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 Felix Lee nació en Australia un ventoso día de septiembre, y tuvo la suerte de crecer en una pequeña familia llena de amor y calidez. Siendo hijo único, era mimado por sus padres, en especial por su madre. La madre de Felix era una ávida aventurera, amante de las culturas desconocidas y los viajes, invertía sus horas de trabajo en explorar países y conocer cada característica mágica que los representaba, siempre quedando maravillada con la hospitalidad de sus habitantes.

 Los padres de Felix coincidieron en Australia, su padre estaba en el país por un viaje de negocios mientras que su madre había decidido establecerse finalmente. Ambos, inevitablemente, cayeron enamorados y pronto estuvieron esperaron un bebé pecoso a quien nombrarían Felix, porque era un lindo nombre para un lindo bebé.

 Desde el primer día de vida, la madre de Felix se encargó de narrarle historias fantásticas de sus viajes, relatándole al infante con detalles y emoción los lugares hermosos que escondía el mundo. A medida que crecía, Felix se empezó a interesar más y más en las historias que le contaba, pidiéndole que por favor volviera a hablarle sobre esos lugares con los que soñaba despierto, pero que seguramente eran mucho más bonitos de lo que él pudiera imaginar. Ambos compartían un relato favorito, 'Venezuela' era el país que más lo había marcado. Desde las montañas hasta las playas, la selva y el desierto, desde su clima cálido y lluvioso hasta sus tradiciones, desde sus orígenes hasta sus próceres, Felix había quedado fascinado con cada palabra dicha.

Pronto comenzó a aprender el idioma con mucha paciencia y dedicación, desesperándose en momentos por lo complejo que llegaba a ser, y es que debía aprenderlo lo más rápido posible, después de todo, sus padres le habían prometido visitar el país en la primera oportunidad que tuvieran, Felix no hacía más que emocionarse un poco más cada día.

Pero poco sabía Felix sobre la condición médica que su madre ocultaba, Leucemia, había diagnosticado el doctor.

Mientras que en el pecoso crecían ganas de explorar países y lugares maravillosos, en su madre la vida disminuía rápidamente.

Ni un sólo día pasaba sin que ella le dijera lo hermoso que era Venezuela, nunca echando para atrás la promesa de ir algún día, incluso cuando sabía que esto era imposible.

En esta etapa ya no podía seguir ocultando la realidad. Esa noche, Felix lloró largo y tendido.

Felix se centró en cuidarla y ayudarla, recordarle diariamente que la amaba y que lo haría hasta el final de sus días.

El día de su muerte, el clima era frío, aún cuando se encontraban en verano. Su padre lloró, y una parte de él también murió ese día.

A pesar de todo, no estaba triste, puesto que los momentos que pasó junto a ella serían sus más grandes tesoros, imposibles de borrar. Sabía, también, que ella estaría cuidándolo en cada paso del camino. Su madre se había convertido en el primer rayo de sol del día y la estrella más brillante de la noche.

La primera vez que le comentó a su padre sobre viajar había recibido un rotundo no. Pero Felix poco sabía de rendirse, así que trató de convencerlo, haciéndolo ver el lado positivo y opinando que tal vez necesitaban un cambio de aires, después de todo lo que había pasado. Siempre teniendo en mente la promesa hecha.

Finalmente, después de meses de súplicas, accedió.

Venezuela era como se lo había imaginado, y tal vez más. Viajó de San Cristóbal a Maracay, de Margarita a Barquisimeto, de Caracas a Ciudad Bolívar, haciendo pequeñas paradas en los pueblitos aledaños, donde la calidez de la gente lo hizo sentir como en casa. Al final, su madre tuvo razón.

Distrito Nueve [Sᴛʀᴀʏ Kɪᴅꜱ Vᴇɴᴇᴢᴜᴇʟᴀɴ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora