𝙼𝙰𝚁𝙲𝙰 𝟿𝟷𝟷 (𝙿-𝟷𝟾) 𝙿𝚊𝚛𝚝𝚎 𝟸

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Después de dos días pensando en cómo podría hacer que la policía apareciera en mi casa sin causar mucho revuelo y asegurándome de que el policía guapo volviera... ¡No tenía ninguna idea! 

Mi hermana me preguntaba por qué estaba tan pensativa y yo no sabía qué decirle. Había llegado el fin de semana. Mi madre me dijo que nos quedaríamos con una niñera porque ella estaría de fiesta con sus amigas. Yo le dije que ya pronto tendría dieciocho años y que me parecía ridículo, pero ella me dijo que mi hermana tenía solo quince y que quería asegurarse de que yo no le pusiera de excusa que estaba cuidándola para no estudiar. Llamó a Magda, nuestra vecina, y dijo que nos quedaríamos con ella hasta el día siguiente.

—¡Y nada de novios! —me regañó. 

Nuestra cuidadora llegó a la casa muy puntual y se puso a darnos órdenes. Yo estaba recogiendo mi ropa de mala gana hasta que me di cuenta de que podía usar a mi niñera para mis propósitos egoístas. Magda llamaba a la policía por cualquier cosa, en especial por tonterías como "no encuentro a mi perro" o "hay un ruido raro en mi cochera"

Sabía que no necesitaría mucho para hacerle creer que necesitaba marcar el 911, pero lo que no sabía era si el chico guapo vendría a atendernos. 

Estábamos preparando la cena, Magda hablaba de que una de las vecinas estaba embarazada, pero que no debía enterarse nadie; luego dijo que el señor Stevenson estaba por divorciarse. Después que la vecina coreana recibía demasiados invitados que no eran su novio, el militar de los músculos enormes. Mi hermana y yo picábamos vegetales oyéndola develar los secretos de toda la manzana, entonces supe que podía comenzar con mi juego. Me detuve de pronto y alcé la vista preocupada. 

—¿Oyeron eso? —les pregunté con mi mejor cara de susto falsa. 

Magda y mi hermana se quedaron muy quietas y en silencio. 

—¿Qué cos-...? —decía mi hermana, pero la interrumpí. 

—¡Ahí está de nuevo! Alguien está gritando... —susurré. 

Magda no tardó ni dos segundos en levantar el teléfono y marcar. 

—Hola, sí. Hay alguien dando alaridos en mi barrio... —le dijo a la operadora. 

Ni siquiera los escuchó por sí misma, pero palideció como si hubieran estado gritándole en la oreja. 

—Sí, sí... parece mujer... —dijo mirándome, yo no había dicho nada sobre una mujer.

Sabía que sería fácil, pero no pensé que tanto. Provocarle alucinaciones auditivas a la gente es demasiado sencillo. 

Nos envió a mi hermana y a mi a la estancia. Dejamos todo y obedecimos. Ella se quedó mirando desde el pórtico y llamó a dos vecinas más, que al poco llegaron a nuestra puerta y las tres se pusieron a listar sospechosos. Mi pobre hermana estaba al borde del llanto, pero yo no podía evitar reírme. 

—¿Y si murió alguien? —me preguntó atemorizada. 

—¡Shhh! No murió nadie —la regañé. 

—¿Cómo lo sabes? 

—Porque lo sé... —le respondí sin más. 

Tras unos minutos de angustiosa espera, sonó la patrulla al final de la calle. Yo salí corriendo, aunque Magda me había ordenado permanecer dentro. 

Como era de esperarse, mi mala suerte triunfó. De la patrulla bajó solo el otro policía, y esta vez venía sin el chico nuevo. Se acercó a las tres señoras y les pidió que relataran los hechos. 

—Había una chica que gritaba...

—Sí, sí, todos la oímos. 

—Gritaba como si le estuvieran sacando los intestinos.

Hɪsᴛᴏʀɪᴀs ᴄᴏʀᴛᴀs ᴅᴇ Rᴇsɪᴅᴇɴᴛ EᴠɪʟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora