En cada uno de mis pétalos dejaré las huellas de sus entonaciones, y el cómo, desde el estiércol, me volví una con la luna, el sol, las estrellas y la mar.
Inspirada en mis pesadillas que, a veces, toman vida. Y en los sueños que, desde la soledad...
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Si en mi infierno hubo luz, esta se materializó bajo la imagen de un ser impredecible, tan perfectamente correcto, atento, risueño, protector y amable.
Tan humano. Tan hombre.
Paseamos por los parajes de sus colores y de la mano volamos tan alto como los globos que se pierden en el cielo. Me llevó tan lejos que las estrellas pude tocar. Pero siempre, al descender, mi mano jamás fue soltada.
¿Te quiero? Por supuesto que lo hago. Con todas las luces y colores que hay en mi mente que tú tan bien conoces. Con toda la sinceridad que a ambos nos caracterizó en nuestros momentos de intimidad. Te convertiste en mi hogar junto al mar y mi refugio bajo tus brazos.
Pero decidí volar sola.
Decidí cambiar mi rumbo al pasaje donde tú no me puedes portar.
La probabilidad de que me convierta en un fantasma presente en tus sueños es altamente probable; y de solo pensarlo me quiebra, me carcome la conciencia que me empeño en mantener limpia ante ti y las memorias que no quiero manchar.
Pero en este suceso velaría que no seas interrumpido por las sombras que se cuelan sin ser invitadas.
Siempre seré tu girasol. Y tú serás quien me impulsó a ser la mujer confiada y segura que hoy soy.
Uno de mis años lleva tu compañía, la que sin prejuicios quiso ser un todo.
Te quiero porque simplemente eres otro pequeño sol dentro de la oscuridad, el sol que alumbró el ataúd donde dormía con las ventanas abiertas recibiendo solo frío.
Eres el calor que me hacía falta.
Pero…
No quiero convertirme en las dagas que hieren tus noches.
No quiero que tu luz, tan propiamente tuya, se aleje y pierdas eso que te hace ser...
El ser más bello que he conocido en todos mis infiernos.
