La biblioteca.

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Hace cientos de años, está biblioteca había sido construida para alimentar la mente de aquellos prodigios de la familia real, traídos de distintos lugares, escritos por "eruditos" que tenían una amplia gama de experiencia y conocimientos en el área.

¿Si eran tan brillantes, por qué ninguno tenía la respuesta al problema que tenía?

Cerro el libro de golpe.

Era inútil, la amnesia fue diagnosticada a muy pocas personas en el pasado, mínimo como dos o tres personas y eso yacía siglos.

Ninguna recibió tratamiento. Puesto que no había.

¿A caso esto­... era un castigo?

¿Por desafiar al destino?

¿Por rogar que alguien lo amará?

¿Por revelarse a su padre?

¿Por dejar que Diana muriera de la forma en que murió?

¿Por fallarle en la promesa que le hizo?

Es que la vida se había empecinado en torturarlo...

Es que está era la proclamación de que no debía ser amado por nadie...

Guardo el libro en su lugar correspondiente.

Se sujeto a las estanterías, cerrando los ojos. Recuerdos del pasado comenzaban acecharlo.

[Debería matarla.]

[La mataré hoy.]

[Te odio, Athanasia.]

¿Por haber tratado como trato a su hija en los primeros años, este era el castigo?

¿Por desear su muerte?

«¡Ja!»

Se burló de si mismo con amargura.

En estos momentos quisiera volver en el tiempo y golpearse así mismo para evitar tener aquellos pensamientos.

Así es, esto era un castigo, por no haber amado a su hija desde un inicio.

Su niña.

Su luz.

Su mundo.

Su pequeña victoria.

Rechino los dientes.

El dolor en su pecho era insoportable, sus ojos se humedecieron, extrañaba a su hija.

Extrañaba aquellos días donde tomaban el té.

Extrañaba sus paseos por el jardín.

Extrañaba sus pequeños "pedidos", que, aunque no los hiciera formalmente él siempre se los cumpliría.

Extrañaba sus caprichos.

Extrañaba cuando venía a visitarlo en sus horas de trabajo.

Extrañaba regañarla porque no se sentaba como una señorita.

Extrañaba que lo regañará porque siempre estaba trabajando.

Extrañaba su olor.

Extrañaba sus abrazos.

Extrañaba sus besos.

Extrañaba ver esa mirada y la calidez que le transmitía cada que vez lo llamaba 'papá'.

Ahora ya no era así. Ya no había más 'papi'.

Sus manos apretaron fuertemente la madera. Alzo su cansada vista, mirando cada uno de los títulos de los libros. Días enteros y noches en desvelo leyendo esos libros buscando una respuesta y nada. Su frustración fue tan grande que su magia pulverizo en cuestión de segundos el mueble con todos los libros.

Sus brazos cayeron a sus costados en señal derrota. Si hubiera cuidado mejor de Athanasia, nada de esto estuviera sucediendo.

Las lágrimas de tristeza y rabia comenzaron a caer por sus mejillas, su magia broto de él, en respuesta a su enojo, destruyendo todo los demás.

Esto tenía que ser solo otra pesadilla.

La madera crujió. Los ventanales explotaron. Pedazos de concreto se cuartearon en el techo y el mármol a sus pies comenzó a resquebrajarse.

Se dejo caer de rodillas a los suelos y comenzó a golpear este con los antebrazos.

Gritaba. Gritaba de la rabia, por el dolor, por la desesperación.

—¡Majestad! — llamó Félix, desde un lugar desconocido para él, que no le importaba su llamado y mucho menos iba a detenerlo. Siguió golpeando el suelo hasta que sus brazos comenzaron a sangrar. —¡Por favor, deténgase!

Un estruendo se escucho al fondo, pero no podía detenerse.

—¡Majestad! ¡Basta! ¡Deténgase! — imploró Félix, rodeando con sus abrazo a Claude, neutralizando sus movimientos.

—Félix... — se escuchó el quejido lastimero de su voz quebradiza, paralizando a su amigo.— La he perdido, hermano... — Félix sentía como Claude se aferraba a la camisa y enterraba sus dedos en su espalda, estaba buscando un soporte para evitar caer como hace años con Diana— La he perdido como a Diana, no he podido protegerla — el desgarro en su voz hacia quebrar al pelirrojo, su hombro comenzó a sentirse húmedo. — ¡No hice nada! ¡No hice nada por evitarlo!

Félix sujeto con más fuerza al rubio.

—¡La perdí! — gritó Claude. Su voz se escuchaba ronca por el llanto, era la primera vez que veía llorar a su Emperador, a su mejor amigo, a su hermano.— ¡Perdí a mi hija!

Felix se mordió la lengua y apretó más a Claude, quería hacerlo sentir que no estaba sólo, pero es que él nunca había sentido lo que era perder una hija en carne propia.

—¡La he perdido! —repitió.— pero ahora me tocará pagarlo todos los días de mi vida.

Félix enterró su rostro en el hueco que formaba el cuello de Claude

—Si este es mi castigo por despreciarla, daría mi vida por retroceder el tiempo y enmendar mi error...

Ambos se quedaron en el suelo, ambos lamentando el suceso de la pequeña princesa, el olvido no solo afectaba a Claude, también lo hacía con Félix y cada persona del palacio.

Ese día, la biblioteca imperial había sido destruida.

Memorias ~ WHO MADE ME A PRINCESS ~ [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora