CAPÍTULO III

41 4 0
                                    

Falta un minuto para que den las tres de la madrugada. Me había puesto ropa cómoda y abrigada ya que no tenía ni la más minúscula idea de qué íbamos a hacer ni a dónde íbamos a ir esta noche Titania y yo. Sea por la causa que fuere, aquello no me asustaba. Recogí mi pelo en una trenza que caía por uno de mis costados y volví a escuchar ese débil ruidito de la gotita voladora en mi ventana. La abrí y la vieja me estaba esperando ahí abajo. Sus primeras intenciones fueron que bajase por la ventana, pero mi habitación está en una segunda planta y ni loca pensaba hacer eso, no era plan de pegarme el porrazo del año. Le dije que iba a bajar como «las personas normales».

Cogí las llaves de casa y cerré con mucho cuidado la puerta de mi habitación. Mi hermano se había levantado para ir al aseo y tuve que hacer varias filigranas para no cruzarme con él, entre ellas camuflarme tras las cortinas del pasillo. Cuando volvió a la cama, bajé sigilosamente las escaleras y llegué al salón. Deslicé mi mano para abrir el pomo de la puerta, que produjo un pequeño clic casi imperceptible por el buen sistema de puertas que teníamos y salí a la calle. Cerré la puerta con el mismo cuidado que antes y bordeé la casa para llegar hasta Titania.

Esa noche llovía desinteresadamente y hacía bastante frío. La vieja me llevó a un lugar alejado de las casas, en alguna montaña alta cerca del Bosque de Sima. Era una pequeña cueva, donde al parecer, hacía sus trapicheos. Las paredes estaban decoradas por algunos dibujos como si contasen una historia, pero no le pregunté por ello. En el trayecto pude fijarme más detenidamente en que los árboles de aquella zona tenían todos un pequeño símbolo común, y creo que era lo mismo que vi en el bosque el día que Uri y yo fuimos a investigar, aunque no pude ver bien lo que era, porque estaba demasiado centrada en saber a dónde íbamos y qué íbamos a hacer. Una vez dentro de aquella cueva encendió una antorcha enorme que olía a resina y la colocó cerca de la mesa donde íbamos a estar. Agitó una mata que llevaba en la mano y la roció con algún líquido que desprendía un olor muy fuerte. Seguidamente le sopló y las partículas invadieron los alrededores de la entrada a la cueva.

—Esto, niña, sirve para mantener alejados a curiosos y entrometidos. A nadie le importa lo que hagamos aquí esta noche. Siéntate en ese taburete y acércalo a la mesa —hice justo lo que me había dicho y sacó de todos los bolsillos de su túnica un montón de telas y accesorios para elaborar los muñecos—. Observa, este lo he traído como modelo para que sepas como se hacen. Vas a empezar por hacer el de un hombre adulto, que lleva menos detalles.

Yo aún no había dicho ni una palabra, tenía los ojos abiertos como platos. Mis manos habían cogido ese muñeco de vudú. Era la primera vez que tocaba uno, yo pensaba que esas cosas ya no se hacían, pero tengo que decir que ahora parecían tener algún sentido todas las leyendas del pueblo, y que la gente no tenía la realidad tan confundida como la ciencia me había hecho creer.

—La aguja la coges así y empiezas por el borde, le metes el relleno y unes las dos partes.

—¿Co-coses s-sin dedal?

—Sí. Aquí ni dedales ni leches. Con la práctica aprendes a no pincharte. O también es que habré sentido tanto dolor que si me pincho ni lo noto.

—Perdón por la pregunta, pero... me causa curiosidad saberlo. ¿Tienes muchos muñecos de estos? —comencé a coser la tela.

—Digamos que tengo... a todos mis enemigos más importantes, y ahora tú me estás ayudando a terminar los de mis enemigos no tan importantes, pero que también me gustaría que sufrieran un poco... —Los ojos le brillaron y una maligna sonrisa apareció en su rostro, dejando ver sus encías casi despobladas. Se notaba que ella era mala, pero también se notaba que le habían tenido que ocurrir muchas cosas para ser de aquella manera. En un rato acabé de coser el muñeco y la vieja se puso a explicarme como hacerle los ojos, la boca y el pelo.

GÉNESIS © Ya a la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora