CAPÍTULO X: LA CASA

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Las maletas estaban listas y el camión de la mudanza nos esperaba en la puerta. Habíamos decidido tomarnos esta mañana libre para adaptarnos antes. Por fin iba a ver como era la nueva casa, y despedirme para siempre de este amasijo de ladrillos gigante que solo me trae recuerdos tan bonitos como dolorosos.

Hace nueve días que ese hombre se había marchado. No contactaba con nosotros. El coche no estaba, y será lo único que tenga para vivir ahora mismo, pero es imposible salir del pueblo por el aislamiento, o sea que tiene que estar en algún lugar de por aquí. Igualmente, no sé que hago preocupándome por un hombre al que no le importa su familia.

Al dolor que ya tenía se sumó tener que dar en adopción a Misi, mi gato, porque la casa era pequeña y además ya es demasiado para mis abuelos tener que cuidar a tres niños. Misi, no te olvidaré jamás. Ojalá hubiéramos podido darte una mejor vida.

La casa no tenía pinta de llevar muchos años construida. Mis abuelos saben que soy muy consciente de las cosas y que me cuesta adaptarme a los cambios bruscos, por ello me van a dejar elegir habitación. Al mismo entrar hay un pequeño pasillo que conecta con el resto de salas de la casa. La casa es de una planta; el espacio está comprimido, pues todas las salas son reducidas. Tampoco posee terraza, balcón, patio o jardín. Todas las habitaciones son luminosas e igual de pequeñas así que me instalé en una cualquiera. Con todo el jaleo de la mudanza y los chaparrones de la semana pasada no había podido ver a mis amigos y no había podido quedar con Fabián, porque las clases del jueves y el viernes habían sido suspendidas. Se había paralizado otra vez cualquier actividad dentro del poblado, todo gracias al fuerte e inestable temporal. Se supone que mañana por la tarde vienen unos pintores y si queremos avanzar con los informes tanto él como yo deberíamos quedar en su casa.

Las cosas con Uriel no estaban en su mejor momento, no habíamos vuelto a hablar en persona desde lo de Eyra, aunque no paraba de insistir para venir a verme. Hasta que no me asiente en mi nueva vida no quiero verle, ahora mismo solo necesito espacio para mí misma.

Salí a pasear por mi nuevo barrio, el barrio Moneda. Las casas aquí eran mucho más nuevas que las de Villa Negra, y de fachadas más alegres, a pesar de ser diminutas en comparación. Era un barrio obrero y su composición no llegaba a la veintena de casas. Se notaba que los vecinos no llevaban una calidad de vida muy alta, pero me gustaba porque era apacible y tranquilo, y no era una zona céntrica como Villa Negra. ¿Qué barrio cercano sería el de Fabián? Solo tenía la opción de esperar a ir a clase a la mañana siguiente para hablar con él, porque como ya sabéis, no quiere tener ningún contacto con redes sociales o medios de comunicación.

—¿Cómo que no puede ser en tu casa? ¿Por qué?

—Porque no se puede, ya te lo he dicho.

—Pues ya me dirás entonces donde hacemos el trabajo, en mi casa están terminando de pintar. Me cago en la puta. Seguro que todo el mundo va súper avanzado en los informes y nosotros todavía así —Fabián me dedicó una mirada huidiza. Al parecer había quedado un poco impactado por mi forma de hablarle.

—Vale. Iremos.

Sacó una hoja de papel y un bolígrafo y apuntó su dirección. Me la dio y desapareció tras la caseta de estudio 7. «Zona Este. Barrio Celestina. Edificio número 5».

Pensé que jamás lo convencería. Pero aquí estoy, a punto de llamar a la puerta de su casa. Era una casa grande, aquí en Celestina hay un nivel económico algo más alto que en el resto de barrios de la zona. ¿Sus padres habrían sido adinerados? ¿Habrá heredado él la fortuna de su familia? ¿Será lo que tiene para vivir? Teníamos un problema: a mí me gustaban mucho las preguntas y Fabián las detesta. No sé cómo arreglarlo, necesito conocerle, y para ello tengo que caerle bien y ganarme su confianza, pero sin despertar sospechas indeseadas.

GÉNESIS © Ya a la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora