Capítulo VI - Lazos invisibles

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Aún recuerdo lo que sentí aquella vez, esa extraña mezcla de pánico y alegría. Apenas habían pasado algunas semanas de mi llegada a Grecia, aquellos días habían sido muy duros, adaptarse a un país de occidente, costumbres e idioma diferentes; eso sumado a que en la nueva escuela me consideraban como bicho raro: siempre triste y cuando algún chico me invitaba a salir, lo rechazaba diciéndole que ya tenía novio del cual estaba muy enamorada ("seguro se lo inventa porque oculta algo"- escuchaba rumores a mis espaldas), la verdad todo aquello era nada comparado con el hecho de estar lejos de ti.

Unas semanas de mi llegada a Grecia, no me sentía del todo bien; Tatsumi y mi abuelo decían que el cambio de horario y comida me estaban afectando. Yo creía que era porque mi ánimo estaba por los suelos desde que nos separamos. Una mañana me desperté un poco cansada, me había quedado dormida abrazando la última carta que me enviaste, la leí de nuevo (cuando leía tus cartas, lo hacía repitiendo tu voz en mi cabeza). Miré tu foto perfectamente colocada en mi mesa de noche y una sonrisa se me escapó sólo al verla. Entonces tuve una terrible náusea, fui al cuarto de baño. Definitivamente algo no estaba bien.

Bajé a desayunar, mi abuelo me dijo que estaba muy pálida. No quise preocuparlo, así que le dije que estaba bien.

-Bueno, Saori necesito que esta noche estés lista- me comentó- tendremos un invitado muy importante. Se trata de un futuro socio.

-Ah... ¿y cómo se llama?- pregunté sólo por hacer plática.

-Ludwig.

-Ah...- respondí inmersa en mis pensamientos.

-Mi niña- me dijo después de un silencio tomando mi mano- sé que estás triste porque lo extrañas mucho.

-Abuelo, no sabes cómo deseo estar con ÉL.

-Trato de entenderlo y sé que él también está sufriendo por tu ausencia, pero a veces la vida es así, debemos de luchar por lo que queremos... Bueno, apresúrate que se hará tarde y tienes que ir a la escuela; por cierto ¿cómo va?

-Para estar en una escuela diferente, supongo que bien.

Entonces sonrió y me dio una gran noticia (la primera de ese largo día)- Me da mucho gusto, es tu último año en la preparatoria y supongo que no querrás quedarte fuera de la universidad... he pensado que estudies en la Universidad de Tokyo.

-¡Abuelo, en serio!- exclamé entendiendo lo que ello significaba, regresar a tu lado. No pude hacer otra cosa que abrazar a mi abuelo y agradecerle por ello- Gracias... Gracias...- repetía una y otra vez mientras, él sólo sonreía. Me hizo prometerle que debía portarme muy bien en los siguientes meses para que me diera permiso de irme sola a Japón (él aún debía hacer negocios en Europa, pero confiaba en que yo ya era mayor y más responsable).

Ese día estuve feliz, en mi mente comencé a hacer cuentas mentales de cuánto tiempo faltaba para que el ciclo escolar terminara. Sin embargo, a la hora de la salida volví a sentirme mal. Un ligero mareo y náuseas, fui a ocultarme en el baño de chicas y ahí escuché que un par de compañeras (a las que no les caía muy bien) empezaron a hablar de mí.

-¿Ya viste a la japonecita? Se ve muy mal, está pálida y desmejorada... ¿no estará encinta? - comentó una de ellas con saña y ambas rieron.

-Sí, seguro de su novio imaginario que según dice dejó en Japón- rieron más fuerte.

Yo me quedé helada. De pronto, todo en mi cabeza comenzó a tomar forma. Los comentarios mal intencionados esas dos hacían que en mi mente muchas piezas se unieran como un rompecabezas. Sí, últimamente no me sentía bien, creía que era la depresión de haberte dejado, pero iba más allá de eso; la razón sí tenía que ver contigo, aunque de otra manera. Recordé aquella tarde en la que, en un arrebato de amor, estuvimos juntos. Nuestras inexpertas caricias y besos de ese maravilloso momento podrían haber terminado en algo más.

Nada será igualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora