Capítulo 7

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Cuando el timbre melódico resonó en la habitación vacía, se levantó del saco de dormir y movió los hombros para desentumecerlos. No había estado durmiendo. Los nervios se lo impedían.

La música volvió a sonar. Alargó una mano y agarró el móvil. Podía haber cambiado la melodía, pero no lo había hecho porque le recordaba a la mujer a quien le había robado el aparato dos semanas antes. Era una mujer bonita y alegre, y completamente ajena al hecho de que él estaba rebuscando en su bolso mientras charlaban en el tren.

No era un ladrón; era un científico, pero no tenía móvil propio. No quería tener nada que pudiera dejar un rastro tras él, y no confiaba en que la transmisión fuera algo seguro. Pero reconocía los avances de la técnica y se aprovechaba de ellos siempre que servían a sus propósitos. Para aquel encargo, el móvil le era de gran ayuda.

Respondió a la llamada con una corriente de anticipación fluyendo por sus venas como una inyección de velocidad. Por supuesto, no había tomado drogas desde la universidad. Su trabajo le proporcionaba una emoción que superaba cualquier estimulante artificial.

Además le exigía una mente clara y concentrada, por lo que la menor distracción podía ser mortal.

-¿Diga? -preguntó, llevándose el móvil a la oreja.

-La has fastidiado, Jedite.

Reconoció la voz de Parnell. Era la llamada que había estado esperando, aunque no podía decir lo mismo de las palabras ni que éstas lo hubieran complacido.

-¿De qué demonios estás hablando?

-Estoy hablando de que has fracasado en tu intento de eliminar al objetivo... otra vez -su cliente rebosaba rabia y frustración.

-Yo no la he fastidiado. Hice exactamente lo que discutimos
-había colocado la bomba entre el colchón y el cabecero. Cualquier peso en la cama activaría el mecanismo, haciendo que el mercurio completara el circuito y detonase la bomba. Y había funcionado. Él se había quedado cerca del hotel para asegurarse.

-Salvo que lo hiciste en la habitación equivocada.

-No era la habitación equivocada -dijo Jedite. Lo había comprobado personalmente en el ordenador de recepción.

Pero el primer atisbo de duda se filtró en su mente. Si no había cometido un error, ¿cuál era el propósito de esa llamada? ¿Estaría Parnell tramando algo, como no pagarle? ¿Alegaría que los términos del contrato no se habían cumplido?

-La noticia salió en todos los periódicos -explicó Parnell-. Las víctimas fueron identificadas como Estiven Reynolds, subdirector del hotel, y Melisa Carr, una de las recepcionistas.

Jedite soltó una furiosa maldición.
aquel día.

-Ésa misma fue mi reacción -dijo su cliente.

-Era la habitación de Shields -insistió Jedite.

-Pero Shields no estaba en ella.

-¿Crees que fue un señuelo?

-Y funcionó, ¿no te parece?

-¿Qué quieres que haga ahora?

-Encuéntralo y acaba el trabajo.

-¿Cómo voy a encontrarlo? -preguntó Jedite. Había seguido a Shields desde Texas, pero el rastro acababa en Baltimore.

-Ése es tu problema, no el mío.

-Necesitaré más dinero.

-Tendrás el resto como acordamos... cuando hayas acabado el trabajo.

MEDIDAS DESESPERADAS (McIver Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora