🌙Solo fue una charla🌙

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- ¡Hey Sanemi! Hasta que puedo encontrarte

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- ¡Hey Sanemi! Hasta que puedo encontrarte... -

La tarde caía seca y fría, el cruce indicaba el paso del tren. Aquel camino dirigía a Sanemi a su residencia, y eso lo sabía muy bien Genya, aquel hermano que alcanzaba agotado al Shinazugawa.

- ¿Qué es lo que quieres ahora? - preguntaba indiferente

- Oye... ¿Es que no puedo hablar con mi hermano de vez en cuando? -

Sanemi seguía con la misma cara de inferencia y molesta, aquello era una señal para que el pelinegro se alejara, aunque era claro que él no lo tomaría así. Genya miró a Sanemi, notó que cargaba con una bolsa, una bolsa con comida.

- Veo que llevas la cena, ¿De nuevo comida rápida? -

- Eso no te incumbe idiota, y si no tienes nada más inteligente que decir, ¡solo lárgate! - ni siquiera había volteado la mirada, sólo se mantenía esperando el paso del tren

- Jajaja que rudo... Solo quería agradecerte por lo de la otra vez con mi chica -

Eso había hecho reaccionar a Sanemi, ya habían pasado días, y a pesar de ello, aún recordaba esa noche.

- ... Ella me contó que le ayudaste con su mascota, ¿ves que a veces puedes ser un tipo blando? -

- Deja de decir estupideces - volteaba la mirada hacia Genya - y mejor preocúpate en cuidar más a tu mujer, cualquier imbécil puede avanzar sin que tú te des cuenta... Así que madura, idiota -

Sanemi avanzó después de que se permitiera el paso en el cruce. Mientras tanto Genya se mantuvo inmóvil, atrapado en las palabras de su hermano, aquellas frías pero ciertas. Después simplemente se alejó camino a los límites.

Sanemi caminó en dirección a su hogar, pero aunque pareciera extraño, él no quería llegar a esa casa silenciosa y oscura, aun no. Así que paró en el sendero y se sentó en una banca, una banca blanca. Ya ahí, la noche había ganado, y el viento movía y golpeaba un viejo farol que iluminaba la entrada de una tienda. El sonido que producía era vacío, seco como las hojas que caían por culpa de la ventisca. El sendero ya se había llenado de estas y la luna precoz las iluminaba. Sanemi por su parte, solo descansó mirando fijamente al farol en movimiento, observando como el desafortunado se golpeaba sin que nadie pudiera detenerlo.

Que idiota... si al menos supiera que su destino solo es ser un objeto usado sin un contrato de "seguro de vida", golpeado constantemente sin siquiera poder sentir al menos dolor... ¿A quién me recuerda?

Sanemi cerró los ojos, ahora ya no le importaba el hecho de ser cuidadoso como siempre, simplemente los cerró y conjunto con el olor a pan recién horneado de la panadería cercana, ayudado con el aroma de los troncos secos que le rodeaban, recordó algo. Recordó aquella vez en donde después de un largo y horrible día de búsqueda de trabajo sin éxito, decidió entrar a una tienda de granel y robar un pan, aquella vez en donde el dueño lo sorprendió y lo sacó fuera solo para lanzarlo al suelo y comenzar a golpearlo, golpearlo sin darse cuenta que era un niño el que estaba en el suelo, un niño al que golpeaba. Y Después de unos moretones en el cuerpo, una mandíbula y rostro sangrantes, junto con un hombre maldiciendo "te lo mereces por ladrón" después de ello, aquel peliplata llegaba a su casa victorioso, llevando entre sus manos aquel pan que nunca soltó a pesar de los golpes, aquella cena destinada a su madre y hermanos, aquella que al menos por esa noche los alimentaría. Por supuesto su madre soltó en llanto al verlo así, pero que más daba, al menos eso había valido la pena para que sus familia tuviera algo que comer.

Me enamoré de tu coraje (Sanemi y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora