𝙱𝚁𝙾𝚃𝙴 𝚉𝙾𝙼𝙱𝙸 (𝙿-𝟷𝟸)

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Pide un deseo de cumpleaños con el corazón invertido en tu petición y siéntate a ver cómo se hace realidad.

⚠️Advertencias: Algunos adultos dicen malas palabras y hay violencia.

Probadita:

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Probadita:

—¡El señor Porter es un zombiiiiiiiiii! —grité despavorido.

Estaba más que seguro, no en vano había visto, leído, jugado y fantaseado con esas historias por tanto tiempo. Obviamente, vivirlo en carne propia era mucho más aterrador de lo que me esperaba, tanto que todos mis planes de reacción y contingencia se disolvieron en la adrenalina que recorría mis venas.

Pensé que todos entrarían en pánico, pero enseguida comenzaron a reírse aún con más fuerza y descontrol.

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Los deseos se cumplen de formas extrañas, ¿no creen? Puedes pedirle algo al universo y este puede concedértelo de mil formas inesperadas. Creo que deberíamos detallar el qué y el cómo, aunque no siempre, porque estoy seguro de que ni teniendo el superpoder de retroceder en el tiempo cambiaría aquel día por nada, por nada del mundo.  

Era una mañana normal de escuela, sin novedades y llena de tedio. La maestra había llegado a la hora de siempre, pero estaba entretenida en el pasillo conversando con el director. Menudo pervertido; le gusta tocarle las piernas a las chicas disimulada e indisimuladamente, depende, claro, de la chica. Tras un par de denuncias, el viejo sinvergüenza ha aprendido a elegir mejor con quién ser un capullo y con quién no. 

Dejé de odiar a ese idiota y me puse a pensar en el almuerzo, aún faltaban demasiadas horas. Como no había tenido tiempo de desayunar —porque me quedé dormido por demás—, tuve que irme sin más bocado que un poco de jugo y un trozo de fruta que le robé a mi madre de los que había dejado cortados para prepararle el desayuno a papá.

Me crujió la tripa insatisfecha. Recordé entonces que tenía un paquete de galletas sin terminar en mi mochila. Estarían algo rancias, pero aún serían suficientemente comestibles. Decidí tragarme una, pero si la maestra entraba y me veía, iba a suspenderme
Y no hay nada más aburrido que pasarse unas horas en la sala de detención, con el vigilante leyendo su interminable periódico... —¿Ese tipo no tiene celular, o qué?

Dudé y dudé hasta que finalmente lo hice. Saqué el paquete. El sutil aroma del chocolate seco y guardado me hizo salivar. Tomé una galleta, dos, en realidad; venían unidas por una deliciosa crema.

Mis compañeros me contemplaron boquiabiertos. Estaba estrictamente prohibido comer en el salón de clase, y ver transgredir esa norma era siempre un gran espectáculo. La elevé hasta mi boca. En lugar de morderla me la engullí entera. Error.

Hɪsᴛᴏʀɪᴀs ᴄᴏʀᴛᴀs ᴅᴇ Rᴇsɪᴅᴇɴᴛ EᴠɪʟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora