simplificar la idea de querer

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Lo bueno de ser pareja de Flavio era algo que no todos podían llegar a apreciar. Tampoco es que le importara, porque ella sí era capaz de ver cada una de esas cosas que mantenían a su corazón muy agitado siempre que las vivía.


Lo mejor, era la tranquilidad. Flavio no era demasiado ruidoso, siempre que hacía algo trataba de provocar el menor ruido y gastar la menor cantidad de energía posible. No hablaba fuerte, y sólo le había alzado la voz en ocasiones que podía contar con los dedos de una mano, e incluso algunos quedaban sobrantes.

Lo segundo mejor, no cabía duda, eran las mañanas y tardes de pereza. Flavio era responsable, siempre se levantaba a la hora cuando debía sin importar que fuera muy temprano o si había dormido poco. Pero los fines de semana, si no tenía compromisos -ni Samantha tampoco, porque él amablemente se los recordaba y hasta le despertaba mejor que cualquier alarma-, ambos se quedaban durmiendo hasta que ya no pudieran más. Ella era perezosa, sí, y podía dormir bastante, pero cuando conoció realmente al murciano supo que había sido destronada del primer lugar.

Lo tercero mejor era lo que ocurría en esos días de pereza. Flavio parecía serio y distante, pero en la privacidad del pequeño apartamento que compartían se relajaba y acababa volviéndose muy de piel. Le gustaba abrazar, besar, pegarse a ella, pero siempre procurando respetar lo que Samantha quería y su estado de ánimo.

También le gustaba simplemente estar. Estar sentados juntos en el sofá, mientras veían la televisión o cada uno hacía sus cosas, ya fuera componer o leer un libro. Acompañándole en la mesa mientras terminaba de comer, incluso cuando Flavio podía ser muy lento en ello.

Acurrucado junto a él en la cama, con un Flavio que inconscientemente dejaba escapar ese lado más pegajoso, abrazándose a ella por la espalda y hundiendo el rostro en su nuca para dormir aun cuando Samantha seguía despierta, revisando las redes sociales. O ambos mucho más que sólo acurrucados en la cama; hechos un revoltijo de sábanas, extremidades aferrándose al otro, voces jadeantes, respiraciones agitadas y un calor sofocante, pero agradable.

Lo cuarto mejor, sin duda, era esa capacidad de contención que tenía el chico. Sin siquiera usar palabras, o sólo unas pocas pero precisas, e incluso una mirada que transmitía lo necesario, podía contener cualquier momento de frustración en que Samantha sintiera que no conseguiría avanzar, o de angustia, o de ansiedad cuando demasiadas cosas le agobiaban en los lugares públicos y entre multitudes, ya fuera en las calles, en un centro comercial o en un vagón de tren. Bastaba una frase, una mirada, un apretón de mano, una suave sonrisa, un beso en la frente o, ya en la comodidad del piso, uno en los labios y un abrazo apretado para parar, contener y hacer retroceder cualquier sentimiento negativo que parecía estar por superarle.

Y, finalmente, lo quinto mejor era su voz. El tono que usaba para replicarle, o el que usaba cuando quería regañarle sobre algo que había dicho u olvidado, o el sonido de su ligera risa, la misma que podía soltar cuando algo le enternecía o cuando se reía de algo con humor extraño.

Y sobre todo, el tono que usaba para pronunciar su nombre; lleno de cariño, de amor, de dulzura y suavidad, pero también de pasión, de entrega, de intimidad compartida. Y si a todo eso le agregaba el bonito brillo marrón de sus ojos, Samantha no podía evitar perder el aliento por unos segundos.

Esa misma voz gruñó un Buenos días ahogadamente detrás de ella y Samantha pudo sentir los labios húmedos adhiriéndose a la delicada piel de su cuello, como si buscara llenar de besos todos los lunares que alcanzara sin romper la posición.

Los brazos que rodeaban su cintura estrecharon un abrazo y fue capaz de sentir el calor del cuerpo ajeno completamente pegado al suyo, piel contra piel, bajo las mantas que les cubrían casi hasta el cuello.

brillo 》 flamantha one-shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora