Capítulo 1

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 El edificio donde vivía Daniel Valencia era simplemente hermoso, tenía unas preciosas estructuras arquitectónicas, sus paredes recubiertas en mármol puro y pinturas lisas daban la sensación de que uno estaba entrando a un mundo paralelo, inexistente en un país lleno de matices, como lo es Colombia. Pero dentro de la supuesta perfección, siempre debe haber una pequeña imperfección, por más pequeña que sea ¿Cierto?

Bueno, ese hermoso edificio no se salvaba de tal suposición, porque siempre lo recubría como un aura a una alma, un denso silencio casi tan fúnebre como el de un cementerio, por supuesto la causa de ese silencio no era un mal de ojo de abuelas desdeñosas, ni embrujos de santeros, ni mucho menos maleficios sacados de ridículos cuentos de hadas. No, claro que no.

Lo que sí era cierto es que cuando caía la noche el edificio se quedaba como sin vida, sin sonido alguno, a más de uno le generaría ansiedad vivir en un lugar así por más bello que fuera pero a Daniel Valencia. No. Para empezar el siempre había vivido en la burbuja de sí mismo, lo que pasara a su alrededor mientras no lo afectara poco le interesaba, además el era es esa clase de persona que se siente a gusto y en comodidad consigo mismo. Tanto que en la soledad, el silencio es su mejor amigo.

El motivo de porque ese edificio y esa zona era tan silenciosa es mucho más simple de lo que parece, casi tan obvio que la gente parece evitarlo a propósito. Era un edificio para gente rica, con ingresos de burgueses y problemas incomprensibles para la clase media colombiana, que está más preocupada en no caer en las garras de la desidia y la pobreza. Por ello más de la mitad del edificio estaba deshabitado, lamentablemente no muchos colombianos ni con diez trabajos al mismo tiempo podrían costearse uno de esos espectaculares apartamentos.

Por esa razón lógicamente siempre todo estaba muy silencioso, muy diferente a como esta normalmente Bogotá.

Pero volviendo al edificio, en el piso 16 las pisadas de los lustrados zapatos de Daniel rompieron el silencio, el suspiraba irritado y frustrado, al abrir la puerta la lanzo furioso detrás de sí, haciendo un eco tan grande que el mismo por segundos tuvo que taparse los oídos.

Carraspeando y quitándose el abrigo de mala gana se sentó en sus acolchados muebles, buscando su caja de cigarrillos con la tenue luz amarillenta de una lámpara que accidentalmente la criada había dejado encendida. Sin hacer sonido encendió el cigarrillo, le dio una fuerte bocanada a sus cigarros que parecía encajar perfectamente en sus brillantes dientes blancos.

Se froto las sienes lentamente, aspirando nuevamente su cigarrillo su rostro se había puesto rojo de la ira, estaba molesto y eso era más que obvio, el motivo de su frustración por primera vez no era el payaso de Armando Mendoza sino Beatriz Pinzón.

La daña retina.

El siempre se había conocido mucho a sí mismo, siempre había sido una persona "emocionalmente fuerte", si en el mundo existían solo lideres y seguidores el sin lugar a dudas era líder, siempre manipulando y consiguiendo lo que quería. Por eso el que Beatriz no solo se le haya negado a sus insinuaciones, sino también lo haya humillado no con pretextos ridículos sino con inteligencia había representado para él una humillación para su tan frágil ego.

"Esa estúpida"

"¿Cómo una mujer se va a resistir a mi?"

Con el sabor de la nicotina en sus labios saboreó malhumorado el trago amargo que Betty la había hecho pasar, el siempre había sabido reconocer sus propias emociones y regularlas a su antojo. Pero recordando el momento francamente no sabía que sentir, tal vez porque estaba sintiendo demasiadas emociones al mismo tiempo, todas confusas entre sí.

"Betty, me tienes vuelto un enredo"

Primero tenía la insatisfacción de no haber conseguido ese adelanto que tanto necesitaba, no estaba acostumbrado a que se le negaran cosas o peor aun seguir ordenes, el siempre estaba en una posición de autoridad por eso el no haber conseguido su propósito lo arrojo a su ya tan conocida irritabilidad y frustración.

Su ego siendo rasguñado le hacía maldecir a Betty entre dientes deseando que se cayera por unas escaleras, pero otra parte muy masoquista de si mismo le susurraba cosas a su ego masculino, había algo en ella que le sugería, le estimulaba casi...Le excitaba.

No era tan solo su cuerpo, más bien por parte de Daniel había un morbo naciente que tomaba fuerza con ese cigarrillo que estaba a punto de consumirse y era el morbo de verla desnuda. Su cuerpo era armónico pudo notarlo con su nuevo cambio de apariencia, pero ese cambio le había gustado muchísimo.

Tanto que le daba pena admitirlo.

Su cambio si resultaba extremo pero hubo algo en su forma de sentarse en sus ropas bien combinadas y carente de vulgaridades que le atraía, acostumbrado a mujeres coquetas con faldas cortas y perfectamente arregladas de pies a cabeza. El que ella hubiera llegado con su caminar torpe y desgarbado, con ese conjunto de oficina y ese maquillaje ligero le había excitado más de lo que cualquiera de sus "amiguitas" lo había hecho. De tan solo verla bajo el mantel de la mesa se le había puesto dura.

A pesar que la conversación avanzaba Daniel se veía cada vez más enredado y pestañaba más lento de lo usual, aunque lo estaba insultando indirectamente el que lo hubiese hecho sin perder los estribos, sino con calma y sin gritarle había hecho que Daniel se sintiera seducido y a la vez algo intimidado.

Por primera vez, una mujer le estaba ganando la batalla.

En los rincones más alocados de su cabeza había pensado en terminar abruptamente esa conversación y llevarla a un bonito hotel, besarla con pasión y acabar con ese morbo tan extraño que ella le despertaba, ver como se veían esos pequeños senos, abrirle las piernas y acariciar su clítoris hasta hacerla llegar a un orgasmo.

Luego hacerle el amor en diferentes poses para luego acabar dentro de ella, una y otra vez, pero eso no había pasado ella se había marchado cansada de su descaro, dejándolo no solo confuso sino también vergonzosamente excitado, pero había algo, algo extraño que Betty le despertaba.

Ganas de escucharla.

Todo lo que salía de su boca era interesante y además había algo en ese carácter y en esa forma de hablar que le generaba una vergonzosa admiración. Pero no siguió pensando en sus emociones, tan solo quería olvidarse de lo que había ocurrido.

Por ello llamando a la casa de una excéntrica modelo con un espectacular cuerpo, morena y deliciosa, pregunto si se podía quedar en un hotel, fue puntual y la desvistió deleitándose con sus grandes pechos. Lo hizo con rudeza como solía hacerlo, quedándose varios minutos acostado encima de ella con la placentera sensación de haberse venido, al levantarse vio su semen correrle entre sus muslos.

Al vestirse llamo a un taxi, se despidió desganado y algo amargado esa sensación no se le quito de encima y en el taxi algo sudado y agitado por el ajetreo natural del sexo, no podía parar de darle vueltas a esa cena fallida.

Aun al dormir el nombre de Betty lo siguió en sus sueños.

Bajo el encanto de tu inteligencia-Daniel y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora