Treinta y cuatro

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Recelos peligrosos, la rata en la mazmorra

Al parecer, los infectados no le temían a las alturas

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Al parecer, los infectados no le temían a las alturas.

Se amontonaban unos contra otros sobre el delgado cristal de los ventanales a decenas de metros de altura y el vértigo parecía no atacarles. Seguían golpeando constantemente, intentando escapar de aquella caja de cristal.

Y ahora Jimin podía asegurar que habían sido demasiados los trabajadores de oficina que se encerraban en un cubículo diminuto día con día y pasaban infinitas horas de trabajo. La cantidad de infectados que creaban una terrible sinfonía con sus manos al estrellarse contra el cristal era impactante.

Y más impactante era el hecho de que el ventanal no se había venido abajo todavía.

Ahora es donde les explico: Yoongi había aparcado el autobús escolar a dos cuadras de ahí, pues la calle estaba bloqueada por autos volcados y algunos otros hechos papilla a pleno cruce peatonal.

Muy por dentro Yoongi agradecía por haber sufrido el inicio del fin del mundo en un supermercado. Estar ahí fuera... Esperando a que el semáforo se tornara verde antes de que una criatura se abalanzara sobre el parabrisas... No quería imaginar la reacción que habría tenido. Probablemente habría muerto al dar inicio a una cadena de choques en aquella calle justo como aparentaba haber pasado ahí.

Pero ese no era el punto, lo que trato de narrarles, es que se habían visto obligados a dejar su más fiable medio de transporte a mas de cuatrocientos metros de distancia y durante todo el trayecto hasta los cimientos de la comisaría no habían bajado la guardia ni un solo milímetro.

Ni cuando un par de infectados salieron de un auto y se le abalanzaron a un Jackson, que milagrosamente había sobrevivido gracias a que frenó la boca de uno con su barra de metal, y Yoongi habiendo actuado rápido, le quitó el otro de encima en un santiamén.

Se habían alejado unos metros de la hilera de autos desde entonces, y ahora caminaban a una distancia prudente de los edificios y tiendas.

La calle había estado sospechosamente silenciosa después de aquello; sin embargo, no debían confiarse, estaban en la ciudad y por ende, si se descuidaban siquiera un poco, podría costarles la vida entera. Y ninguno de ellos quería terminar como aquel montón de seres descarnados aporreando una ventana con deseos de salir y tragarse todo lo que encontraran a su paso.

No sabía si había sido lío de su mente, pero Jimin podría jurar haber escuchado el cristal agrietarse; así pues, desvió la vista del frente un segundo para observar a detalle los infectados a lo alto del edificio.

Y tropezó.

El chicle pegado en el pavimento le dio la bienvenida, pero Jimin se rehusó a hacerle compañía justo cuando unos fuertes brazos lo tomaron de la cintura y lo atrajeron hasta el pecho ajeno.

DAMNATIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora