Capítulo 8

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No es el mejor momento para una visita —dijo Darien, preguntándose por qué Mamoru iba vestido de etiqueta—. Serena está en medio de una crisis zapatera.

Su hermano frunció el ceño.

—No vengo de visita, sino a recoger a Serena.

Fue el turno de Darien de fruncir el ceño. ¿Mamoru era el acompañante de Serena?

Bueno, aquello explicaba el esmoquin de su hermano. Pero no la miríada de emociones que lo asaltaron por el inesperado descubrimiento.

¿Debería sentirse aliviado de que fuera Mamoru y no otro? ¿O furioso de que llevara un vestido tan sexy para deleite de su hermano?

—¿Puedo pasar? —preguntó Mamoru.

Darien se retiró, atónito. Era imposible que Serena estuviera saliendo con Mamoru.

¿Su exmujer y su hermano? Era ridículo.

Mamoru nunca…

Demonios, Serena era una mujer muy hermosa. Cualquier hombre se consideraría afortunado por estar con ella.

Pero Serena nunca...

Bueno, como Serena había dejado muy claro, él ya no sabía nada de ella.

Tal vez Mamoru fuera el tipo de hombre que buscaba. Un profesional con éxito, responsable y digno de confianza. Y había estado a su lado los últimos cinco años, mientras que él no.

Un poco más tarde, estaba de pie junto a la ventana mientras Rini se despedía con la mano de su madre y de su tío. Vio cómo Mamoru ponía la mano en la espalda de Serena, su palma contra la piel expuesta, para guiarla al coche. No había torpeza ni inseguridad en el tacto. Si aquello era una cita, obviamente no era la primera.

Aun así, Darien se consoló un poco por el hecho de que Serena se hubiera visto obligada a ponerse un par de zapatillas grises de suela plana, tomadas del armario de Usagi.

Aunque combinaban bien con el color del vestido, no era la clase de calzado que inspirara fantasías eróticas. Darien había reprimido una sonrisa mientras veía cómo se las calzaba sin dejar de gruñir y protestar, y había agradecido en silencio el inconsciente intento de su hija por alejar a su madre de los brazos de otro hombre.

Horas más tarde, estando Rini ya acostada, Darien seguía devanándose los sesos por la relación entre su exmujer y su hermano. La idea de que pudiera haber algo entre ellos lo angustiaba más que cualquier otra preocupación. Incluso las amenazas de Parnell y las bombas quedaron relegadas a un segundo plano, al menos de momento.

Cuando dieron las diez y Serena seguía sin aparecer, su preocupación aumentó. Ella no había dicho a qué hora volvería, y a él no se le había ocurrido preguntárselo.

Tenía el número de su móvil por si había una emergencia, pero dudaba de que fuera una emergencia que su hermano se pegara a ella en la pista de baile.

Al oír el chirrido de los neumáticos en la grava soltó un suspiro de alivio.

Debían de haber salido poco después de la cena para estar pronto en casa, lo cual confirmaba que había sido un compromiso más que una cita.

Subió el volumen de la televisión, fingiendo estar absorto en un partido de béisbol.

Pero no fue Serena quien entró en casa, sino Usagi.

—Has vuelto muy pronto —dijo él, ignorando la punzada de decepción.

Usagi se quitó los zapatos y se dejó caer en un sillón, metiendo los pies bajo ella.

MEDIDAS DESESPERADAS (McIver Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora