La Semana de Homenaje Histórico había comenzado, y el instituto se transformó en un alegre y decorativo lugar. Al final a la gente le había parecido tan buena idea lo del «baile de invierno», que, para mi sorpresa y la de muchos, había sido la actividad que más votos había obtenido. Esa mañana nos encontrábamos a martes 27 de noviembre, y dicho baile sería celebrado el próximo sábado, como bienvenida a diciembre. Fui a cerrar la puerta de mi casa cuando de pronto dije: «hostia, la cartulina», y volví a mi habitación a por ella. Llegué a clase y me senté al lado de Uri, Nefret y Kali estaban sentados juntos detrás de nosotros. Prefería que nadie supiera lo que había pasado entre él y yo. Solo se lo había contado a Kali y deduje que Uriel se lo había contado a Nefret, por sus risueñas miradas.
Pero mientras solo lo sepamos nosotros cuatro no hay problema. De momento no había dejado nada claro en cuanto a mi relación con él y tampoco habíamos vuelto a hablar sobre ello.
Era media mañana, y se notaba como el tiempo seguía descontrolado. Hoy por ejemplo, el sol se había vuelto a esconder. Hacía un aire de mil demonios, capaz de derribar árboles, y cada vez se escuchaba con más fuerza desde clase. Repentinamente, me suena el dispositivo y salgo de clase para cogerlo. Mi abuelo acababa de decirme que saliera corriendo de clase, que nos teníamos que ir. No sabía qué estaba sucediendo, salí sin dar muchas explicaciones a la profesora y me monté en el coche, en el que iba mi abuelo con mis hermanos. Nos dejó en casa, y me explicó que debía quedarme aquí y cuidar de Emel y Sia. Rápidamente, se fue.
El tiempo pasaba muy lento y a mí me comían los nervios. Nadie quiso explicarme nada y eso me hacía pensar que seguro era algo grave. Sobre las ocho de la tarde, se abrió la puerta. Veo aparecer a mi padre con el rostro tan triste y cansado que no parecía él. Nos llamó y se agachó para abrazarnos a los tres. Y entonces explotó en llanto. Sia le pregunta: «¿Papi, por qué estás llorando?», y él retrocede, se levanta; nos mira y procede a hablar: «Hijos, la mamá no va a volver a casa». Se me hizo un nudo inmenso en la garganta. Emel contesta: «¿Cómo que no va a volver? ¿Dónde se va?». Yo ahí ya había entendido la referencia, me puse en lo peor. Mi padre vuelve a abrazarnos y sigue llorando. Se levanta y nos pide que nos vayamos a nuestras habitaciones. Yo no sabía como digerir todo eso, no podía hablar, estaba en shock. Mis hermanos suben las escaleras muy desconcertados. Mi padre, de ver que yo no reaccionaba, me cogió en brazos y me llevó a mi cama. Se volvió a escuchar la puerta. Eran mis abuelos. Me tapó con las sábanas cuidadosamente y se arrodilló en frente de un costado de mi cama. Con los ojos rojos de tanto llorar y temblando, me dijo bajando la voz: «ha sido un accidente laboral. Estaba trabajando y salió un momento fuera de la nave a recoger una pieza que faltaba. Del aire que hacía un hierro se soltó y... y le cayó encima a ella.» Hay una pausa y se le llenan los ojos de lágrimas de nuevo. «Esta mañana habíamos vuelto a discutir, porque descubrí que no estaba siguiendo la medicación... y por eso estaba más irritable y discutíamos más. No lo hemos arreglado. Se ha ido de este mundo estando enfadada conmigo. Ha sido la peor forma en la que podía despedirme de ella». En la última palabra se le rompe la voz y empieza a llorar prácticamente a gritos. A mí se me empiezan a caer las lágrimas mientras le observo, me pinchaban los ojos tanto que no lo podía remediar. Cuando consiguió calmarse un poco me explicó que habían decidido incinerar el cuerpo y que por el estado en el que había quedado, no quisieron llevarnos para despedirnos de ella, pues iba a ser más traumático. Mi padre se levanta y me mira unos segundos. Me indica que la caja con los restos la estaba en el salón. A continuación se lleva las dos manos a la cara, lamentándose, pero un poco más calmado. Se da la vuelta para salir de mi habitación y baja las escaleras.
Sin poder aguantar un segundo más, empiezo a llorar y a gritar de la rabia. Me levanto de la cama y golpeo y destrozo todo lo que encuentro a mi paso. Me había quedado sin mi madre. Rompí el espejo. Me la habían arrebatado. Rompí el armario de madera de una patada. Mi madre. Mi cabeza no podía procesar que ya no la iba a volver a ver nunca más, que ni siquiera había podido despedirme de ella ni decirle lo mucho que la quería. Que esos tres minutos que la había visto por la mañana, mientras se hacía un té de hierbas, iban a ser los últimos recuerdos que iba a tener de ella, y nada podía cambiarlo. Qué iba a hacer yo ahora sin mi madre. La persona que más se preocupaba por todo el mundo, quien siempre nos contaba esas historias de jóvenes que escuchábamos con tanto entusiasmo, quien me reñía si no ordenaba mi cuarto o si tardaba más de la cuenta en llegar a casa, quien me mandaba cuarenta mensajes para saber dónde estaba, quien me arropaba en las frías noches de invierno. Saber que no volveré a ver su rostro, su fina sonrisa o que nunca más iba a llevar una trenza hecha por ella, ni volver a saborear sus comidas, ni, básicamente escuchar su voz, me había roto en mil pedazos. La ira fue incontenible, y no pude evitar largarme de mi casa mientras pensaba: «¿por qué mi madre? ¿Por qué ha tenido que ser ella?»
ESTÁS LEYENDO
GÉNESIS © Ya a la venta
Mystery / ThrillerEn una sociedad distópica e inestable, dos adolescentes que pasan su tiempo libre investigando, descubrirán el origen de lo que atormenta el pequeño pueblo en el que viven. Los habitantes de Petricor seguían estancados en viejas leyendas y mitos pa...