Capítulo 9 (parte 1)

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(Parte 1)

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(Parte 1)

        "Las mentiras eran iguales a los nidos: mientras más capas tenían, más resistentes parecían. El problema era que hasta la rama más sólida podía romperse".

El presidente los observaba con atención, esperando una respuesta.

—No lo haremos. —dijo Miles sin siquiera escuchar lo que tenía para decir Harper. No obstante, ella tenía la misma respuesta.

—Deben entender que esto es por el bien de la ciudad —retomó el presidente. Él no pensaba irse de aquel lugar sin dos sujetos de prueba—. Hay veces en que debemos sacrificar a unos cuantos para salvar a muchos.

—Hemos dicho que no —El tono de voz en el que Harper hablaba era rudo, autoritario, nunca lo había usado antes—. Prefiero morir con una bala en la cabeza que ayudando a un hombre tan execrable como usted.

El presidente no tenía ni la más remota idea de qué significaba esa palabra, habían subestimado su ancho vocabulario al parecer, pero lo que sí sabía era que no podía ser nada bueno, era un insulto por supuesto. Cada vez más el presidente Johnson se sentía tentado a asesinarlos, a quitarles la vida lentamente, oyendo sus gritos resonando como música para sus oídos; su mente también lo pedía, las voces en su cabeza gritaban una y otra vez "¡mátalos, mátalos, mátalos!". Él quería hacerlo, pero no era lo que debía hacer, o al menos no aún.

—Está bien.

Las palabras salieron tras una sonrisa compasiva y genuina. El presidente Johnson tenía un plan malévolo por ejecutar, en el cual ni siquiera debía ensuciarse sus planchadas e impecables mangas, ya que le pediría a sus sirvientes y trabajadores que lo hicieran para que él no tuviera que hacer ni el más mínimo movimiento de dedos. Poco a poco, su sonrisa se fue ensanchando, mostrando su brillante dentadura a la que le faltaba un diente en la parte superior; si bien, el presidente se había esforzado en mantener un gesto natural, su sonrisa se había vuelto maliciosa, cruel, no sabía si podría resistirse a las jugosas carcajadas atrapadas en su garganta.

—Llevenselos. —sentenció el presidente e inmediatamente los dos guardias que se encontraban delante de la puerta fueron a por ellos.

—¡Esperen! —voceó la muchacha, logrando que el oficial a su lado dejara de jalonearla de la extremidad—. ¿A dónde nos llevan? —se dirigió al presidente.

—A donde ustedes quieren ir, a la muerte —respondió—. Espero que su estancia en el infierno sea amena, señorita Gardner.

El rostro de Harper se volvió más pálido ante las palabras del hombre, sus ojos hacían el intento de contener sus lágrimas, su vulnerabilidad. El presidente la observaba con una sonrisa y una mirada que denotaba chispas ardientes cual brasas infernales, estaba feliz porque por fin podría hacer lo que había querido desde que la joven tenía quince años: quitarla de su camino.

La ciudad del olvido  [Ciudades #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora