𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐔𝐧𝐨

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𝐌𝐢 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐬 𝐄𝐫𝐢𝐤

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𝐌𝐢 𝐧𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐞𝐬 𝐄𝐫𝐢𝐤

Despertar en camas ajenas no era mi costumbre, y, para ser sincera, no recordaba cómo había terminado aquí. Estaba envuelta en sábanas suaves y sobre un colchón tan cómodo que casi me hacía olvidar la incomodidad de no estar en mi propio espacio. Al abrir los ojos, me encontré rodeada de lujo. Observé el diseño elegante de la habitación, el tipo de lugar en el que uno podría perderse.

Bajé de la cama, sintiendo un leve malestar al hacerlo, y exhalé, buscando respuestas en mi memoria borrosa.

¿Qué había sucedido anoche?

—Veo que ya despertaste —la voz masculina que rompió el silencio era profunda y cercana.

Miré en su dirección y lo vi apoyado en el marco de la puerta, observándome con una mezcla de diversión y curiosidad. Era guapo, realmente guapo, y su mirada irradiaba confianza.

Sin pensarlo, tomé una de las sábanas y la envolví alrededor de mi cuerpo desnudo. Él sonrió, un gesto ladeado, coqueto.

—Nada que no haya visto ya —murmuró con un tono de voz cargado de picardía.

Fruncí el ceño, incómoda y sorprendida a la vez.

Que atrevido...

—¿Te conozco? —logré decir, tratando de recordar su rostro.

Su sonrisa se ensanchó, una expresión cautivadora.

—Eso no te importó anoche —respondió con una voz suave y segura.

Aclaré mi garganta.

—Ingerí mucho alcohol anoche.

Él rio, negando con la cabeza.

—No, no es cierto —replicó, sus ojos marrones fijos en los míos. Desarmándome con su intensidad.

Exhale una sonrisa nerviosa.

—Lo que pasó no se repetirá —afirmé, buscando mi ropa entre los muebles elegantes de su habitación.

Él dio un paso hacia mí, relajado, cruzando los brazos mientras me miraba con una mezcla de curiosidad y fascinación.

—¿Estás segura? Porque anoche... —su voz se tornó suave y sensual—, parecías estar bastante a gusto.

Sentí cómo mi pulso se aceleraba gradualmente. Era encantador y descarado.

—Supongo que hay cosas que uno... finge —dije, intentando sonar convincente.

Levantó una ceja, con una sonrisa escéptica, y dio un paso más cerca, hasta que su rostro quedó a centímetros del mío.

—No creo que hayas fingido, Blair —murmuró, dejando sus palabras en el aire entre nosotros. Su cercanía hacía que cualquier respuesta se perdiera en mi garganta.

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