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Forcejeé ante la mano que me tapaba la boca, intentando descubrir al agresor, que parecía que estuviera cubierto por una capucha negra. El miedo me subía por la columna con un escalofrío y me puse en lo peor. Traté de girarme, pataleé e intenté gritar, todo en vano. Sin embargo, se descubrió en medio del forcejeo y pude verle la cara.

Todas mis sospechas se confirmaron al ver que era Steve quien intentaba cogerme. Estaba pálido, de un blanco mortecino, y un corte reciente le cruzaba media cara. También parecía que tuviera una pierna algo maltrecha y me pregunté por qué. Llevaba desaparecido varias semanas y aparecía así, de repente, ¿y venía a por mí?

Sin embargo, no pude continuar preguntándome por su deteriorado aspecto físico, porque me dio un empujón hacia la pared, haciéndome perder el conocimiento.

Cuando me desperté, ya no estaba en la escuela. La cabeza me daba vueltas e intenté no moverme demasiado por si alguien me vigilaba. Entreabrí los ojos cuando me sentí preparada, y casi deseé no haberlo hecho.

La oscuridad era tal que no veía apenas, y me animé a abrir completamente los ojos, esperando a que se acostumbraran a la penumbra. Tenía las manos atadas en la espalda, y estaba tumbada en algún tipo de cubículo. ¿Tal vez estaba encerrada en una habitación pequeña? Intenté moverme y explorar las paredes, pero estaban mucho más pegadas a mí de lo que esperaba. Estaba completamente atrapada en una minúscula celda. ¿Era cosa mía o parecía que todo se movía? Lo atribuí al pánico del momento. Al no ver nada, intenté centrarme en otro sentido y agucé el oído, buscando cualquier rastro que me revelara algo más sobre mi paradero. Un runrún constante me invitaba a dejarme llevar, a dormirme. Era casi como... como el ruido de un motor.

Mierda. No estaba en una habitación; estaba en un maletero.

Tragué saliva, un escalofrío de terror me subió por la columna, y mi respiración comenzó a agitarse. Se me hizo un nudo en la garganta, mi pulso comenzó a acelerarse y comencé a sentir que el maletero se hacía más y más pequeño. El temblor en las manos, inutilizadas a la espalda, no tardó en aparecer. Estas sensaciones se hacían más fuertes al pensar que no podía apenas moverme. Reconocí en seguida los signos de un ataque de ansiedad, y aquello me puso más nerviosa aún. Sólo podía pensar en el pánico que sentía.

Debía tranquilizarme, no sabía cuánto tiempo llevaba allí pero debía racionar el oxígeno que consumía, y ya sólo con estar despierta era mucho más, así que no podía permitirme un ataque de pánico.

Intenté calmar y controlar mi respiración, inspirando hondo y exhalando por la boca, cerré los ojos e intenté, por primera vez, hacer lo que me decía la psicóloga en aquellas interminables tardes en su diván.

«April, piensa en un sitio bonito»

Siempre me había parecido una tontería que nunca funcionaría, pero no me quedaba otra. ¿En qué sitio estaría feliz? Pensé en mi último verano, con mis padres y Deborah en la playa... Pero la verdad era que allí no podía volver, y eso lo empeoraba.

«Piénsalo mejor, April, ¿dónde te gustaría estar ahora?»

Y mi mente viajó a la misma playa, pero con la sonrisa de Kris, invitándome a bañarme con ella, los chicos y Dana corriendo y salpicándose con agua y Adrien, cogiéndome en volandas y llevándome al mar, incluso Caleb, sonriendo y disfrutando de la paz de las olas. Se respira calma, y aunque sopla una suave brisa, el sol nos calienta.

Cuando comenzaba a poder controlar mis tembleques y la respiración, decidí que era hora de pensar cómo narices iba a salir de ahí. No había absolutamente nada en el maletero que pudiera utilizar para abrirlo desde dentro, y con las manos atadas no había demasiado que pudiera hacer. Intenté evaluar lo que sabía, o más bien lo que no sabía. No tenía ni idea de cuántas horas podría llevar ahí metida, pero seguramente seguía siendo de noche y no podía dejarme ahí demasiado tiempo, por lo menos si me quería viva.

SHADOWHILLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora