Treinta y uno

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Gorra amarilla, despedidas asfixiantes

— ¿Están todos listos? — Murmuró Yoongi, mirando de reojo al resto del grupo— Contaré hasta tres

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— ¿Están todos listos? — Murmuró Yoongi, mirando de reojo al resto del grupo— Contaré hasta tres.

El pelinegro sujetaba las llaves de uno de los autobuses escolares con la mano izquierda. Sus nudillos estaban completamente blancos de tanto apretarlas presa del pánico, pero ¿cómo no sentirse de esa manera si justo estaba por abrir la reja metálica que daba al pequeño estacionamiento?

— Uno...— Con la mano restante, Yoongi tenía apresado el sangriento bate de beisbol, listo para empujar el portón en cuanto la cuenta regresiva terminara, los demás estaban a sus costados y tras él, sosteniendo las mochilas que habían repartido luego de que Yoongi se adentrara en la oficina del director en busca de las preciadas llaves.

Nada se le escapaba, pues cuando decidieron sus próximos destinos la primera inquietud en salir a superficie fue el tema del transporte, y bueno ¿qué mejor transporte que un autobús amarillento?

Y ahora ahí estaban, dispuestos a atacar a cualquier espantosa criatura que se atreviera a asomar la cabeza antes de que ellos se conviertan en la próxima presa.

— Dos...— Sentía la impaciencia y los nervios carcomerle la mente como un par de termitas. ¿Y si abría la puerta y no había más que muerte aguardando a por ellos allá afuera? ¿Y si sólo había sangre y cuerpos putrefactos? O peor aún... ¿Y si no había ningún autobús que tomar y terminaban rodeados? Yoongi tragó saliva intentando tragarse sus nervios, sólo faltaba un número más.

Un número más y lo averiguaría por sí mismo.

El pelinegro cerró los ojos por un segundo que a decir verdad pareció una eternidad, y cuando volvió a abrirlos, su mirada se posó en la espalda de su hermano, no, corrección, sus ojos fueron directo al cierre abierto y a las botellas de agua que sobresalían de la bolsa de tela.

— ¡Taehyung, tu mochila está abierta!

La tensión de desvaneció un poco con los resoplidos y risas disimuladas de los chicos detrás ellos, pero luego, tras haber jalado a Taehyung por la mochila, ignorando sus quejas, Yoongi tiró del cierre hasta cerrarlo por completo. Habría sido un tremendo desastre por no decir ruidoso, si no se hubiera dado cuenta.

Yoongi les dedicó a sus compañeros una mirada cargada de incertidumbre antes de asentir en señal de decisión y acto seguido empujó el portón, dejando entrar los cegadores rayos del sol.

Por un momento le preocupó no ser capaz de ver absolutamente nada, pues eran pasadas las siete de la mañana y la luz era tan brillante que parecía burlarse del desastre en el que se había convertido la humanidad. Los días seguían igual de hermosos, pero las circunstancias habían cambiado.

Los chicos salieron uno a uno con las armas en alto, una vez más listos para romper cráneos, sin embargo, lo único visible eran las oscuras manchas rojizas en la grava bajo sus pies.

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