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La llegada al pintoresco pueblo llamado Avonlea fue opacado por el amargo sabor en su boca al saber que sus padres se habían ido. Lamentablemente su tía, la señora Beatrice, no había tenido el suficiente tacto para explicarle que sus padres yacían en el fondo del lago cerca de su antigua casa en Chicago, aunque ella todavía tenía pequeños destellos de ese horroroso día.

Pero ya no importaba, ya que ahora se encontraba en un carruaje yendo a la casa de un amigo de su tía, según le había comentado esta, se conocieron cuando asistieron a la escuela. Aunque en la cabeza de una niñita de 5 años no entendía cómo su vieja tía pudo tener su edad. Sin embargo, eso no importó ya que habían llegado a la casa de los Blythe. Ambas se acercaron a la casa y su tía tocó la puerta mientras que Sonia acomodaba su lazo rojo carmesí que combinaba con su vestido del mismo color.

Un hombre les abrió la puerta y saludó con un corto, pero afectuoso abrazo, a la señora Lethur. Al finalizar esa acción se giró hacia la pequeña, a la cual le dedicó una pequeña sonrisa antes de dejarlas pasar a la casa. Esta no era tan lujosa como la casa estilo francés que tenía su tía, pero era bastante amplia y cálida, era hogareña.

El almuerzo en el comedor de los Blythe ya había pasado y los mayores habían dejado a Sonia y Gilbert jugar en el patio bajo el sol de abril. Pero no iba nada bien, ya que Sonia era demasiado tímida y Gilbert no quería socializar con niñas. Las de su escuela eran, bajo su punto de vista, demasiado aburridas y gritonas, siempre gritaban por todo, sino era por los insectos era por que un chico las tocó, o porque las salpicaron de agua o porque les tiraron algunas tizas. En fin, bajo la mirada de un Gilbert de 6 años, las niñas eran todo menos entretenidas.

Por lo que el niño de 6 años decidió que era mejor jugar por su cuenta y dejar a Sonia hacer lo suyo. Así que Gilbert empezó a correr con una pequeña escultura de madera en mano. Eso sacó de su trance a Sonia que cuando vio al chico que la acompañaba salir corriendo con dirección a la casa supuso que los habían llamado para algo, por lo que lo siguió. Gilbert se arrodilló frente al cantero jugando con su figura, Sonia se agachó para ver qué hacía en completo silencio. Al poco tiempo la niña volvió al mundo de su imaginación sin prestarle atención a lo que sucedía a su alrededor, por lo que no reaccionó cuando Gilbert lanzó su brazo hacia atrás golpeando a Sonia. La chica antes de caer al barro giró sobre sus pies haciendo que aterrizara de rodillas y manos.

La pequeña se encontraba en el medio del patio, bañada de barro y sus rodillas y manos lastimadas. Él pequeño Gilbert giró asustado al oír como la chica lloraba por sus lastimaduras. Rápidamente se acercó hacia la niña para ver qué era lo que hacía que no paraba de llorar, al mismo tiempo que se acercaba noto como esta estaba lastimada por lo que se arrodilló junto a ella.

-Tranquila, por favor no llores. Tranquila, respira, por favor. - dijo desesperado Gilbert tratando que la chica no llorara ni gritara, si no quería soportar los gritos de sus compañeras, tampoco lo quería hacer de una completa desconocida. Además de que su padre le dijo que tratara bien a la niña y solo habían pasado 5 minutos solos y ya la había golpeado. - Tranquila, perdón enserio, no te quise golpear. Además de que tus manos están bien. Solo hay que lavarlas. ¿Quieres lavarlas? - pero nada funcionaba para tranquilizarla. - No, no quieres. Está bien. No las lavamos. Pero, por favor no llores. ¡Espera! ¿Quieres chocolate? - la niña pareció salir de su trance de dolor al escuchar el nombre del dulce.

Gilbert salió corriendo hacia la cocina de su casa y busco un par de tabletas de chocolate, al tenerlas en mano volvió a correr hacia donde se encontraba Sonia. La niña seguía llorando, solo que no de manera escandalosa y tampoco a cántaros, solo le salían un par de lágrimas por los ojos. Gilbert se sentó a su lado y ambos se quedaron en silencio comiendo su chocolate, Sonia tenía la vista en un punto fijo perdida en su imaginación. Ante eso Gilbert no tuvo que disimular mientras la miraba, el chico tenía que aceptar que no era tan escandalosa como sus compañeras, la niña siempre estaba en silencio y con la mirada perdida y eso le agradaba, el único momento en el que la chica se pareció a sus compañeras de escuela fue cuando se lastimó.

MY PRETTY LADY |G.B.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora