Un Recuerdo Envenenado de Dolor

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—¿Quién te has creído que soy? Ya puedes venir a verme con un certificado matrimonial si de verdad esperas algo de mí, porque de otro modo no quiero saber nada.

La voz de Airi, clara como el golpe de un triángulo. A veces en mis sueños, la oigo repetir esas malvadas palabras.

—Vaya... de tal palo, tal astilla, ¿no? Tu madre también hizo un buen negocio casándose con su actual marido y ahora tú pretendes hacer lo mismo.

Y la arrastrada voz de ese hombre. Uno de los socios de mi padre, dueño de una gran fortuna aunque entrado ya en años. Sentí que el estómago me ardía y después que se revolvía entre brasas hasta no dejarme respirar. Tuve que apoyar una mano en la pared en la que me ocultaba y con la otra, aflojar el nudo de mi corbata.

—No soy una cualquiera y mucho menos soy idiota. Así que ya lo sabes...

—Una licencia de matrimonio...

—Con todo tu dinero y tus contactos no tardarás mucho en conseguirla, si realmente te intereso, ¿no es así?

No era ella, me dije. Tenía su cara y su voz pero... esas palabras, ese modo de expresarse y gesticular; no era la persona que yo conocía y adoraba. No era mi hermanita. No era Airi.

Era noche cerrada ya, la fiesta había comenzado con una elegante cena en el salón de baile de nuestra casa. Después todo fue retirado por los criados y este fue acondicionado para que se iniciara la fiesta como tal. Había invitados, músicos, copas, papel de colores, guirnaldas, incluso globos en plata y dorado. Las horas pasaban mientras la gente bebía y yo me veía obligado a alternar con los socios de papá; mientras tanto Airi, como solía hacer en ese tipo de celebraciones, se quedaba en un segundo plano intentando pasar desapercibida. No le gustaba el ambiente cargado de ese tipo de eventos, pero no le quedaba otro remedio que asistir como miembro de la familia Sonobe.

Yo había estado cumpliendo con mi deber como anfitrión y homenajeado, aunque al mismo tiempo la había estado vigilando, preocupándome de que estuviera bien, a pesar de todo. Durante mucho tiempo ella me estuvo mirando, casi fijamente, como si esperara el momento preciso para acercarse a mí y decirme algo importante. No dejé de preguntarme que sería, hasta que la vi escabullirse al jardín. En cuanto pude librarme de los que me retenían, fui tras ella y... me topé con esa imagen horrible. A mi hermanita negociando con ese hombre horrible un matrimonio pactado a cambio de dinero.

Aquel hombre farfulló algo y se marchó a toda prisa, pero yo seguí observándola simplemente porque el dolor era tan intenso que no podía moverme. Entonces pensé que la única explicación posible era que esa chica, mi hermanita, me había engañado. Durante los siete años que habíamos convivido ella me había mostrado una cara fingida, alguien completamente diferente a la que era de verdad... y yo me lo había creído todo.

Me quedé como un tonto apoyado en esa pared, con la mirada perdida y repitiendo esas palabras en mi cabeza, todo lo que había oído, para no olvidarlo. Porque jamás volvería a dejarme engañar por esa mentirosa.

—¿Kei? ¿Qué haces ahí?

No la oí acercarse, pero me alegré de que me descubriera, pude ver la vergüenza en su rostro, al enrojecerse a toda velocidad por culpa de la sorpresa. Sí, quería que supiera que yo lo había oído todo.

—¿Qué hago? ¡Ver cómo eres en realidad, Airi!

—¿Qué? ¡Oh no! No es lo que tú crees...

—¡Cállate! ¡Por dios! Solo tienes diecisiete años pero... veo que ya estás buscando como sacarle partido a tu aspecto, ¿no? Igual que tu madre.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora