CAPÍTULO XI: ¿QUIÉN ERES?

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El señor Tiburcio había aceptado mis disculpas.

Mis zapatos blancos acariciaban el hierro de las aceras, el aire rozaba mi piel, el olor a humedad y frescura invadía mi pituitaria.

Me moría por volver al Bosque de la Noche y seguir hablando con Fabián. Que me explique su vida, su historia, sus raíces, que me enseñe cosas nuevas, que paseemos por el Lago Blanco.

Volví a mi casa y cerré la puerta. En otros tiempos hoy hubiera sido Nochebuena, la víspera de Navidad. Pero esas costumbres se habían perdido casi por completo. Desde que tengo razón de mi existencia, jamás hemos celebrado la Navidad.

Hacía varios días que no veía a mis amigos, y casualmente Kali me había mandado unos cuantos mensajes. Y Uriel también. Querían quedar en la fuente de la Plaza del Pueblo, pero sabemos que no se debe salir. ¿Qué estaba ocurriendo? Están preocupados por algo, y quieren contármelo. Mi abuelo había salido temprano para hacer algunas compras necesarias, quizá pueda ponerme de acuerdo con mi abuela y volver antes de que regrese mi abuelo.

—Abuela, se trata de algo importante. Mira los mensajes. Tengo que ir —le mostré la pantalla.

—¿Ya estamos, Génesis?

—Abuela, por favor —dije poniendo cara de tristeza.

—Si tu abuelo ve que te he permitido salir nos vamos a enterar.

—Volveré antes que él, te lo juro.

—Cuando tu madre tenía tu edad me hacía absolutamente las mismas jugadas. Y es normal. Sois jóvenes, son vacaciones, queréis ver a vuestros amigos, o novios... Para qué vais a querer quedaros encerrados en la casa. Y menos con unos viejos como nosotros —se ríe nostálgicamente—. Pero hay que ser fuertes, Génesis, y saber que los tiempos de antes no son como los de ahora. Si fuese por nosotros te dejaríamos toda la libertad del mundo, pero no se puede.

—Ya. Yo lo entiendo. Pero creo que me necesitan —mi abuela se queda pensativa.

—Bueno. Pero en media hora te quiero aquí.

—¡Media hora es muy poco!

—No creo que tu abuelo tarde menos en venir.

No perdí ni un segundo más y les comuniqué que me dirigía hacia la Pista Deportiva, ya que la Plaza me pillaba demasiado lejos. Cuando llegué, Kali me dio un afectuoso abrazo, en el que la noté a punto de derrumbarse. Uriel estaba en un segundo plano, pero me iba a resultar raro tanto darle un abrazo como no dárselo, y viendo la fragilidad de la situación, me acerqué a él y nos abrazamos.

—¿Qué pasa?

—Es por Nefret... —habló Kali con la voz temblorosa.

—Resumiendo, hay una nueva droga circulando por el pueblo, es muy fuerte, y no sabemos como Nefret se ha metido ahí. Parece ser que se encarga de difundirla entre la gente joven —contestó Uriel.

—¿Cómo os habéis enterado?

—He sido yo. Nefret llevaba unos días demasiado intranquilo. Incluso rechazaba mis propuestas para vernos cuando eso no lo hace nunca. Ayer fui a su casa, y en un descuido suyo registré su habitación. Encontré esa extraña droga en el bolsillo de una chaqueta y en el cajón de su mesita de noche. Es un polvo magenta —saca la bolsita del bolsillo de su abrigo—. Le dije que me encontraba mal, y fui directa a casa de Uriel y se lo conté todo. Primero fui a tu casa pero vi que ya no vivía nadie. Creí que me lo contarías —ella habla
con un dejo de tristeza, fijando sus ojos en los míos mientras dice la última frase.

—Mmm... Han sido unos días un poco estresantes... —dije anonadada, esquivando sus miradas.

—No tiene importancia. La cosa es que ahora no sabemos qué hacer, Génesis. Yo no quiero que mi novio esté metido en esa mierda. Encima mis padres no están de acuerdo con nuestra relación. Dicen que es un gamberro y que no me conviene. Tenemos que vernos a escondidas. Imagínate si se enteran de esto.

GÉNESIS © Ya a la ventaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora