Capítulo 17

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—No entiendo tus dudas —dijo Taiki, claramente perplejo—. La oferta es más que justa.

Darien asintió distraídamente. Tenía el bolígrafo en la mano, sobre el contrato.

Todo lo que tenía que hacer era firmar y habría logrado una vez más su objetivo. El espacio de la firma parecía llamarlo, tentándolo. Pero en su corazón no estaba preparado.

Soltó el bolígrafo y se levantó de la mesa. Ignoró el ceño fruncido de su agente y se acercó a la ventana para contemplar la ciudad que se extendía a sus pies.

Había hablado por teléfono con Nicolas Kumada y el detective Tenoh  antes de que llegara Taiki. Nicolas le había mandado por fax una foto del sospechoso, y Darien lo había reconocido como el solitario caminante del zoo. Se estremeció de horror al pensar lo cerca que había estado ese asesino de Serena y Rini. Pero Jedite Parker ya estaba entre rejas, y su exmujer y su hija, a salvo.

Nicolas también le había dicho que, a cambio de un trato, Jedite había facilitado las pruebas que implicaban a Zoisite Parnell. A Darien lo sorprendió tanto como lo decepcionó que fuera Parnell el responsable de la trama. Nunca habría imaginado que aquel joven pudiera albergar tanto odio y rencor sólo por culpa de un deporte.

Casi podía oír las palabras de su padre, acusándolo de estar obsesionado por el hockey. Hubo un tiempo en el que eso fue cierto, en el que el hockey era toda su vida. Pero ese tiempo había pasado.

Por desgracia, aunque ya no era el centro de su mundo, era lo único que le quedaba. Había roto los lazos con Serena y Rini, y a Serena le había hecho creer que no podía desaprovechar la ocasión para volver a entrenar. ¿Podría convencerla de lo contrario?

—¿Vas a decirme por qué estás a punto de tirar tu futuro por la borda? —le preguntó Taiki.

Darien se dio la vuelta y pasó la vista por su apartamento. Era muy espacioso y elegantemente decorado, aunque un poco soso. Sus tonos fríos y grises nada tenían que ver con los colores que impregnaban la casa de Serena.

La lujosa alfombra estaba impoluta, sin manchas de barro o zumo de naranja. El sofá era tan cómodo como caro, la mesa de cristal era una obra de arte, y el cuenco que había en su centro estaba hecho a mano por un famoso artesano de la ciudad.

Todo en su apartamento era lo que siempre había deseado, y sin embargo no era su hogar. Su hogar estaba donde estuvieran Serena y Rini.

Las echaba terriblemente de menos.

Volvió a mirar por la ventana y pensó en Rini, en sus ojos brillantes y su risa contagiosa. Nunca olvidaría la decepción en su rostro cuando le dijo que se marchaba.

Apartó el recuerdo junto a la humedad que empezaba a afluir a sus ojos. Rini estaría bien. Tenía a Serena.

Serena… No podía dejar de pensar en su sonrisa, en su tacto, en su sabor. Había cometido un error imperdonable al dejarla sola y embarazada. No era extraño que no quisiera confiar en él de nuevo.

Y ahora había vuelto a hacerle daño, y esta vez a propósito, al regresar a Texas.

¿Cómo podía esperar que le diese otra oportunidad, cuando le había hecho lo mismo dos veces?

De repente vio que un taxi se detenía junto a la acera y que de él salía una mujer. ¿Serena?

Sacudió la cabeza. No podía ser Serena. Ella estaba en Fairweather, y él en la quinta planta de un bloque de apartamentos. Desde aquella altura, cualquier mujer rubia podía parecerse a Serena.

—¿Darien?

Se olvidó de la mujer de la acera y se volvió hacia su agente, que lo miraba furioso. Sabía que su situación podía ser envidiable. Pero la verdad era muy distinta.

MEDIDAS DESESPERADAS (McIver Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora