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–¡Chicas! Gracias a dios que os he encontrado –dijo Caleb, acercándose–. Os he visto correr hacia aquí, y detrás de vosotras a esos hombres. Ya me he encargado de ellos, no os preocupéis. 

–¡Caleb! Eres tú, menos mal, ¿estás bien? ¿Sabes algo de los demás? No sabíamos qué hacer, nos han comenzado a perseguir y... –tenía tantas preguntas que hacerle, que no conseguía expresarme bien. 

–No tengo ni idea, chicas. No he visto a nadie... No estaba con ellos en la reunión –dijo, y asentí pensando en la última conversación que habíamos mantenido. 

–¿Y qué hacemos? ¿Volvemos a la escuela? Deberíamos buscar a los profesores –dijo Kris, visiblemente aliviada de ver a Caleb con nosotras. 

–Yo creo que deberíamos irnos. Creo que podemos salir por la puerta trasera, y desde allí podemos ir hasta el pueblo más cercano, o no sé –Caleb sonaba nervioso, y se pasó las manos por el pelo repetidamente.  

–Caleb, ¿estás loco? Hay kilómetros hasta el pueblo más cercano. Y tenemos que ayudar a los demás. No podemos volver a huir –dije. 

–No vamos a huir, pero creo que lo mejor es que no volvamos allí, creo que es mejor que vengáis conmigo... –volvió a decir. Parecía algo consternado, inquieto. De pronto, su mirada, que vagaba por el bosque, como si buscara algo, se alarmó. Sus ojos se abrieron como platos e hizo un amago de decir algo. Y entonces dos hombres, idénticos a los que nos perseguían, emergieron de entre las sombras. 

–Haced lo que os ha dicho el chico –dijo uno de ellos, apuntándonos con su arma. 

–¿Qué...? ¿Que hagamos el qué? ¿Qué está pasando, Caleb? –conseguí preguntar. La situación se estaba volviendo cada vez más extraña. 

Kris y yo dimos un par de pasos hacia atrás de forma inconsciente, pero Caleb no se movía. 

–Lo siento, April, yo... Yo no quería. Tienes que creerme. No quería que esto sucediera así. 

–¿A qué te refieres, Caleb? –dije, con lágrimas en los ojos, cayendo en lo que toda aquella situación significada. 

–Es un traidor, ¡maldito seas! –le escupió Kris–. Es un maldito traidor, y nos acaba de vender. ¿A dónde querías llevarnos ahora, eh?

–Yo... yo quería poneros a salvo. De verdad. Me importas mucho, April. Créeme –dijo. Su semblante estaba pálido, hasta cansado, y me pregunté que cómo había podido cambiar tanto en tan poco tiempo. O simplemente era yo la que no se había dado cuenta. 

Quería decir muchas cosas, quería insultarle, escupirle y decirle cualquier barbaridad que se me ocurriera, pero mi cuerpo no procesaba las órdenes confusas que le daba mi cerebro. 

–Bueno, ya basta de sentimentalismos, nos las tenemos que llevar. Ya lo sabes –le dijo uno de los hombres trajeados a Caleb, acercándose a nosotras.

–¡Esperad! –dijo, mientras uno me agarraba del brazo–. ¡Eh! Te he dicho que no la toques. ¡Quítale las manos de encima!

Una sensación de frío me heló las venas, y juraría que la temperatura había bajado varios grados cuando, inmediatamente después de la última frase de Caleb, el gorila apartó la mano con la que me sujetaba del brazo. 

–¡Joder! ¿Qué cojones ha sido eso? –se quejó, visiblemente dolorido. 

–Te he dicho que no la tocaras –le respondió Caleb, quien estaba completamente inmóvil. Sus ojos se habían vuelto más negros que nunca, y el ambiente estaba completamente helado. ¿Sería ésta su... habilidad? 

SHADOWHILLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora