba, quien al parecer era su novio, porque lo recibió con un abrazo y un beso. Quedé helado… pero para mi sorpresa, no era Michelle. Me confundí de persona. La paranoia me había hecho confundir a alguien que no conocía con una de las personas más importantes en mi vida. Acto seguido, volví decepcionado a la banca donde estaba. Mayor fue mi sorpresa cuando levanté la cabeza y me di cuenta que ella estaba sentada justo en la banca donde yo estaba antes.


Y ahora ¿Qué hago? Estaba enfrente mío, pero no tenía su tono particular de cabello con el que contaba hace un par de días. Se había colorado el pelo rubio. No le quedaba mal, pero no era lo mismo que antes. La idea de salir corriendo paso frente a mi de forma fugaz, pero la deseche de inmediato. Otra opción era espiarla para encontrarla en un lugar más privado. Y estaba la opción de encararla de inmediato. Lamentablemente, no me dio tiempo a escoger. Apenas fijé nuevamente la mirada en la banca, me percaté que ella estaba caminando hacia mí. Lentamente su caminar se volvió un trote ligero hacia mi dirección y un par de pasos antes de encontrarse conmigo, abrió sus brazos para abrazarme. Mi mente quería recibir ese abrazo, pero instintivamente cuando ella estuvo frente mía, la detuve con las manos, y no deje que se acercara más, empujándola levemente hacia atrás. Ella retrocedió sorprendida, pero a la vez con cierto grado de decepción. Hasta hace unos días nos abrazábamos con ternura en una plaza y le pedía su ayuda para esto. Y ahora la rechazaba y la alejaba de mí. La verdad comprendía su estado emocional, pero mi mente sabía que debía hacer.


- Javier… que gusto verte… ¿todo bien? ¿porque no dejas que te abrace?

- Tenemos que hablar – dije seriamente -

- ¿Paso algo? – pregunto preocupada –

- Sé quién quien eres realmente.

La verdad no sabía porque había sido tan directo y frontal. Pero ella no parecía molesta, ni mucho menos apenada. Más bien, después de terminar esa frase lanzo un leve pero audible suspiro y me dijo:

- Mmm… ¿Iván te contó?

- La verdad no, descubrí algunas cosas y uní cabos. Pero me asegure con la llamada del otro día, en la alameda.

- ¿Tú fuiste? Con razón nadie hablo y cortaron de inmediato. La verdad Javier, sabía que este día llegaría. Pero no imagine que fuera tan rápido. Tienes razón, necesitamos hablar.

Ahora todo tenía más sentido. Mi padre, mi madre, ambos tenían que ver con Michelle. La rosa depositada en la tumba, el nombre desagradable con el que Iván guardaba el número de ella… todo encajaba poco a poco, era parecido a un rompecabezas y todo estaba calzando en su lugar.

Ya en ese momento solo quedamos ella y yo… sumergidos en un tormentoso y absoluto silencio.  En realidad, era muy desconcertante y no pude decir nada porque mis palabras no fluían con naturalidad… pero ella dio el paso inicial:

- No sabes que decir ¿verdad?

- Solo deducciones y respuestas aun inexistentes…

- Creo que es el momento de hablar y no callar. Pero, no podemos estar acá. Ven, acompáñame a mi departamento. Tomemos algo y hablemos porque esto va para largo.

- Es una buena idea. Ya no puedo volver a casa de Iván y en la casa de Juan no es prudente hablar de eso.

- ¿Cómo es eso de que no puedes volver? ¿Casa de Juan? ¿Quién es Juan?

- Voy a resumirlo en que hubo una pelea con Iván y Juan es un amigo que me ayudó. Algún día te daré más detalles. Por lo que a mi concierne, tú tienes que decirme algo ahora.

- Es cierto. Vámonos, que se hace tarde.

Salimos de la universidad, pedimos un taxi y emprendimos rumbo. El camino no fue muy largo y tampoco fue muy complicado encontrar el departamento de Michelle. Llegamos a un conjunto de edificios bastante elegantes, pero no necesariamente de millonarios. El conjunto habitacional se llamaba “Eiffel Hotel”, bastante sutil la referencia. Nos bajamos y nos encaminamos al segundo edificio, donde subimos hasta el cuarto piso. El ascensor era bastante bonito, de un material que simulaba madera. Al entrar al departamento me di cuenta que Michelle vivía bastante bien, no tanto como yo, pero estaba bastante cómoda.  Contaba con una muy grande sala de estar adornada con sillones blancos y en el piso una bonita alfombra negra con diseño de hexágonos. Encima de la alfombra, descansaba una mesa de vidrio con dos niveles. En frente estaba el comedor, muy amplio para alguien que vive sola, con una mesa de ocho sillas de madera fina acolchada. Y atrás del comedor, pegada a la pared, tenía una biblioteca bastante grande. Lo que le daba el toque de elegancia, era un balcón amplio al que accedías por unos grandes ventanales, y que daba a la alameda. Eso explica por qué nos encontramos allí ese día.
Me invitó a tomar asiento.

- ¿Un café?

- Si no es de trigo, no gracias.

- Eso no es café – me miro levantando una ceja –

- Pues para mi si.

- Pues lamentablemente no tengo. Así que vas a tener que conformarte, maldito malcriado.

Me hubiese sorprendido esa respuesta, si no fuera por la risa que soltó a continuación. Aunque intentaba que el ambiente no estuviera tan tenso, en mi interior sabía lo que tenía que hacer. Me senté, esperé el café y a Michelle. Cuando estuvo sentada al lado mío, le pregunté:

- Si vives sola… ¿Por qué tienes un comedor con tantas sillas?

- No siempre estuve sola, Javier. Quiero decir, nunca viví con siete personas más, pero si estuve acompañada por alguien muy especial a quien quise mucho y sigo queriendo.

Dejó su café en la mesa de centro y se aproximó a la biblioteca, de donde saco un cuadro pequeño. Se acercó a mí y me lo ofreció para verlo. Eran dos fotos…

- Es mi Madre… - la mire sorprendido –

- Así es Javier. Es tu madre. Nuestra madre. En la primera estoy yo de pequeña recién llegada a este país junto a ella. Y en la otra estoy más grande, cuando tenía 15 años y ella aún estaba a mi lado.

Estaba boquiabierto y no sabía que decir o como decirlo. Lo único que atine a decir fue:

- ¿Cómo llegaste a la familia? Eso quiere decir que somos hermanos… ¿Por qué rayos no te recuerdo?

- Ese si es una larga historia…

- Pues ahora si hay bastante tiempo, necesito oír lo que tienes que decir.

Ella se acomodó en el sillón y me sugirió que hiciera lo mismo. Su rostro expresaba tristeza y un par de lágrimas cayeron por sus mejillas. Se las secó mirando las fotos, luego me miro, tomo aire y emprendió palabra:

- Mi infancia fue muy dura... al contrario de ti yo tuve que luchar para sobrevivir. Crecí en los suburbios de la comuna de Aubervilliers al norte de Paris. Mis padres eran unos desgraciados que solo se preocupaban por ellos. Parecía como si yo, su única hija, nunca hubiera existido.  Tenía que trabajar para comer desde una edad muy temprana y a veces el cuerpo no aguantaba para tantas horas de trabajo vendiendo cosas en la calle. Ya cuando mi fuerza llego a su límite, me desplomé en la calle más transitada de París. La mayor parte de gente me evitaba... sacerdotes, policías y transeúntes se alejaban de mí. ¿Quién querría levantar a una sucia, golpeada e insignificante niña del piso? Pasé la tarde entera allí tirada. Trataba de tomar fuerzas y arrinconarme a la pared de una panadería, de esa forma esperaba apoyarme en algo para así no caer de nuevo. Intentaba no dormir para que no me robaran lo poco y nada que tenía. Pensaba en los carteristas que eran muy comunes en esos lados, incluso hay carteles por la ciudad para advertirte sobre ellos. Me dolía el estómago del hambre que tenía, sumado al gran vacío y dolor dentro de mí. En ese instante cuando me iba a dar por vencida, vi que un ángel caído del cielo se acercó a mí. Una persona que irradiaba amabilidad en forma de luz mediante su mirada. Al ver a alguien así lo primero que pensé fue en que iba a entrar en la panadería y que me iba a ignorar completamente. Pero al contrario de lo que pensaba, se acercó, se inclinó, me miró y me dijo: “Levántate mi niña, este no es el lugar para una princesa como tú”. Noté de inmediato la imparcialidad de su personalidad. Alguien tan glamorosa como ella no se acercaría jamás a alguien como yo, o eso pensaba hasta que la conocí.  Me emocioné, ya que no estaba acostumbrada al cariño y menos a gentiles palabras. Con sus delicadas manos tomó mis brazos y me levanto del suelo donde estaba. Cuando ya estaba de pie, me miró con compasión y me compró algo de comida, cosa que se lo agradecí muchísimo. Cada vez que me miraba sentía como si un aura positiva la rodeara y su bondad se reflejaba en su semblante, es raro notar eso en la gente de hoy en día. Mientras pensaba en ello, ella me dirigió la palabra y me pregunto intrigada:

- Hey pequeña, ¿qué hace una linda muchachita como tú tirada en estas sucias calles? ¿Dónde están tus padres? –

Al principio, me sentí incomoda de que me preguntara tantas cosas si ni siquiera me  conocía. De hecho, mi pasado y problemas me hacían desconfiar completamente de ella. Por lo que quise ser lo más vaga en mi respuesta:

- Vagando, como siempre – respondí –

Ella con una voz comprensiva me mencionó:

- Entonces... ¿estás sola?

- La verdad es que si... hace un buen tiempo que no veo a mis papas, si es que se les puede llamar así... ellos nunca me han amado, solo me veían como una empleada o alguien a quien poder pisotear y aplastar – mencione tristemente al mismo tiempo que me daba cuenta de que estaba contándole más de lo que pensaba –

Antes de continuar, hizo una pausa y me miró. Yo pensé rápidamente que le estaba dando más confianza de la que correspondía, a lo mejor era por su carisma y bondad que se notaban sinceras. Después de todo, estaba contenta de que se supiera la clase de personas que eran. Estaba contenta por eso, el no verlos, el no tener que soportar su presencia y, además, el de no tener que soportar más de sus golpes.  Los odiaba con todo mi ser...

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