Capítulo Veintiuno

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Capítulo veintiuno.

Hay días en los que me pregunto ¿Qué pasaría si...? Pero no soy capaz de terminar de formularme la pregunta porque la simple idea de visualizar un futuro en donde mi pequeño ya no esté me paraliza y me hiela ¿Qué sería de mí? ¿Quién sería yo? ¿Y cómo haría para no extrañarlo y vivir sin él? No soy capaz de dar con respuestas.

Entonces, si yo sufro con el simple pensamiento de perderlo ¿Por qué hay personas abandonando a sus hijos? Este trabajo es duro, tener que ser fuerte mientras ves a niños en condiciones deplorables, lastimados, abandonados y sufriendo te hace cuestionarte cómo es posible que las personas le hacen tales años. No me gusta ser una juzgona, pero cuando te topas con casos como estos en donde un dulce niño de seis años tiene quemaduras a mano de su tutor legal y ha sido abusado, es simplemente difícil no querer mandar todo al carajo y destruir a la escoria que en lugar de protegerlo y atesorarlo lo trata cómo a una basura.

Cuando estiro una mano, el pequeño se estremece así que me detengo viendo cómo grandes lágrimas le caen por el rostro. Tiene muy bajo peso y el descuido es claro, si él no hubiese traído de emergencia al hospital tal vez nadie nunca hubiese reportado el maltrato que estaba sufriendo en mano de su tío, su tutor legal.

Bajo su atenta mirada saco un cuaderno junto a unos creyones que despiertan de inmediato su atención, se los extiendo, pero no los toma, no quiere que lo toque. Con cautela lo dejo sobre su regazo mientras le sonrío.

—Encontramos tus dibujos, haces unos muy bonitos. Creo que necesitas material para seguir haciendo magia —señalo los creyones—, son tuyos. Es un regalo.

De manera tentativa toma uno de ellos y los evalúa, se me arruga el corazón viendo cómo hace una mueca cuando su mano vendada por las quemaduras se lastima por el movimiento, hace un puchero y con cuidado toma la libreta que tiene identificación con su nombre.

—Puedes dibujar ahí lo que quieras, estaré muy, pero muy feliz de ver tus dibujos.

Abre los labios dispuesto a hablarme y lo veo a la expectativa, llevo días esperando por este momento, pero una vez más se aflige y baja la vista, está tan lastimado y no solo físicamente.

—Está bien —Le hago saber—, estará bien.

Un suspiro demasiado largo y cargado de pesar, para un pequeño de cinco años, abandona su cuerpo. Siento mi teléfono vibrar y cuando leo el identificador de llamada se trata de Elanese, por lo que le hago saber al pequeño que volveré y salgo de la habitación no dudando en responder la llamada de mi hermana.

— ¿Ela?

Me tenso cuando la escucho llorar y con la respiración agitada, habla de una manera en la que no logro entender lo que dice, pero sé que se trata de Arthur porque hoy estaba a su cuidado ya que ella tenía el día libre en la universidad.

—Ela, respira, no logro entenderte ¿Qué está mal?

—Todo estaba bien...Y entonces su nariz comenzó a sangrar y no se detuvo, era mucho, demasiado...Y luego se desmayó...Llamé a emergencia....Estoy de camino al hospital.

La cabeza me da vueltas y la mano me tiembla mientras la escucho decir el nombre del hospital...En el que estoy. Llora, se culpa y preocupa, lastimosamente no tengo palabras para tranquilizarla porque estoy en mi propia espiral de desesperación y angustia, pero cuando la llamada finaliza le hago saber a mi compañero que tengo una emergencia y sin esperar respuesta, bajo las escaleras a toda prisa, cayéndome en el último escalón y obteniendo una ruptura en el pantalón a la altura de la rodilla, pero no me importa mientras continúo y llego hasta la entrada principal a la espera de la ambulancia.

La inspiración de Andrew  (BG.5 libro #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora