Te sorprendiste, pero tus lágrimas cesaron.
Tus ojos estaban calientes, y tus mejillas también.
Pasaste tus brazos por mi cintura, para terminar aferrándote a mi espalda.
Me enterneció sentirte de vuelta a pesar del dolor.
Para mi sorpresa, te atreviste a esconder tu cabeza en mi cuello.
Era peligroso, pero sabía que no ibas a hacer nada.
Te acurrucaste.
Y nos mantuvimos así durante un buen rato.
Hasta que decidí que era hora de despegarte de mi, cuanto más tiempo pasaba mejor se sentía y más me dolía por recordar.
Me miraste cuando te alejé con suavidad, como si aun no te hubiera bastado y necesitaras más.
─Entonces, ¿puedes moverte?─te hablé con voz suave y algo apagada─Estoy cansada, me gustaría poder irme a mi cama.
Asentiste levemente, y me dejaste pasar.
Tu expresión era indescifrable.
Fui hasta mi cuarto, y al entrar sentí tu presencia detrás de mi.
Me deshice de mi abrigo y lo arrojé al suelo sin ganas.
Era frustrante, estaba todo arruinado.
No sabía que hacer, y estaba destrozada.
Dormiría para desaparecer y dejar de vivir por un rato, y al despertar pensaría en cómo solucionar todo aquello.
Me acosté en la cama y tape con las sábanas hasta el hombro, y mirando hacia el lado de la pared me dejé llevar por el sueño.