Capítulo IX - Comienzos

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Puedo decir que alguna vez lo tuve todo: el amor de una hermosa mujer y el proyecto de toda una vida a su lado. ¿Qué más podía pedir? En ese entonces tenía tantos sueños, realmente no me importaban los detalles, mientras estuvieses a mi lado me sentía con la fuerza hasta de desafiar a los dioses.

Sin embargo, todo se esfumó cuando desapareciste. En principio pensé que era algo que se solucionaría rápida y fácilmente; pero con el tiempo todo se volvió más gris. Desde ese momento mi vida se fue a la basura.

Cuando hablábamos de nuestros planes todo sonaba tan perfecto. Al terminar la preparatoria, naturalmente, irías a una prestigiada universidad. Yo, por mi parte, conseguiría una beca deportiva para seguir estudiando (admito que nunca he sido bueno en la escuela pero las actividades físicas eran lo mío); si tenía suerte entraría a algún equipo profesional (siempre y cuando me decidiera por alguna actividad), después, con los años, nos casaríamos y formaríamos una familia.

No sé si en esa época era tan ingenuo o tan tonto. Esos sueños no pasarían de ser eso, simples sueños que jamás llegaron a concretarse. Te perdí y perdí todo. Ya no tenía ánimo para nada. No logré obtener una beca, no pude entrar a ningún equipo de alguna de las disciplinas que practicaba. No quería salir (en la ridícula espera de una llamada o una carta tuya), mis amigos se cansaban de animarme y de que sólo les hablara de ti.

Con el tiempo, ellos hicieron sus vidas y siguieron adelante. Yo me quedé sumido en mi depresión, solo con los fantasmas que mi mente creaba. Pensaba tantas cosas: que tu abuelo por fin logro convencerte de dejarme (y yo de idiota creyéndole cuando me cedió tu mano en aquella larga y última charla privada que tuvimos); que conociste a otro en Europa, alguien muchísimo mejor que yo y que pudiera cumplir tus lujosos caprichos; incluso llegué a pensar que aquella tarde que estuvimos juntos fui tan malo que te habías decepcionado de mí (admito que estaba nervioso y que no tenía alguna experiencia y quizá no fue lo que esperábamos)...

En fin, tantas cosas con las que mi mente me torturaba. Pasaba noches sin dormir, sin comer, sin salir, sin hablar con alguien... fue un verdadero milagro que no cayera en un vicio o que... no me muriera.

A veces creo que por algo sigo aquí. No fue por casarme con Miho ni por enseñarles lo mucho o poco que sé de deportes a los chicos; sino por verte otra vez y seguir con lo nuestro o... tal vez terminarlo definitivamente. No dejo de pensar en las palabras de Tatsumi, pero no quiero hacerme de fantasmas otra vez. Además, estoy seguro que si sigo aquí es por ÉL, ese chico por el cual tengo la extraña sensación y necesidad de tenerlo cerca, de cuidarlo, de guiarlo. No sé, quizá no esté bien pero veo en Koga al hijo que siempre quise tener.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

Seiya caminaba de regreso al edificio principal un tanto contento. Por fin Koga había aceptado que lo entrenara. Claro, habría muchos retos por superar pero se sentía muy bien al poder ayudarle en algo.

-Es él- dijo la mujer en voz baja- Ah profesor. Disculpe profesor.

Seiya continuó caminando, de pronto cayó en la cuenta de que ya era un profesor. Volteó y vio a una elegante mujer acompañada de un joven, más allá estaba otro sujeto.

-Ah lo siento. ¿Me habla a mí?

-Sí- se acercó a él maravillada por su hallazgo; ese tal Seiya no era lo que se había imaginado, era un tipo aún joven, tenía buen cuerpo y era muy apuesto. Si esa Saori no era nada tonta cuando elegía a sus amantes.

-Lo lamento estaba un poco distraído.

-Usted debe ser Seiya. Mucho gusto soy Medea, la madre de Edén- extendió su mano como si pretendiera que él le besara la mano; sin embargo, él (nada acostumbrado a hacer eso con otra que no fuera Saori) le tomó y la sacudió mientras decía:

Nada será igualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora