Capítulo 2: Bienvenido

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El pasillo que debía cruzar era largo y oscuro, respiró profundamente para calmar un poco sus nervios, pero se detuvo cuando el hedor del lugar le produjo náuseas. En su cabeza se preguntaba una y otra vez, por qué había aceptado esa estúpida misión. Él no deseaba seguir los pasos de su padre, es más, en ese momento lo odiaba. Lo odiaba profundamente por crearle un destino fatal, por exponerlo a la muerte, como si ésta fuera un juego, y sobre todo, por obligarlo a convertirse en la sombra de un mafioso, debía proteger a un hombre que no tenía piedad de nadie. Comenzó a caminar, sus pasos eran ligeros, como si no deseara pisar aquel suelo mojado. De pronto, una luz se encendió, él dio un brinco al percatarse que el hedor provenía de los cadáveres en proceso de putrefacción y la humedad del suelo, no era otra cosa que la sangre de aquellas personas, que ahora no tenían vida o nombre. Su estómago comenzó a manifestar el asco que le producía aquel escenario, temió que su desayuno pronto se viera esparcido por el suelo, junto con la sangre y el olor fuera aún más repugnante.

—Heo Young Saeng. —una voz al fondo del pasillo lo había llamado, su nuevo jefe.

Él avanzó dudando de sus acciones, sólo quería salir corriendo y olvidarse de lo que minutos antes sus ojos tuvieron la desventura de observar. 

—Señor. —se acercó para proporcionarle una reverencia a la nueva persona que lo haría perder sus años de adolescencia y su sueño de ser fotógrafo. 

—No puedo creer que primogénito de Hang Do sea un cobarde. —aseveró aquel hombre al percibir el rostro pálido del adolescente y soltó una carcajada. 

Young Saeng se tomó unos minutos antes de poder articular palabra alguna, ocupó ese tiempo para observar a aquel sujeto. Sí su percepción no fallaba, aquel hombre debía tener a lo mucho 25 años, diez más que él. Sus ojos provocaban escalofríos a quien osara mirarlos fijamente. Por lo poco que su padre le había contado, Kim Eun Yong, era el hijo del fundador de la mafia más importante de las últimas décadas en Corea del Sur, su poder era tan grande que la mayoría de los líderes asiáticos mostraban devoción por él. Por motivos de salud debió dejar su puesto y otorgárselo a la persona, que ahora estaba parado frente a él. 

—Bienvenido. —una sonrisa se le dibujo a Kim Shin Ho y chasqueó los dedos, al instante aparecieron siete hombres con palos y bates en las manos, poco a poco fueron rodeando a Young Saeng, el primer golpe que recibió fue desgarrador, pero se mantuvo firme. Lograba esquivar y atestar unos cuantos golpes, pero cuando aquellos sietes hombres se lanzaron sobre él, sin clemencia alguna, no pudo más y cayó al suelo. Con un gran esfuerzo miró hacía el culpable que ahora estuviera recibiendo golpes, se reía, disfrutaba del dolor del adolescente sin congoja alguna.

Sí Young Saeng salía vivo de ese lugar, sería un milagro. 

Dos semanas después

La luz se colaba por el amplio ventanal del cuarto, cuando Young Saeng sintió la molesta luz, por instinto natural, intentó cubrir sus ojos con las manos, pero no pudo. Resignado poco a poco abrió los ojos y se dio cuenta que se encontraba en el cuarto de un hospital, aparatos sonaban a su alrededor, su mano estaba conectada o una manguerita que llegaba al suero. Maldijo internamente, el esperaba morir, pero no lo había conseguido. Ahora debía cumplir con su condena de ser el sirviente de Shin Ho. 

Una enfermera entró para revisar su signos vitales e informarle que pronto lo darían de alta, si fuera por el permanecería en el hospital hasta que diera su último soplo de vida. 

—¿Por qué rayos no tienes guarura o alguien que cubra tu espalda? —le preguntó Eun Yong, en tono de reclamo. El ambiente, al que pertenecían, lo más recomendable era tener un chivo expiatorio. Alguien que entregue la vida por uno. 

Please don't goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora